Sobre las malas prácticas del Ministerio de Cultura

Tengo que confesar que el atropello del que fueron objeto Power Paola y Lucas Ospina por parte del Centro Colombo Americano de Bogotá poco o nada me sorprende. Este tipo de atropellos han hecho escuela en Colombia desde hace rato. Si alguien lo pone en duda, basta mirar las numerosas entradas en Esfera Pública que […]

Tengo que confesar que el atropello del que fueron objeto Power Paola y Lucas Ospina por parte del Centro Colombo Americano de Bogotá poco o nada me sorprende. Este tipo de atropellos han hecho escuela en Colombia desde hace rato. Si alguien lo pone en duda, basta mirar las numerosas entradas en Esfera Pública que dan cuenta de ello.

Los que pertenecemos al campo del arte estamos acostumbrados a que, con contadas excepciones, quienes manejan las instituciones dedicadas al arte sean gente ni fu ni fa, ajenos al campo y nombrados por razones muy diferentes a su compromiso con el arte o la cultura, para la muestra la actual ministra de cultura o casi que cualquier secretaría de cultura de provincia; y que, cuando sí son gente del campo, estén sometidos a los caprichos del que está por encima de ellos en la cadena de mando, o a las clásicas “presiones indebidas” de quienes detentan o manejan los fondos que les permiten llevar a cabo sus programas.

Personalmente, lo que me indigna más profundamente es, una vez más, el silencio cómplice del Ministerio de Cultura, más aún cuando el mural censurado hace parte de unos de sus programas pilares: el Salón Nacional de Artistas. ¿Porqué será que cada vez que un episodio de este tipo sucede el Ministerio pasa de agache? Claro está que ya leí la carta de los directores del Salón, dice lo que debía decirse. Pero me queda la sensación que el Ministerio se está escondiendo detrás de ellos para que sean ellos quienes digan lo que el Ministerio no quiere decir o no se atreve a decir en voz propia. Porque cuando pasan cosas como ésta, que atentan contra los objetivos misionales de una empresa –estamos en modo economía naranja—, son los altos cargos gerenciales y no sus contratistas quienes están llamados a pronunciarse. Así mismo, tampoco soy tan ingenuo para pensar que la actual Ministra, cuota de otredad del uribismo en uno de los ministerios menores, fuera a alzar la voz para defender un mural que mostraba explícitamente a quién le dio el puestico, el subpresidente Duque, como la marioneta del titiritero mayor (alias el “presidente eterno”) siendo a su vez la marioneta del lamentable puppet master (Trump). “Que le vamos a hacer”: una metida de pata más para la larga colección de Duque para con un campo que seguramente le resbala.

No obstante, y a pesar de lo dicho anteriormente, todavía me hace falta un enérgico pronunciamiento por parte del Ministerio de Cultura, así sea del Área de Artes Visuales, aunque lo apropiado sería que viniera de más arriba, de la Dirección de Artes (ya que la Ministra nunca va a decir nada). Pero me puedo imaginar el dilema: “si nos ponemos de bocones nos recortan el presupuesto el próximo año”, o la orden de arriba: “tapen, tapen, que eso puede afectar la futura carrera política de la Ministra”. Como en el Estado tradicionalmente, y en este gobierno más, los altos cargos de la cultura (y no me refiero a los de quienes “ejecutan”) son un espacio tomado por la politiquería —y la independencia de los mandos medios es mínima, además que viven bajo la amenaza latente que sus cargos son de remoción inmediata—, dudo que tan esperado pronunciamiento vaya a llegar. Tampoco hay que descartar la posibilidad que la orden borrar el mural no viniera de unos espontáneos esbirros del subpresidente o de su partido sino “de más arriba”.

Uno se pregunta dónde está la independencia del Ministerio de Cultura a la hora de defender el arte y la cultura, cuando resultan políticamente incomodos. Pregunta retórica: ¿será que no hay tal? Ya en los años 90, en los tiempos de Colcultura, numerosas voces se habían opuesto a la creación del Ministerio ante el riesgo de que la cultura se burocratizara y politizara (aún mas). Desafortunadamente la profecía seguirá cumpliéndose ad infinitum.

De pronto, al menos en este caso, posiblemente la única esperanza para el campo que la destrucción y censura al mural de Power Paola y Lucas Ospina no quede impune sería la intervención de un ente veedor del Estado –seamos ilusos— que, aunque no podría penalizar directamente al Centro Colombo Americano de Bogotá por ser éste un ente privado, sí podría exigirle (a las malas) a la Ministra y al Ministerio de Cultura que sancionen al Colombo por: 1. el incumplimiento del contrato/convenio suscrito, o 2. por destrucción de patrimonio público (puesto que el mural fue comisionado con dineros públicos). Seamos claros, un desenlace “negociado” poco le sirve al campo, mientras una sanción al Colombo cuando menos sentaría un precedente.

Claro, falta que el Ministerio haga público el contrato o el convenio (si lo hubo) que hizo con el Colombo para saber si en términos estrictamente legales esta academia de inglés se puede salir con la suya. Porque por censura, por una falta ética, a nadie van a sancionar; la única sanción posible sería la sanción moral del campo del arte, el boicot al que llamó Danilo Volpato.

Para rematar, me queda una última pregunta: ¿porqué será que el Ministerio, que dice ser un ente con un perfil técnico, después de tantos años de existencia, todavía no ha desarrollado un “Manual de buenas prácticas”? que, al menos en un sentido ético (y no estrictamente legalo-contractual), vincule a las salas concertadas y las instituciones con las que realiza convenios Urge. Así nos ahorraríamos interpretaciones tan “liberales”, como la del Colombo, de lo que constituye el “fortalecimiento del arte y la cultura”.

 

Juan Sebastián Ramírez