la causa del arte contemporaneo

Estimado Jaime,

A continuación le envío este escrito de carácter anónimo que creo puede resultar de mucho interés para esferapublica. En la parte de abajo, un comentario personal para los interesados.

A. EL ARTICULO REFERIDO (Anónimo)

«Fuego antiaéreo institucional contra la causa del arte contemporáneo en Colombia»

Como en todos los museos, en el Nacional de Colombia hay un libro de visitantes que, para la exposición de obras donadas por Fernando Botero en 2004 a esa institución, se vio lleno de expresiones de afecto y admiración hacia la obra del artista. En medio de tantas y tan obsequiosas señales de aprobación aparece una, fechada el 30 de junio de 2004, suscrita por «Mónica Restrepo», quien disiente en los siguientes términos del clima de agradecimiento general formulado por el grueso del público asistente a la exposición: «Gracias por el regalito. Es justa devolución por parte del inmenso precio que hemos pagado los colombianos por los actos de Fernandito Botero, el exsenador de la república, causante del «proceso 8000″. Faltan los colombianos víctimas, como los indígenas, los negros, etc.»

Antes de continuar con nuestro mensaje, hemos de decir que ésta última frase se refiere a la extraña ausencia de personajes de etnias diferentes a la mestiza antioqueña en las obras presentes en la exhibición; de hecho, hay sólo dos sujetos identificables como afrodescendientes entre un total de casi 100 figuras humanas representadas en las 48 obras de la donación. Ahora bien, luego de leer la agresiva réplica de la señora «Restrepo» contra la exhibición de Botero, vale la pena preguntarse por los motivos que llevarían a una espectadora a expresarse así respecto de un grupo piezas artísticas motivadas -en palabras de Botero- «en la actual tragedia colombiana» ¿Acaso los lazos familiares de un artista desvirtúan su trabajo? ¿Las acciones de sus familiares y/o amigos le restan importancia a su afán por relatar lo que, en este caso, sucede en el país? Parece que para algunos ciudadanos, la obra y las condiciones particulares de la vida de un artista están inevitablemente ligadas, tanto así que llegan incluso a percibir un profundo determinismo entre las fechorías cometidas por un hijo del artista y el hecho de que los resultados plásticos obtenidos por éste aparezcan contaminados cuando hace público su aprecio por una institución de la cultura hegemónica colombiana, obsequiándole algunas piezas de su más reciente producción. Nosotros creemos que este tipo de interpretaciones son absolutamente necesarias para comprender los motivos de la existencia del trabajo de cualquier ser humano -trátese de Botero o de otro artista-, pero sus bases deben estar fuertemente respaldadas, a fin de que no caigan en el lugar común de la calumnia. Además, sugerimos que está en mora la publicación de una historia del arte de Colombia que trace de forma clara y directa los vínculos que hubo entre el mercado de obras artísticas y los dineros provenientes de la exportación de cocaína y sus derivados o la llamada «bonanza marimbera» de finales de los setenta o la explotación esmeraldífera en Boyacá o la sustracción ilegal de combustible de los oleoductos que surcan el país. Recordemos: sin dinero no hay mercado de arte.

Luego de hacer esta sugerencia, vamos a proponer un modo de comprender la crisis reciente del proyecto Salón Nacional de Artistas, enmarcándola en la presente coyuntura política colombiana. Sabemos que, a primera vista, resulta extraño anudar hechos como la donación 2004 de Botero al Museo Nacional con los comentarios de una espectadora para comprobar la revancha derechista en Colombia en el ámbito de la administración cultural, sin embargo creemos poder explicar esas serie de fenómenos y su relación de la siguiente forma. Pues bien, en un principio vemos cómo se está dando un lento, pero seguro, reforzamiento de las pretensiones autoritarias del liberalismo de centro derecha en las instituciones culturales colombianas. Si seguimos o recapitulamos la información transmitida a través delos medios informativos con respecto a la situación actual de las organizaciones civiles del país no afiliadas con el uribismo en el poder, desde que el actual presidente se posesionó, podemos notar la presencia de una ofensiva abierta en contra de las aspiraciones políticas de grupos de oposición organizados por fuera del gobierno. De hecho, la insólita concentración de los poderes de la rama ejecutiva en la figura exclusiva de una sola persona le permiten, tanto al presidente como a sus representantes agredir verbalmente o reprimir las iniciativas de muchas organizaciones no gubernamentales, los intentos de organización popular comunitaria e incluso la existencia misma de los grupos sindicales en las empresas del Estado.

Este embate represor se refleja también en las instituciones culturales. Ahora, por ejemplo, los cañones apuntan contra una iniciativa cultural gestada al interior mismo del aparato estatal que buscaba implementar coherencia en el apoyo, sostenimiento y difusión del trabajo de muchos artistas, organizaciones y colectivos en un rango de acción más amplio del que existe hasta el momento, partiendo de la infraestructura ya establecida del IDCT, Mincultura, varios museos de arte y facultades de enseñanza de las artes en el país. Tras conocerse la debacle de este proyecto vino el predecible rechinar de dientes por parte de algunos miembros el mundillo y la burocracia artística nacional. Dando un paso adelante del desánimo causado por esta noticia, nosotros creemos que la respuesta a por qué un cambio a burocrático implica la caída de un proyecto planeado a mediano plazo, que pretendió afianzar su «continuidad, sostenibilidad y transparencia» mediante la elaboración de un documento CONPES, consiste en lo siguiente: Hay una escalada derechista que desconoce abiertamente las «demandas formuladas por artistas, instituciones y gestores culturales, así como las nuevas experiencias en formación e investigación que se vienen dando en las artes visuales colombianas», tal y como se lee en el documento que acompañó el lanzamiento de éste proyecto.

Adicionalmente observamos que esta persecución no se limita a obstaculizar política o presupuestalmente iniciativas como ésta, sino que amplía sus alcances hasta manifestarse incluso en eventos organizados por otras instituciones culturales vinculadas con el Estado. Retomemos la donación 2004 de Fernando Botero, teniendo en cuenta en un principio que el Museo Nacional está comprometido con el Ministerio de Cultura, gracias al seguro respaldo que ésta dependencia le ofrece a nivel institucional (puesto que en lo económico parece que no se manejan los mismo términos). Con esto en mente, pasemos a comentar un evento realizado el último día que estuvo abierta la exposición de la donación 2004 de Botero. El lunes 5 de julio de 2004, en un hecho «sin precedentes» según se dijo en varios noticieros, se abrieron las puertas del panóptico para recibir a quienes desearan visitar la exposición del artista colombiano. Suponemos que las expectativas de asistencia de público que tenía la dirección del museo estaban cercanas a un índice similar al que se produce todos los últimos domingos de cada mes en el marco del programa «Siga esta es su casa», es decir un número cercano a las 1600 personas. Para atender éste volumen de público, se tomaron entonces algunas decisiones administrativas:

-El evento se denominó «Botero, sólo Botero» y como tal apareció en las escarapelas que recibíamos los visitantes luego de cancelar el valor de ingreso al museo. -El tránsito por el museo estuvo restringido únicamente a tres salas («Exposiciones temporales», «Sala # 17, Primeros artistas modernos de Colombia» y el auditorio «Teresa Cuervo Borda») de las más o menos 21 que tiene el lugar.

En realidad, mediante este recorrido era posible ver solamente la «donación 2004», obras (muchas obras) de Botero de la donación que hiciera en 1984 junto con las de otros contemporáneos suyos en el tercer piso del museo y un documental dedicado a relatar la vida del artista en el auditorio.

Sin menospreciar los alcances pedagógicos y formativos del carácter nacional que esta jornada haya podido tener en el espíritu del público asistente, nosotros no dejamos de observar también la presencia de una enorme campaña de marketing artístico maquillada de condescendencia populista (sólo por ese día, el valor de las boletas de ingreso a la exposición, que habitualmente es de 3000, 2000 ó 1000 pesos, y sólo permite visitar la sala de exposiciones temporales, bajó a 500 pesos y permitió acceder a la sala # 17 del tercer piso), muy similar a la que sostiene la retórica presidencial actualmente en boga. Si comparamos las presentaciones semanales de Uribe Vélez en los «consejos regionales» con esta jornada final de la exposición de Botero, hay una evidente similitud en sus presupuestos, descritos en una fórmula muy sencilla : «a una masividad en la presentación le sigue una obtención inmediata de consenso general». Veamos sintéticamente cuáles premisas se ponen en juego en ambos fenómenos para corroborar nuestra afirmación de que son herramientas de propaganda exactamente iguales:

-. Con este evento Botero se «acercó» ( o mejor, «fue puesto más cerca») de su público, como Uribe cuando se desplaza de la seguridad relativa que le ofrece la capital de la república a otros sectores de la nación. -. Botero se consolidó como un representante de la realidad actual colombiana, cargado de valores tradicionales de respeto a las instituciones pero «algo rebelde» ante los ojos de los más conservadores, igual que Uribe. -. Como a Uribe, a Botero (parece que) «todo el mundo lo quiere».

¿De dónde provienen estas afirmaciones? Nosotros las extraemos de un análisis de las decisiones administrativas tomadas por la dirección del museo para el día 5 de julio: el diseño de la movilización del público sirvió para convertir a un artista importante en una figura omnipresente en la colección del Museo Nacional de Colombia, puesto que demostraba numéricamente que se trata de la persona a quien pertenecían la mayor parte de obras vistas. ¿Hay lugar a dudas respecto al altísimo carisma que despierta en los asistentes la figura de un artista ensalzado de esta forma por la institución anfitriona de su última donación? ¿No resulta digna de sospecha la actitud asumida por esta institución al concentrar la atención de los visitantes al evento en la persona de un sólo artista? Es más ¿» Botero, sólo Botero» no es, como lema, algo redundante? No podemos terminar sin expresar nuestra satisfacción por el fin de esa exposición. A pesar de todo le llegó su final y a nosotros, como público, nos queda esperar con qué otra muestra nos sorprenderá éste museo, caracterizado por organizar presentaciones verdaderamente valiosas y críticas como «Tiempos de paz», por ejemplo. Obviamente que destacamos el nivel de provocación que buscó la exhibición de obras de Botero, pero éste no es el problema, lo que nos interesa destacar aquí es la casi absoluta ausencia de disenso entre las instituciones culturales frente al innegable estrechamiento de las posibilidades de crecimiento de toda iniciativa artística que difiera o controvierta los ideales de representación visual que busca imponer éste gobierno.

Un saludo

PD: En el catálogo que presenta la donación que Botero le hizo a la Luis Ángel Arango, Alberto Casas Santamaría se atrevió a señalar que esa donación era «el evento más importante para la vida artística colombiana después de la Expedición Botánica», y Andrés Pastrana, entonces presidente, llegó a decir que Botero era el último artista del Renacimiento.

B. COMENTARIO (por Pablo Batelli)

En cuanto a la circulación de comentarios anónimos, me gustaría establecer las siguientes categorías:

– Autor; nombre con el que es conocida una persona en un amplio circuito social y al que se le asocian las opiniones que expresa y las posiciones que manifiesta. – Pseudónimo; expresa el punto de vista de un autor, pero esconde su verdadera identidad detrás de un nombre «ficticio»; puede ser un recurso para protegerse de las consecuencias de una posición personal que se hace pública, o para lograr mayores efectos de penetración o de «marketing», o ambas cosas a la vez. – Heterónimos. Un autor que genera diferentes pseudónimos, uno o varios por cada angulo de visión o posibilidad de experiencia. Se me ocurre nombrar no al más evidente de todos, sino señalar al personaje de «Sostiene Pereira» de Tabucchi, y su conflicto: la «confederación de las almas». – Anónimo, simplemente anónimo.

Sin entrar en demasiadas digresiones, me atrevería a pensar que el anonimato no expresa bien la idea de la disolución del autor, dado que este anonimato se ejerce casi siempre bajo la coyuntura de obtener el máximo de protección ante la posición privada que trasciende al «espacio público». No se ejerce bajo la intención de sacudir los circuitos de los derechos de autor, ni entrar a realizar un cuestionamiento sobre a quién verdaderamente amparan esos derechos, si al autor o a los mediadores -o a quién verdaderamente perjudican-; ¿podríamos imaginarnos una sociedad sin derechos de autor? Sería de todos modos un ejercicio interesante. Tampoco está el anonimato a favor de priviligiar la idea o el texto por encima de las personas. El anonimato, creo, no subvierte la noción de autor: es un autor «escondido».

En lo referente a «La Causa del Arte Contemporáneo», me gustaría anotar lo siguiente:

Otro tema que quisiera destacar es el uso a mi parecer tendecioso de la expresión «Arte Contemporáneo» en el texto. El problema del «Panóptico Botero» es que se erige como una gárgola: la omnipresencia del pintor en todos los escenarios resulta sofocante no solo a los seguidores de un llamado «Arte Contemporáneo» sino a todos los que se sienten afectados por la imposición de miradas hegemónicas. Le pediría al «anónimo» no aproximarse al problema desde las categorías de «Arte Contemporáneo» versus «Otro Arte», o ampliar sus deficiniciones. Las inconsecuencias de una expresión encuentran su contraparte en las inconsecuencias de la otra expresión y ninguna resulta enteramente consistente -lo se verifica en su relación con el mercado-. Tampoco hay por qué pensar que todo «arte de caballete» es Botero. También ha quedado sin respuesta por parte de los defensores del arte contemporáneo, la pregunta de si el «arte de caballete» puede ser «arte contemporáneo» o si son incompatibles, y por qué.

Hace meses Salazar mencionó el problema del saqueo y la generación de plusvalía que genera el «arte social» – destinado a llegar a las mejores colecciones del primer mundo porque eso es lo se espera de los artistas de tercer mundo, que hagan «arte social»-. Ahora el tema resurge con Juan David Giraldo, a un costo personal muy grande para él (costo de sangre que creo que no ha tenido que pagar ningún anónimo – pseudónimo de esferapublica todavía) al vincular ese «arte social» con el «arte contemporáneo». De manera que el problema no es de rótulos. Puede alegarse que existe la percepción de que cierta zona del «arte contemporáneo» es parecida al ejercico de la «guaquería social» -practicada por célebres antropólogos que se llevaron toneladas de descubrimientos arqueológicos en América a «museos» de Inglaterra y Europa-.

El reclamo de la exclusión, que tanta irritación genera (pero que sí tiene lugar -y por eso irrita-), existe como dogma que se aplica sectariamente en contra de todos los artistas que no se han autoproclamado o nadie los ha proclamado «contemporáneos» o se han resistido a la clasificación. Pienso que si se abandonan o modifican estas clasificaciones el panorama puede despejarse. El llamado «Arte Contemporáneo» de hasta ahora ya probó que no representa una revolución ni una modificación social implementada desde las instituciones privadas o públicas así todos sus representantes digan lo contrario. Entonces, el arte contemporáneo no es una causa. Su «compromiso social» suena a mera propaganda.

Me parece que es el momento de que los defensores redicales del «arte contemporáneo» revisen sus propios mecanismos hegemónicos, que a manera de gárgola le dieron a cada artista su lugar durante estos últimos diez años. Por esta razón, en un determinado momento, dije que estas prácticas resultaban parecidas al ejercicio de poder que realiza «la derecha». Alguien señaló que esta polarización no ayudaba a aclarar la discusión. De todos modos, resulta conveniente a «la causa del arte contemporáneo» recuperar su perdida posición «contestaria» señalándose a sí mismos como víctimas de la persecución de derecha del arte de caballete, exponenciado en Botero y apuntalando esta percepción con la artillería Uribista.

A excepción de su tendencia un tanto trasnochada por defender una causa «contemporánea» comparto los temores frente a la instauración de una mirada hegemónica. Pero no abolir una hegemonía para instaurar otra.

Breve Comentario a la exposición «Carros de Guerra»

Sin querer entrar en polémicas de naturaleza personal, sí es claro como el recorte del fondo en las obras presentadas en Portobelo por el artista Rodrigo Facundo, agudiza la sensación de ausencia completa de contexto. El objeto es tomado de entre las «monadas» típicas del centro de una ciudad como Bogotá, depurado del contexto con toda la artillería photoshop, y exportado a Liverpool vía Portobelo. Frente a la narración presentada por la contundencia de las acciones no hay construcción de la palabra que pueda oponérsele por inteligente que sea.

¿Seremos capaces de hacer un arte que sea reflexión pero no exportación y vedetización de la miseria?

Pablo Batelli