La (i)realidad de la imagen

Poco a poco las imágenes fotográficas, y especialmente las televisadas, son cada vez más «la» realidad. Como decía el famosísimo fotógrafo Richard Avedon: «Desde el momento en que una emoción o un hecho quedan convertidos en una fotografía ya no se trata de un hecho, sino de una opinión. En una fotografía no hay nada inexacto, todas las fotografías son precisas. Ahora bien, ninguna de ellas es la verdad.» ( An Auto-biography, 1993) ¿Será que no podemos resistir nuestra descarnada realidad real y por eso miramos el mundo como un espectáculo de imágenes, con el agravante de que ni siquiera son opiniones?

En el caso de la arquitectura, mientras está en el espacio la fotografía está en un plano y tiene un borde y la otra no, una es estática y la otra no, una está en relación solo con los ojos y la otra con todo el cuerpo. El observador está fuera de la fotografía, mientras que en la arquitectura está en su interior (Jaime Sarmiento: La arquitectura de moda, 2006). Por lo demás, la mayoría de las fotografías publicadas en libros y revistas de arquitectura son de fachadas recién terminadas y descontextualizadas contribuyendo a un grave error en la apreciación de los edificios. Y con ellos, de las ciudades.

Para la Strada Novissima de la Bienal de Venecia de 1980, varios arquitectos, famosos por postmodernistas, fueron invitados a diseñar cada uno, independientemente, una fachada de seis metros de ancho en el antiguo astillero para que entre todas conformaran la «calle nueva». Desde entonces la arquitectura publicada se volvió más caprichosa, efectista y fotogénica, como las modas y la farándula, incrementando su apreciación superficial la que ha llegado a los extremos peligrosos de «ver» los edificios solo como fenómenos epidérmicos aislados entre si. Las fachadas, que en las ciudades siempre son urbanas, se «componen» ignorando que se verán en perspectiva con los demás edificios de la calle.

Práctica catastrófica para la conformación de nuevos espacios urbanos en las ciudades pues lo seductor de las imágenes fotografiadas de edificios aislados, que suplantan la realidad de las calles, es lo que se ve y aprende de ellos. Y la peor parte la ha llevado la ciudad tradicional pues sus edificios paramentados difícilmente producen buenas fotografías, y por eso se las ignora. Pero tampoco es fácil filmarlas. ¿Como filmar completa una esquina, si de lo que se trata es de una percepción múltiple pero simultanea del espacio -y en el tiempo- con todos los sentidos? Para apreciar realmente las calles tradicionales hay que recorrerlas y vivirlas.

Lewis Munford, criticando la Unidad de Marsella, de Le Corbusier (ensayos, 1953 a 1962), decía que «sólo aquellos que están dispuestos a sacrificar el contenido interno de la arquitectura a la impresión externa, que están dispuestos a deformar la vida a fin de, como dijo Emerson, crear una muerte que llaman arte, pueden considerarla como un modelo para ser elogiado e imitado.» Hoy los arquitectos sacrifican espacios para lograr volúmenes, y estos para lograr imágenes, y caemos en modas y falsos conceptos estéticos promovidos por la gran industria para que consumamos lo que no necesitamos (Konrad Lorenz: Decadencia de lo humano, 1985).

Benjamin Barney-Caldas