Por Juan Fernando López*
Algo que se ve de manera recurrente en este país es el acto de copiar; no tanto por la falta de ingenio, pues la malicia indígena de la que nos jactamos contiene mucho, sino por el desconocimiento de nuestros problemas y necesidades que nos permitieran tomar decisiones sensatas. No tenemos ni idea cuál es nuestro estado de bienestar y por eso copiamos. Traemos de afuera modelos de poca relevancia y fuera de contexto que, al final del día, desvían la atención a cuestiones urgentes. Como resultado, dichas soluciones traen los problemas que intentan resolver, porque al fin y al cabo ¿qué es una solución sin problemas? Problemas inventados para soluciones que no se necesitan.
Me refiero al sinsabor que siento con el distrito de arte en Bogotá, proyecto que con apenas unos años de consolidación ya tiene aires de decadencia. San Felipe, barrio escogido para albergar tan anhelada empresa, ha respondido, desde el comienzo, a intereses inmobiliarios, se desarrolló para ello: su nacimiento se materializó a partir de intercambios entre bienes y servicios artísticos, ocupando casas de San Felipe que hicieron las veces de estudios en un cambalache “gana-gana”. Hoy estas casas ya no existen, ya cumplieron su función al igual que los artistas que las habitaron. En el corto o mediano plazo se espera que se instalen restaurantes, librerías con toda la producción editorial de Taschen, cafés que no sirven tinto y otros negocios que, junto con unas cuantas latas de espray le darán el look pintoresco al barrio que toda foto tendrá de fondo. El distrito artístico que estamos tratando de implementar vino vuelo directo desde Miami. Sin escalas.
En un país donde las instituciones artísticas, encargadas de sostener el desarrollo del circuito y sus agentes son insuficientes, un distrito cultural es una alternativa razonable y realizable: es el resultado de una organización entre personas activas del sector artístico junto con habitantes del lugar que buscan mejorar las condiciones para el desarrollo de las prácticas artísticas y culturales y que aporten al mejoramiento de otros sectores de la economía vecinal; Se trata de un espacio de creación y difusión cuya influencia se pueda replicar en otros polos de concentración artística a nivel local y nacional. Dicho esto, y volviendo a la situación actual, es sensato hacer un sondeo y preguntar, en cualquier conversación con las personas que trabajamos, artistas, curadores, colegas, etc., si hay algún sentido de pertenencia y representación que el distrito de arte despierte en ellos.
¿Acaso podemos ver a San Felipe tomando las riendas del asunto? Probablemente ni en la agenda se encuentra, estamos ocupados buscando problemas para las soluciones made in USA como lo son el gentío, la música y demás cosas que motiven al público a bajar más allá de la Caracas.
San Felipe continuará su renovación y valorización, hay muchos intereses económicos por delante. Tan solo con caminar unas cuantas cuadras a la redonda se pueden ver al menos tres o cuatros proyectos inmobiliarios de vivienda, esto sin contar los proyectos de oficinas, empresas de seguridad y quien sabe cuántas cosas más. También habrá nuevos espacios de arte: galerías, espacios independientes, estudios de artistas que se irán tan rápido como llegaron. Porque en el distrito del arte la prioridad no es el arte y si así lo fuera, se tiene como referente un modelo que nada tiene que ver con la situación de nuestra comunidad artística, pues la cortina brillante que hemos instalado para el deleite del público, que da la ilusión de un medio floreciente y misterioso, oculta la incesante precarización de la práctica artística que, adicionalmente, influye en la calidad y pertinencia de los proyectos artísticos.
Es necesario aclarar algo: el desarrollo inmobiliario de esta zona no va en contravía de un proyecto concienzudo de distrito cultural cuyo modelo sea aplicable a la coyuntura del circuito local y nacional. Entendiendo esto, lo que se debe evitar es que los intereses de posicionar el barrio como área de inversión dicte el porvenir y los afanes de la agenda artística o, lo que es peor aún, echarnos el pajazo mental de que la creciente popularidad del barrio da cuenta de un sector artístico que está saliendo de la oscuridad a encontrarse con el mundo y que esto nos beneficia. En los años que se ha tratado de consolidar San Felipe como referente cultural, nos encontramos en el momento más pobre de producción artística, que paradójicamente coincide con la etapa en que más visitantes recibe.
Desde el ingenuo optimismo que me invade al trabajar desde San Felipe (la ingenuidad siempre la he visto como cualidad), no tanto por su fama en el nororiente de la ciudad como por su potencial de ser una plataforma de incubación de ideas y la capacidad de cuestionarse a sí misma con el fin de consolidar una estructura sólida y vinculante, veo que las realidades que nos agobian pueden alterarse para un eventual beneficio. ¿qué está pasando hoy? Medimos el éxito o fracaso de un evento como si se tratara de un comercio cualquiera que puede capitalizar fácilmente la afluencia de personas: la comida, la cerveza y los helados se venden donde se pongan, sea en un evento de arte o en un recital de flamenco. Es necesario dar prioridad a aquellos que crean la programación artística, así como es responsabilidad de los espacios/talleres/galerías proponer una agenda que contemple esfuerzos y proyectos con un espíritu de asociación del ecosistema artístico más allá del espectáculo.
*director de Plural nodo cultural.
1 comentario
Vivo en San Felipe, y veo en carne propia CERO apropiación por parte de la comunidad residente. Una ADN sin gobernanza, ni articulación con la comunidad es más y más naranja desteñida. De qué sirve un distrito para “la familia Miranda”? Hay otros intereses (inmobiliarios) allí. Mucho qué pensar….