A finales de los años setenta Oscar Muñoz compró por kilo cerca de 3500 contactos y negativos del estudio fotográfico Instantáneas Panamericanas de Cali. Las fotos habían sido tomadas por foto-cineros, fotógrafos de a pie que capturaban al viandante y lo palabreaban para que reclamara la instantánea en el laboratorio.
En su libro Archivo por contacto Muñoz expone y habla sobre cómo trabajó este material. En principio proyectó algunas de esas imágenes sobre el río Cali, desde el mismo puente que sirvió de locación a muchas de las fotos. Con esta acción de arte fluvial Muñoz actualizó a Heráclito, incluso lo parafraseó: “nadie se fotografía dos veces en el mismo lugar”.
Muñoz también cuenta de fotógrafos fotografiados por accidente, y hasta él mismo se pisa la sombra, y delata su capacidad de abismarse ante la imagen, cuando captura una historia mínima intuida a partir de dos fotos: “una niña llevada de la mano de su madre, voltea a mirar hacia atrás; algo, fuera del marco de la foto, le atrae más que la cámara que tiene delante de sí; no habría tensión alguna en esta imagen si no fuera porque en otra fotografía encontré el motivo de su atención: en ella vemos también a una madre que camina con su hijo en sentido contrario; la línea de la mirada de la niña se dirige hacia el chiquillo y hacía el fotógrafo que las fotografía: dos instantáneas hechas casi al unísono por dos fotógrafos que se hallaban en posiciones encontradas”.
Es posible que en Oscar Muñoz, protografías, la exposición del Museo de Arte del Banco de la República, los espectadores hayan sido víctimas del mismo flechazo que sufrió la niña de la historia intuida por Muñoz; espectadores abismados sobre estos bordes de memoria donde se construyen y destruyen las imágenes.
Dicen que Colombia pasó de la mula al avión, con Muñoz se podría hablar de cómo el arte pasó del carboncillo al pixel. La exposición es explícita en esto, de ahí el título esencialista escogido por los curadores, y el orden contextual que le dieron a la obras. El flujo de imágenes es continuo aunque tiene uno que otro tropiezo, el más evidente es un cajón inmenso que alberga una obra menor y redundante, y que opaca y hace sombra a una obra discreta pero icónica, como lo es Aliento, donde hay que exhalar sobre un vidrio para animar la imagen.
La exposición, tensada entre dos tiempos —el de la cronología de las obras y el de su puesta en escena como conjunto monográfico—, es un contrapunto entre “dos instantáneas hechas casi al unísono por dos fotógrafos que se hallaban en posiciones encontradas”: el Muñoz artista y el Muñoz curado, historizado.
Al salir del museo, al cerrar la muestra, el acto de recordar esta vivencia será parte fundamental de la pulsión que ha logrado darle este artista a su trabajo: imposible olvidar esta exposición pero, ¿cómo la recuerdo? La respuesta no está en imagen o texto alguno, tampoco en la virtualidad de la completa y bien lograda página de internet que intenta fijar la memoria de Protografías. Muñoz, más que objetos —carboncillos, cortinas, videos, papeles, piletas—, hace instantáneas.
(Publicado en Revista Arcadia # 78)