Pues mi querido Andrés: enviadible que la lista de espera reposen los diarios de Thomas Mann, algunos de los cuales he leído. Fue una de mis lecturas preferidas de hace muchos, muchísimos años. Y si hallara tiempo, allá volvería como uno retorna con placer a los diarios de Kafka. Respecto a Hughes, excúseme mi total ignorancia, pero tomaré nota de su existencia. El titulo (las cosas que uno no sabe), por cierto, contiene ése wit que con toda razón usted extraña en nuestros debates, algo diferente de la ligereza, y cuya fuente de humor radica siempre en la burla a sí mismo. En este caso, oh ironía, con un titulo que se refiere a la magnitud de nuestras ignorancias. O analfabetismos.
No, querido Andrés, no soy alfabeto, pese a que en la novela en la que briego de hace muchos años figure ese otro yo posible de la ficción con el nombre de Abecedario Alfa y, justamente pese a la redundancias de la A, del Aleph, de los alfas y betas, el pobre personaje está, como yo, infinitamente distante de cualquier zeta.Vuelvo al wit y celebro sus apuntes en torno a esa ausencia de humor.
Con lo que no puedo comulgar es con el tema de los curadores. Y no porque no merezcan burlas las etimologías (pro-curador también es expresión próxima, como ³cura² y otras nociones que lastran el lustral oficio). Ni porque defienda la figura o función de los curadores o procuradores. Sino porque allí sí me parece que tiene razón el amigo que escribió con no sé cuántos titulos desde Francia o habidos en Francia y que lo hizo tan bien que me dejó pensando: me parece que el tema de los curadores debe ser objeto de indagación y esto ha de partir de una pregunta (admiro por supuesto a Goya y me gusta muy poco David): ¿por qué y para qué la complejidad de esa ³industria cultural² del arte, cuya vertical va de las minas de carbón (me refiero a Van Gogh y a su ³locura² de salvación del mundo) a los diamantes del sector financiero en donde terminan las obras de arte como aura que sacraliza sus operaciones? El pobre Van Gogh y su hermano Theo, allí ya se anunciaba todo, como en el Rimbaud que lleva en su cintura ³seize mille et quelques cents frrancs d¹ or²: 23 de agosto de 1987) ¿Qué sentido tiene esa división del trabajo? ¿Por qué en un mundo donde los mitos viejos y nuevos se camuflan, se estetizan, se tornan empaques Campbell y donde toda vida parece ser una obra de arte en el sentido de la intensidad de sus experimentos hacia la nada (Sloterdijk, 2003, Experimentos con uno mismo, Valencia, Pre-textos) toda operación crítica del arte (como la de Goya a la Corte o a la guerra) se torna nula, se vacía, se regurgita? Don Andrés, gracias por las suscitaciones. Le deseo mucha suerte con Mann. Y tiene la palabra el Malpensante.
Gabriel Restrepo
fe de erratas >
Apreciados amigos de esfera pública: en el correo de respuesta al estimado
Andrés Hoyos se me colaron dos errores digitales. El primero admito que
pueda ser un lapsus propio de la hidráulica lingüística de Freud: «el bien
pesante» por el «bien pensante»: tómenlo como ironía contra mi propia
pesadez. El segundo, la fecha de la carta de Artaud, que es 1887 (Rimbaud,
1992. Lettres d´Afrique. Paris, Vertige), lapsus en este caso generado por
el deseo de re-presentar o traer al mundo de hoy el drama de Rimbaud, que
quizás nos pinta a todos: un Rimbaud seráfico en las letras y otro humillado
por la necesidad y lo «pesante» del oro, asunto que responde también en
algo, pero de otro modo, a las inquietudes de Andrés Hoyos («¿No manejan
toda la plata?»). El capital anónimo y la vulgar moneda corriente (ya las
artes llegan a ver la economía de hacer de los billetes de Gaitanes y
Santanderes los que más tenemos los que no tenemos – como billetes
³plásticos²): a eso se reduce todo, como lo había señalado Mallarmé cuando
indicaba que de la alquimia medieval derivaban dos vías contrarias del mundo
moderno: la economía política y la estética. Gracias .
Una última observación. A mí por lo general no me llaman Don Gabriel, por lo
general me dicen, si me dicen Don, Don Grabiel.
Gabriel Restrepo