El tratamiento Ludovico. Procesos artísticos y dinámicas políticas en tiempos de pandemia

Como quizás recuerden dicho tratamiento fue utilizado en La naranja mecánica de Stanley Kubrik por los siquiatras que intentaban curar la innata propensión a la violencia del protagonista. Para hacerlo lo ataban a una silla, sujetaban sus párpados con unas pinzas y le obligaban a ver por horas enteras películas cargadas escenas de violaciones, mutilaciones y asesinatos, mientras escuchaba ininterrumpidamente la Novena sinfonía de Beethoven. Los bienintencionados siquiatras confiaban en que la tortura causada por la repetición ad infinitum de los objetos del deseo forzaría a su paciente a renunciar a ambos.

El tratamiento Ludovico

Por Carlos Jiménez

Fernando Castro Flórez es un notable filósofo que, aunque centrado en el arte contemporáneo y en la estética, exhibe una amplitud de intereses y preocupaciones de las que es una buena prueba el libro que ahora viene a añadirse a su ya copiosa producción literaria. No en vano su título, Cuidado y peligro de sí, es acompañado por este ambicioso subtitulo: «Procesos artísticos y dinámicas políticas en tiempos de pandemia». El libro es además una demostración adicional de su singular manera de apropiarse y de pensar aquello que le interesa y apasiona y sobre la que cabe reflexionar a partir precisamente del «tratamiento Ludovico» por lo que el mismo supone de alegoría de los efectos conductistas del incontenible torrente de imágenes que actualmente nos modela y remodela sin apenas tregua. Como quizás recuerden dicho tratamiento fue utilizado en La naranja mecánica de Stanley Kubrik por los siquiatras que intentaban curar la innata propensión a la violencia del protagonista. Para hacerlo lo ataban a una silla, sujetaban sus párpados con unas pinzas y le obligaban a ver por horas enteras películas cargadas escenas de violaciones, mutilaciones y asesinatos, mientras escuchaba ininterrumpidamente la Novena sinfonía de Beethoven. Los bienintencionados siquiatras confiaban en que la tortura causada por la repetición ad infinitum de los objetos del deseo forzaría a su paciente a renunciar a ambos.   

Yo fui sometido a una variante de este tratamiento de choqueen Dominó caníbal, la edición del PAC de Murcia curada por Cuauhtémoc Medina en 2010.  Ahora mismo no recuerdo si la idea fue de Cristiana Lucas o de Kendel Geers, pero sí en que consistió. Me llevaron a una sala a oscuras, me pidieron que me sentara y que comentara en voz alta las imágenes de exposiciones, obras de arte y acontecimientos que a renglón seguido se proyectarían en la pantalla. Me explicaron además que mi performance se grabaría y que el vídeo resultante haría parte de la exposición entonces en curso, cuyo leit motif, como la del resto de las exposiciones era el canibalismo. Di por hecho que el artista quería mostrar a un crítico de arte haciendo en caliente su tarea. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando antes de que terminara de improvisar mi comentario sobre las primeras imágenes proyectadas, se proyectaron otras y cuando tampoco había concluido de comentar también estas, se proyectaron las siguiente y así sucesivamente a lo largo de 20 o más agobiantes minutos. Al final no termine de decir nada coherente sobre tan avasallador flujo de imágenes. Solo anacolutos, fragmentos inconexos de un discurso a la postre ininteligible. La demostración a lo Santiago Sierra, de la imposibilidad de un ejercicio coherente de la crítica en un mundo sobresaturado de imágenes cuyo movimiento crecientemente acelerado tiende a reducir a cero el tiempo y la distancia exigidas por la contemplación y la reflexión.

Este nuevo libro de Fernando Castro Flórez demuestra por el contrario que si es posible dominar el torrente desaforado de imágenes y de triunfar donde fracasé estrepitosamente. Por razones que me resultan tan incomprensibles como los designios del Señor, él es capaz de hacerse cargo de tan abrumadora profusión y de hacerlo mientras simultáneamente atiende otra torrencial fuente de innovaciones en perpetuo movimiento. Me refiero a la producción de teorías sobre nuestra sociedad, nuestra cultura y nosotros mismos, todas sometidas actualmente a un flujo de interpretaciones que se superponen y se suceden antes que puedan ser asimiladas cabalmente y menos aún rumiadas nietzscheanamente. Esta hiperinflación teórica quizás sea expresión del problema que Heidegger intentó captar afirmando que «la provisionalidad del pensamiento» contemporáneo deriva de su incapacidad de despejar «el carácter enigmático de la técnica». La hiperinflación sería una respuesta histérica a dicha provisionalidad. O simplemente resultado del hecho de que nuestro mundo es tan complejo y proteiforme que ningún pensador es capaz de ofrecer una interpretación coherente y a la vez suficientemente comprensivo del mismo. Tampoco cabe descartar como una de las causas de esta hipertrofia el impacto del branding en una esfera como la del pensamiento que se da por exenta de cualquier proceso de mercantilización. De hecho, en los ensayos que – junto con los comentarios sobre artistas – componen esta obra cumplen papel crucial las citas o menciones a los que siendo presentados como conceptos o enunciados apofánticos podrían ser leídos tranquilamente por un especialista en marketing como etiquetas, logos o lemas. Aceleracionismo, efecto Beaubourg, ecología de las imágenes, estética del desastre, fenomenología del fin, máquina molecular, narcolepsia escópica, realismo capitalista, teoría del dron, viralizados en la red in-comunicativa son algunos de los términos de un listado por lo demás muy nutrido.   

El éxito de Castro Flórez en esta tarea cabe atribuirlo tanto a su capacidad sobrehumana de trabajo como a la naturaleza de su discurso. O sea, a su virtuoso empleo de las técnicas del montaje y la yuxtaposición deudores del cut up usado por William Burroughs, que le permite reunir en un todo discursivo legible conceptos y términos pertenecientes a discursos heterogéneos y con frecuencia contradictorios o inconmensurables. Y en el que la suerte de la verdad no corre cargo de la coherencia y la pertinencia de la argumentación como del carácter ostensible del texto, de su capacidad de mostrar cómo es su objeto.  El texto es entonces un collage y un palimpsesto, que guarda una relación de hilemorfismo sino con el mundo por lo menos con la manera como actualmente pensamos y representamos al mundo.

En este collage cabe advertir sin embargo dos sesgos. El primero es el pesimismo. Si su libro anterior se titulaba elocuentemente Mierda y catástrofe en este campan las distopias que remiten a una sociedad «catastrófica», poblada de idiotas sometidos a control y a manipulación a gran escala mediante los poderosísimos recursos ofrecidos por las redes sociales y el Big Data. Una sociedad que para Castro Flórez es incapaz «de despegar (un mínimo) pensamiento crítico con el tsunami pandémico». Y en cuyo mundo del arte abundan «los malos olores» y las operaciones fraudulentas. Al segundo sesgo podríamos calificarlo, con Gramsci de «optimismo de la voluntad» contrapuesto al «pesimismo de la inteligencia». A pesar de los pesares, nuestro autor confía en la posibilidad de «activar el potencial critico del arte» y le quedan los arrestos suficientes para invitar a sus lectores a impedir que la indignidad siga imponiendo su <Ley> «articulando un poder asambleario que será expresión de lo políticamente correcto, sublevándonos contra el estado catastrófico del mundo. No se trata de entretejer eufemismos sino de entre- tenernos para conseguir una vida digna en común». Que así sea.   

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Cuidado y peligro de sí. Procesos artísticos y dinámicas políticas en tiempos de pandemia es resultado de las investigaciones con las que Fernando Castro Flórez preparó la exposición homónima celebrada en la Sala Amos Salvador de Logroño en La Rioja, en noviembre de 2020 y de la que fue comisario. Incluyó obras de Arturo Caricedo, Maite Centol, Esther Ferrer, Regina José Galindo, Rodrigo García, Rocío Garriga, Diana Larrea, Almudena Lobera, Teresa Margolles, Eugenio Merino& Indecline, Liliana Porter y Ana Tiscornia, Abigail Reyes, Bernardí Roig, Avelino Sala, Domingo Sánchez Blanco y Santiago Talavera. Todos ellos objeto de un breve y agudo comentario recogido por el libro.  

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