El día 31 de octubre de 2007 Fernando Isaza, rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, antes alto ejecutivo de la producción, comercialización y branding de una marca de autos, activo promotor sin cargo de conciencia de la quema de hidrocarburos tardíamente reconocidos como nocivos para el ser humano y el medio ambiente y hombre culto apasionado del violín y la música clásica, hizo la presentación de la película “Pura Sangre” (Luis Ospina) en el cine foro abierto que él mismo convocó y que se llamó, sin muestra alguna de egocentrismo, “El rector tiene algo que contar”.

La diletante digresión encontraba sincopada y abruptamente sus finales parciales con el taconeo seco y autoritario de los pasos del rector sobre la tarima del escenario principal de la universidad, a manera de punto final para cada una de sus agudas, aunque a menudo equívocas, anotaciones.

Luego de exhibir sus anécdotas personales, de escaso interés para la concurrencia, y de ser nerviosamente corregido en varias ocasiones por el director invitado Luis Ospina, el intelectual Isaza prendió sus hidrocarburos y abocetó la tesis central de su intervención: el pequeño propietario de clase media dueño de predios de incalculable valor y pariente suyo, Adolfo, presunto inspirador del personaje central de “Pura Sangre”-en la película, un capitalista brutal sostenido gracias a la sangre que una banda de matones antipáticos le proveía asesinando jóvenes para continuas transfusiones- habría experimentado, al igual que Pablo Escobar, un extraño proceso de diálogo social que habría contaminado su inequívoco carácter demoniaco con una polución angelical. “Pablo Escobar, angel o demonio”.

Luis Ospina, más tarde en el mismo cine foro, reivindicó el carácter de la historia invocando la medio autoría de Andrés Caicedo.

Esta afirmación (Isaza) se nos presenta como una brillante anticipación, una premonición causal o contracausal del título de una película que habría de anunciarse en Bogotá cuatro meses después: “Pablo Escobar: ángel o demonio”, de Jorge Granier.

Acaso en el espacio de los textos y metatextos sociales, en el que todas las influencias viajan simultáneamente en todas las direcciones temporales, adelante atrás, arriba y abajo, fuese esta brillante presentación realizada por Fernando Isaza, también mecenas de las artes y las ciencias, la causa original de la razón para que Jorge Granier decidiera dar forma cinematográfica a una tesis idéntica.

Pasó desapercibida otra lectura posible, por falta de espectadores aguzados o desinterés individualista: cómo cada gran agente en cada uno de los grandes conglomerados de captación de capital es también un vampiro, que vive bien (muy bien), bien sea gracias a la sangre de unos operarios sometidos, o a una planta de profesores atemorizada y mal paga por causa del desempleo y el autoritarismo.

Pablo Batelli

EPILOGO

Uno debiera poder hablar impunemente en la cocina. En una sociedad polarizada en todos su órdenes, donde la impunidad está garantizada solo para crímenes sin antecedentes, la libertad de expresión es también buena y mala. La buena libertad de expresión es aquella que el débil hace para defender al fuerte, la mala libertad de expresión es la que hace el débil para defender al débil.

Claudia Díaz ha sido desvinculada (sin documentos que lo prueben) como profesora de hora cátedra de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Acaso haya sido por el ejercicio de la “mala libertad de expresión”. Se vislumbra aquí un caso ilustrativo del accionar de las instituciones frente al disenso: absorción o destrucción del disentor (en este caso, aniquilamiento por sustracción del privilegio de servir de objeto de explotación para una empresa con pretexto educativo). Cesantes en la cocina.

Pablo Batelli
Artista y matemático. Escribe en esferapublica entre el 2002 y el 2015. Participa en distintas discusiones con crítica a las instituciones, incluidas las instituciones de la crítica, la curaduría y al ejercicio editorial. A partir del 2006 edita distintas plataformas como Transcripciones, Cheapness y Teatro Crítico