No puedo responder por el Ministerio de Cultura o tomar la voz por la Universidad de los Andes, pero tampoco quiero utilizar otro nombre más que el propio para hablar; es más, me parece que el uso de s udónimos, en ciertos casos, lo que demuestra es precisamente la inmadurez de nuestro concepto sobre las instituciones culturales (¿cuántas veces no han sido interpelados José Ignacio Roca, o Jaime Cerón, con el sofisma de preguntarles si sus opiniones son las de la intitución que representan o si hablan a nombre propio?). Tal vez el uso de un «nombre de pluma» se da para proteger un futuro laboral o un aspecto emocional. Para todos los sofistas aclaro que escribo esta rrespuesta bajo mi nombre, para los que van más allá, y sobre todo ppara los que tienen una noción amplia de universidad -como la eescrita por Pablo Echeverry- o de lo institucional, sobran las explicaciones.
Al invitar a William López se esperaba un análisis «claro, crítico y cuidadoso» de la frase recurrente que dice «en Colombia no hay crítica de arte». El subtítulo, «Amnesia de una tradición», que anunciaba la conferencia, anticipaba que íbamos a oír una exposición sobre las razones que motivan este repentino y conveniente olvido. No podía haber empezado mejor la segunda versión del Premio Nacional de Crítica y pienso que lo que hizo William López, más que una crítica institucional, fue dar un uso adecuado a la acústica que propicia el evento; es más, creo que su conferencia fue académica y formal, pero precisamente con la finalidad de recobrar estas palabras del género peyorativo en que se encuentran.
La conferencia de William López es afín a las características del evento, interpretarla como un ataque al espacio del Premio Nacional de Crítica es un gesto desafortunado que sirve para redactar una fábula llamativa sobre la «independencia» pero donde la moraleja aleccionadora es árida y estéril.
Un ejemplo:
La publicación del libro «El efecto Mariposa» de Carolina Ponce de León es una muestra de madurez institucional por parte del Instituto de Cultura y Turismo. Recuerdo que dentro del ignorado «Programa Salón Nacional de Artistas» -planteado por María Belén Sáez cuando era Asesora de Artes Visuales en el Ministerio de Cultura y desde el cual se gesto la idea del Premio Nacional de Crítica- se incluía una serie de publicaciones con investigaciones monográficas sobre artistas, es decir una colección centrada en ensayos críticos sobre obras. Este proyecto, como el programa, no tuvieron una mención posterior, y es diciente que el director de artes de esa época, Eduardo Serrano, no impulsara con vigor una iniciativa donde se hacia posible a otras voces escribir sobre arte y a publicar lo escrito.
Sumo esta respuesta al correo de Mary Boom y al de Pablo Echeverry, o más bien al diálogo que ahí se inicia, pues creo que se puede estar de acuerdo en que si hay algo nefasto para la crítica de arte, es que exista una sola crítica.
Me sumo al deseo que expresa Pablo Echeverry al final de su texto y espero dentro un año poder leer un libro con cuatro ensayos críticos sobre arte en Colombia y así sucesivamente.
Lucas Ospina