Se acepta la curaduría como una instancia viciosa del quehacer de las artes, con la esperanza de que algo bueno resulte de una inevitable pernicia generalizada. Pasaron las épocas en que la curaduría era vista como un acto de amor, hoy es simplemente otra demostración más del poder validado en el consenso.
El texto «La curaduría inmoderada» era ya una conclusión que el 2012 anticipaba los excesos de los vicios del aparato curatorial nacional, pleno y en máxima efervescencia en estos días. P.B.
Parece interesante el proceso de escritura de un texto, aunque el texto no sea algo más ambicioso (ni a lo que se preste más atención) que un simple comentario a un estado de facebook. En el texto que queda en suspenso están los titubeos, tanteos, aparentes avances en firme que tal vez desaparecen en su versión final. Mucho trabajo de corrección y edición en vivo y en tiempo real. Es un trabajo, que en el modelado de nuestra percepción social del entorno sucede –preferiblemente- de manera invisible como parte de su estrategia de efectividad.
Si se cuestiona el lugar social y económico en el que se encuentra un observador potencial -ya no de arte, si no de móviles-, entonces, debe cuestionarse el lugar social y económico de quien oficia como curador; hay que recorrer ambas direcciones. El curador (que puede ser también un artista en donde curaduría sobre terceros y desarrollo de obra propia están imbricados) tiene, cada vez más claramente, un lugar social y económico progresivamente más fuerte y más sólido. Construir una apología de esta tendencia, descalificando por todos los medios a quienes pueden identificarla, es una afirmación de móviles y de propósitos. Se compara a la complacencia con la tala inmoderada: la curaduría inmoderada. El curador tiene como capital propio el espacio de sus relaciones sociales en el mundo del arte –museales, de gestión y de acceso al comprador-, y la capacidad de influir o forjar de la nada el acuerdo social sobre el arte que tiene o no valor.
Pensar que existe un arte por fuera de unos móviles –que tienden a uno sólo, pues en ello consiste la tendencia al monopolio- o de una intención, es una expresión manifiesta de la desesperación por la construcción de una apología de la ley del mejor predador -que existe paralela a reducir el arte posible al arte que se promociona desde el campo de la institucionalidad dominante, desde aquellos lugares empeñados en diseñar un acuerdo social del arte subordinado a sus intereses o a sus móviles (ideológicos, puede ser).
Entre estas instituciones de gran calibre, no existe la diferencia de opinión ni la discordia teórica, sólo una puja no resuelta a favor de ninguna por la instauración de un monopolio final.
Es inútil desconocer estos procesos, y es un recurso habitual de ese acuerdo social dominante eludir cualquier forma de crítica acudiendo a todas las formas posibles de la descalificación y la retaliación, o variantes afines. Hay quienes ven en ello la expansión de la oportunidad predatoria, y otros ven el riesgo de la tala inmoderada.
Pablo Batelli, Bogota, noviembre de 2012