La Casa Tomada es un cuento de Julio Cortázar; relata la historia de una pareja de hermanos acomodados que se acostumbraron a vivir sin pensar y entre las glorias de su pasado, encerrados en sus recuerdos y obsesionados con sus prácticas domésticas más rutinarias y superficiales. Solo mediante la fuerza fueron capaces de dejar ese mundo anclado en el pasado en el que Irene sólo tejía y su hermano releía los libros de literatura francesa de su biblioteca. Ninguno tuvo imaginación para idearse alguna manera diferente de mirar para hacerle frente a su actualidad, hasta que ésta los desbordó y devoró. Una vez su casa fue tomada por una actualidad fugaz que hasta para nosotros pasa por desapercibida, una vez fueron forzados a desplazarse, quedan sin agujas para tejer, sin libros para leer, desprovistos de su alma externa –aquello abandonado en su casa–, fueron expelidos a deambular por una geografía entre ignorada y olvidada. Otra metáfora del devenir animal de lo humano. Aunque no una más. Ésta es muy poderosa, sugestiva, actual en su inactualidad, es una metáfora viva. Pocos se atreverían a precisar su significado literal.
Rafael Gómezbarros ha adaptado la historia de Cortázar al contexto colombiano y ha diseñado e instalado en la Galería Alonso Garcés 1000 hormigas, un número denso en significados míticos, religiosos y políticos. La cabeza y el abdomen tienen forma de cráneos humanos, están sujetados por un tórax elaborado con diversos materiales: telas, gazas, cintas, pitas, cabuyas, alambres, entre otros materiales de uso médico y doméstico. Las patas son sugeridas por chamizos. Tanto los cráneos como los chamizos simbolizan muerte, sequía y resignación. La imaginación se activa una vez descubrimos estas formas, pues, a simple vista no alcanzamos a percatarnos de que la morfología de las hormigas no obedece a una mímesis, sino que ha sido apropiada con otros propósitos. Una vez hemos leído el texto curatorial que acompaña la instalación, nos enteramos de que es una alegoría sobre el desplazamiento forzado en Colombia y que el artista nos plantea una hipótesis al respecto: el desplazamiento forzado en Colombia obedece a una codependencia entre desplazado y desplazador.
La instalación es sugestiva, tiene el mérito de no ser explicativa, y subyuga a pesar del lacónico y duro soporte sociológico. A pesar, porque la idea de que la dualidad que conforma todo lo humano se expresa también en el fenómeno del desplazamiento forzado, no logra convencernos, nos deja más bien escépticos, rompe la atmosfera mágica que instauran las hormigas en la Galería. La instalación impacta la sensibilidad, la amedrenta, y eso nos place, seguros como estamos de nuestro lugar en el mundo. Las hormigas guardan su distancia, no invaden el piso de la Galería, se limitan a mostrarse en sus paredes, no sin algo de ostentación. No obstante, el discurso ha capturado la fuerza expresiva de la construcción y minimizado sus resonancias semánticas, el conjunto ha perdido su atractivo sensorial. En este caso, la formula sociológica obstruye. Sin este discurso la instalación quizá hubiera dicho más. El observador contemporáneo le cree a Gómezbarros de que tiene asuntos importantes qué contar y los quiere plantear en el lenguaje de las artes. Las hormigas como metáfora de las sociedades de masas contemporáneas, como agentes de muerte y sequía del pensamiento, como imagen de unas masas que son el complemento perfecto de las formas más letales de violencia, hubieran trascendido nuestras problemáticas locales, loables de por sí, pero desplazadas de manera forzada a la Galería. Es cierto, no obstante, que sin esta muleta sociológica, quizá muchos habríamos pasado por desapercibido la morfología de las hormigas. Pero, si este hubiera sido el caso, la responsabilidad hubiera sido del espectador, nunca del creador.
La instalación ha sido acompañada por un registro fotográfico de los lugares previos en que ha sido previamente montada: Barranquilla y Santa Marta. Los registros evidencian una pérdida en el montaje en la Galería Alonso Garcés. En efecto, en aquellas ciudades el montaje se realizó en las fachadas de edificios con alto potencial simbólico. En Bogotá, al contrario, unas pocas fueron instaladas en la fachada de la Galería, las demás fueron montadas como obra para contemplar, así en un primer momento sintamos vértigo por la presencia masiva de estos bichos diseñados a gran escala, de estos bichos que somos nosotros –hombres y mujeres masa, que fácilmente nos convertimos en plaga para las libertades públicas y en ángeles exterminadores para las libertades privadas.
Posteriormente, la instalación será montada en otros espacios públicos de Bogotá.
Jorge Peñuela
POSDATA:
Generosa y amable la atención de los funcionarios de la Galería, cualidades encomiables en una ciudad agria y antipática, una ciudad de hormigas agresivas cuya mentalidad le compele a rechazar todo aquello que no es capaz de comprender.