La cultura de la cancelación básicamente hace referencia al boicot o la humillación pública de una persona que ha compartido algo cuestionable y potencialmente ofensivo para un grupo de personas o, en casos más graves, que ha cometido actos poco éticos e incluso ilegales. Esto generalmente se da en las redes sociales y se hace en contra de personas famosas, aunque realmente cualquiera puede ser víctima de este movimiento. Lo que ocurre es que se juzgan a personas por su pasado y no por lo que son hoy en día, si bien es necesario que haya alguna especie de responsabilidad en cuanto a lo que se publica en redes sociales, o lo que se hace, es importante ver en qué medida puede esta responsabilidad llegar a afectar a alguien negativamente. Los seres humanos somos seres cambiantes, es evidente que uno no es la misma persona que fue hace unos años, incluso hace unos días. Lo que antes era aceptado y normalizado hoy en día puede que se vea inapropiado, y viceversa. Por lo tanto “cancelar” a alguien por algo que hizo o dijo hace unos años no puede ser tomado a la ligera, pues requiere de un arduo proceso de análisis para entender hasta qué punto es justo o no. Claramente es difícil obviar actos criminales de tipos violentos o sexuales, esto queda permanentemente marcado en el prontuario de una persona, pero ¿es esto si quiera comparable con decir un chiste o un comentario ofensivo en el pasado? Las personas pierden su trabajo a diario por cosas como estas y vale la pena preguntarse ¿es esto justo?
El año pasado fuimos testigos del alcance que tiene la cultura de la cancelación y su potencial toxicidad. En mayo del 2019 la youtuber americana de belleza Tati Westbrook publicó un video titulado Bye sister en el que de manera pública acusó a otro youtuber, su hasta entonces amigo y protegido James Charles, de traición y de ser un depredador sexual. El video se hizo viral y James Charles fue “cancelado”, perdiendo alrededor de dos millones de suscriptores en cuestión de horas. Esto se dio hasta que él hizo una video-respuesta aclarando las acusaciones con pruebas, limpiando su nombre y recuperando a su audiencia. Esta situación hizo reflexionar a muchas personas, incluyéndome. Es fácil juzgar a primera estancia, realmente las personas olvidaron que siempre hay tres versiones de una historia: la versión del uno, la versión del otro y la verdad. Las masas se movieron rápidamente para “cancelar” a alguien que ni siquiera había tenido la posibilidad de hablar y contar su lado de las cosas. La cultura de la cancelación se está convirtiendo en una cacería de brujas.
A nivel del arte hubo otro caso que conmocionó bastante: el empresario y coleccionista Juan Carlos Lynch tuvo que renunciar a su cargo como presidente de ArtBa tan solo tres días después de posesionarse, esto a causa de que surgieron unas publicaciones de carácter sexistas, misóginas, racistas y gordofóbicas en su cuenta personal de Instagram. Las solicitudes para su renuncia llegaron desde todos lados, incluyendo personas de un peso importante dentro de la industria. Juan Carlos Lynch, para defenderse, tuvo que decir que no era machista “porque tenía cuatro hijas” y que esas publicaciones no eran más que cosas que le llegaban, además aseguró que esa era su cuenta personal por lo que podía publicar cosas menos profesionales. Estos argumentos no hicieron más que molestar al público, pues se veía como si se estuviera lavando las manos de toda responsabilidad. Ahora, es claro que todo adulto debe tener presente que este tipo de comportamientos pueden pasarle una mala jugada, pues quizás en el momento puede ser una publicación “graciosa” e inofensiva, pero después puede ser usada en su contra. Claramente este señor no tuvo en cuenta estas cosas, pero, en este creciente mundo del internet, nada es privado. Su comportamiento no estuvo acorde con una persona de su posición, eso es más que evidente, ahora vale la pena preguntarnos si en realidad era tanto como para pedir su renuncia y eventual “cancelación”.
Es difícil escoger lados en esta situación, a veces uno justifica la “cancelación” de unas personas y otras veces no, realmente depende del caso del que se esté hablando. Lo que es claro es que todos debemos hacernos responsables de nuestras acciones. Sin embargo, a la hora de juzgar a otros, hay que medir las consecuencias, no es posible castigar un chiste o comentario de la misma manera que a un acto criminal. Es cierto que hoy día hay mucha más sensibilidad y reconocimientos en cuanto a raza, género, etc. Y esto hace que veamos como inapropiados muchos comportamientos que hace unos años eran aceptables, pero precisamente hay que tener en cuenta que los tiempos cambian y las personas también.
Natalia Oviedo
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