La furia pictórica de Mark Rothko llega al escenario

«¿Crees que algún día me perdonarán?» «No son más que pinturas», responde Ken, su asistente, en forma ecuánime. Pero las obras de arte son mucho más que eso en «Red», el espectáculo de Broadway de Joh n Logan, con dos hombres como protagonistas, que incluye ese diálogo. «Son el otro personaje», dijo Alfred Molina, que encarna al pintor expresionista abstracto…

Las pinturas y las técnicas pictóricas de Mark Rothko atraviesan «Red», la obra del John Golden Theater de Nueva York en la que Alfred Molina interpreta a Rothko.

«Me pregunto», masculla Mark Rothko, mirando una de sus telas. «¿Crees que algún día me perdonarán?» «No son más que pinturas», responde Ken, su asistente, en forma ecuánime. Pero las obras de arte son mucho más que eso en «Red», el espectáculo de Broadway de Joh n Logan, con dos hombres como protagonistas, que incluye ese diálogo. «Son el otro personaje», dijo Alfred Molina, que encarna al pintor expresionista abstracto. «Se las menciona constantemente. El tema de la pieza teatral es su existencia propiamente dicha». «Esas pinturas son muy inescrutables y tienen un contenido emocional sumamente fuerte», agregó.

El drama, que se representa en el Golden Theater de Nueva York, gira en torno de un episodio en la vida de Rothko a fines de la década de 1950, cuando los arquitectos Ludwig Mies van der Rohe y Philip Johnson le encargaron que pintara murales para el Four Seasons, un restaurante novedoso en Nueva York en el edificio Seagram.

Un gran cuadro abstracto está en el centro del escenario desde el comienzo. La forma rectangular delineada en un rojo subido que domina la pintura, una copia de «Red on Maroon», probablemente resultará desconocida para los que han visto obras de Rothko en museos estadounidenses.

La pintura formó parte de un grupo que el artista concibió originalmente para el Four Seasons pero que luego se negó a entregar sintiéndose horrorizado por la clientela del restaurante. Terminó dando nueve a la Tate Gallery de Londres en 1969, un año antes de suicidarse.

«Generalmente, las obras sobre artistas están malditas», dijo Molina una tarde de la semana pasada, bebiendo café en el hotel del Upper West Side al que llama casa durante la temporada. «Pero lo que hace tan única a ‘Red’ es que aquí se experimenta realmente la realización de la obra artística. Se ve cómo se mezcla la pintura, cómo se arma el bastidor, cómo se estira la tela, toda la preparación. Eso le da mucha más intensidad».

El diseñador de la escenografía, Christopher Oram, dijo que conseguir la apariencia correcta de las pinturas requirió mucha investigación, pero que él conoció los Rothkos del Seagram en la colección permanente de la Tate por años de visitas al museo.

«Estaban en una sala especial», dijo en una entrevista telefónica desde Londres. «Era un espacio extraordinario con una iluminación muy tenue», que es como Rothko quería que se vieran. (Las pinturas estuvieron recientemente expuestas en la sede de la Tate en Liverpool, donde Oram y los actores fueron a verlas».

Revisando el archivo de la Tate y leyendo varias biografías, también reconstruyó la forma en que trabajaba el artista, y creó en el escenario el mundo aislado y rudimentario del estudio de Rothko en Manhattan, un ex gimnasio en el Lower East Side. Oram reprodujo todos los detalles, hasta el sistema de polea que Rothko utilizaba para levantar las telas, la música que pasaba mientras tocaba (Mozart y Haydn entre otros) y las latas de café de la década de 1950 que usaba para mezclar la pintura. El olor a pintura recibe incluso a los espectadores cuando ocupan sus butacas.

Oram buscó concordancias cercanas aunque no exactas para los matices de las telas que están en la Tate. Pensó, en cambio, diferentes recetas de pigmentos y tonos que cambian deliberadamente con la iluminación, de tal manera que el negro y el rojo se tornan más o menos pronunciados en la medida que el equilibrio de poder cambia entre Rothko y su asistente, interpretado por Eddie Redmayne.

«Hay un cóctel diferente de tintes y pinturas para las distintas escenas», dijo Oram.

«Red» se estrenó en diciembre en el Donmar Warehouse, y para su traslado a Broadway, los pigmentos fueron importados de Londres.

«Cada lote de pintura se hace día a día», dijo Oram. «Es como un juego químico; se prepara temprano cada día para que pueda enfriarse y tener la consistencia correcta».

Eso es sumamente importante para una escena crucial en la cual los dos personajes preparan una tela casi compitiendo en el escenario. Como un ballet cuidadosamente coreografiado, calientan la pintura roja y la vierten en dos baldes. (Para asegurarse de que la pintura nunca se caliente a niveles peligrosos, se coloca agua fría en los baldes antes de la escena.) Los actores pintan luego rápidamente el cuadro de rojo ­Molina la parte superior y Redmayne la inferior­ y también a sí mismos. Son unos pocos minutos muy fuertes. «Teníamos que estar seguros de que fuera teatral», dijo Molina. «Esa danza, ese sentido de estado anímico».

Practicaron mucho, usando 10 u 11 telas antes de que les saliera bien. Un problema para Molina, que probablemente Rothko nunca tuvo, fue que «cuando la tela se secaba en el escenario, estaba veteada y no sabíamos por qué», dijo.

Resultó que había demasiada distancia entre el balde y la parte superior de la tela; para compensarlo, él sumerge el pincel en la pintura más seguido que Redmayne.

Molina abordó el papel sin tener una formación sistemática en historia del arte. Creció en un barrio obrero en la zona de Notting Hill en Londres ­ «antes de que llegara Julia Roberts», dijo ­ y estudió en la Escuela Guildhall de Música y Teatro en Londres, no en una universidad convencional.

Pero Redmayne, que hace poco ganó el Olivier, uno de los mayores premios actorales en Gran Bretaña, por su actuación en «Red» en Londres, fue a Eton y estudió historia del arte en Cambridge.

Para Molina, el desafío de interpretar a un personaje complejo como Rothko significó sumergirse en el mundo del artista. Leyó todo lo que pudo encontrar sobre Rothko, recorrió el Four Seasons para ver dónde debían ser colgados los cuadros y vio todas las obras que se mencionan en la pieza teatral, incluido el «Estudio Rojo» de Matisse en el Museo de Arte Moderno (hay un afiche colgado en su camarín), la Biblioteca Medici de Miguel Ángel en Florencia y la «Conversión de Saúl» de Caravaggio en Roma.

Hasta viajó a Washington recientemente para ver la Sala Rothko en la Phillips Collection y los Rothkos exhibidos en la Nacional Gallery of Art. «Después de ver las telas en Washington ayer, ya hay partes de texto en la obra que me vienen a la cabeza», dijo Molina después de su gira. «Ahora estoy informado de algo diferente».

Pero advirtió: «Lo último que quiere ver el público son los deberes bien hechos. Con suerte, en algún nivel, vas absorbiéndolo y pasa a ser parte de vos mismo. Yo estoy tratando de encarnarlo».

Agregó, refiriéndose a Rothko: «Era muy complejo. Cuando se enfurece contra el mundo, contra Ken, su rabia no es sólo ira, esa rabia es pasión».

La personalidad de Rothko fue mucho más intensa que la de Diego Rivera, el muralista que Molina interpretó en la película «Frida» de 2002, sobre la pintora mexicana Frida Kahlo. «El arte de Rivera era mucho más narrativo», dijo Molina. «No había misterios. Si bien me encantó, nunca lo viví emocionalmente». «Pero a Rothko, lo siento increíblemente propio y me pongo a la defensiva. Y no sé por qué».

Por: Carol Vogel para The New York Times

publicado por Revista Ñ