Muchos dijeron que el Partido Verde, encabezado por el candidato Antana Mockus había ganado en la primera vuelta en las elecciones presidenciales de 2010. El 42% que obtuvo, frente al 39% del Partido de la U, encabezado por el candidato Juan Manuel Santos, fue un indicador sospechoso, sobretodo porque en la elecciones al congreso de ese mismo año ya se habían presentado hechos graves. Carlos Ariel Sánchez, registrador Nacional del Estado Civil –máxima autoridad electoral de ese entonces–, había dicho que “hubo fraude”, que fue hasta con los “dedos de los pies”, y alcanzó a pronosticar lo peor cuando dijo: en la elecciones presidenciales “también habrá” más de lo mismo.
Algunos analistas habían buscado estudios de caso de esa corruptela electoral. Por ejemplo, uno analizó el caso del Departamento del Cauca, y mostró cómo las sumas de votos a congreso y senado eran erradas, los votos hacían metamorfosis a conveniencia, de ajudicados a blancos y de blancos a adjudicados; en una cárcel donde había 24 presos habían votados 251 personas; todo esto sin contar otros fenómenos de votos cautivos: los de grupos de bajos recursos a los que se prometía la continuidad en la entrega de subsidios estatales como contrapartida a la elección de los candidatos oficiales. O sin tener en cuenta los intereses de los nuevos ricos, o grupos emergentes de contratistas del Estado que, luego de más de ocho años de gavelas, habían consolidado un roscograma para autoperpetuarse a como diera lugar.
A pesar de las protestas, el Partido Verde celebró el paso a la siguiente ronda, además era lo único que podía hacer, celebrar; a pesar de haber convocado ampliamente por Internet a un grupo nutrido de testigos electorales, el día de las elecciones pocos se presentaron y sin testigos las irregularidades no pudieron ser reportadas. Una vez más el compromiso se limitó a una euforia virtual.
El tiempo entre las elecciones del 20 de mayo y las elecciones del 20 de junio sirvió para que los mecanismos de amarre de votos a favor del candidato oficial se perfeccionaran. El repunte de Mockus durante la campaña para la primera vuelta había sido sorpresivo, pero ahora, que se cifraba como una amenaza real para el status quo de arribistas y el status quo tradicional, el Frente Nacional amalgamado durante los dos gobiernos de Alvaro Uribe Vélez tuvo tiempo suficiente para rehacer alianzas políticas y afinar principios de propaganda. Incluso, el mismo presidente, como era habitual, y a pesar de las apocadas y rutinarias advertencias del Procurador, tomó partido y por ejemplo, en una intervención, dijo: “El Profesor” —para referirse a Mockus— “recorre el país en compañía de artistoides con lenguaje intelectual”.
Era más que obvia la posición y participación del Gobierno a favor del candidato de la U. Sin embargo, esto no pudo parar la Ola Verde, ese tsunami de ciudadanos que preferían el país de responsabilidades y derechos de la Constitución del 91 a pastar como un rebaño dócil y cautivo en los lotes de engorde del país feudal. El día de la segunda vuelta, hacia el final de la tarde, Juan Manuel Santos perdía por un pequeño margen de 90 mil votos. Hubo confusión. Los grandes medios insinuaron que los datos estaban trastocados. El ministro de Justicia e Interior, Fabio Valencia Cossio, criticó los reportes de la Registraduría y en ese momento la página de Internet que daba informes oficiales calló porque se cayó. Ya se hablaba de conspiración. Poco antes de la medianoche vieron ingresar al Ministro a las oficinas de El Tiempo. Su presencia allí era prueba de que algo extraño ocurría. “A la 1 de la mañana nos acostamos a dormir con el triunfo de Mockus y al otro día nos despertamos con la victoria de Santos”, comentó Juanita León, por aquellos tiempos directora de La Silla Vacía, un portal de política que terminó por desaparecer por falta de pauta.
Los días que siguieron fueron de revueltas, pánico, protestas, violencia contenida, decisiones históricas y propuestas absurdas. Una reportera, Olga Lucia Jordan, evocaría la escena que vio en la casa de Antanas Mockus, una de las que más la han impresionado en su vida: “Lucho Garzón , en medio de la discusión con la gente del Partido Verde, sostenía que si Mockus se ponía su viejo uniforme de supercívico o el traje de sastre que usó en la posesión como Alcalde de Bogotá, la ola verde lo iba a asumir como el nuevo Presidente y como un tsumani nacional de opinión iban a tumbar al gobierno espureo”. Todos los allí reunidos intentaron encontrar los vestidos del candidato. No los hallaron. Cuando ingresaron a su habitación, su madre, Nijole Sivickas, se les atravesó. “Antanas no sale de acá porque tiene gripa y está haciendo mucho frío para ponerse esa trusa”, dijo, tajante e inconmovible. Hasta ahí llegó el golpe de opinión al Estado. Algunos propusieron hacer un gobierno simbólico, con gabinete a la sombra y acto de posesión, como lo había hecho en México el candidato López Obrador en el 2006 en su intento por impugnar las elecciones, pero la idea fue descartada, esa campaña, luego de una larga y nutrida protesta, había sido estrangulada por la cotidianidad que siempre tiende a ser conservadora.
Además, en Colombia, lo que siguió fue lo inevitable: el día 11 de junio, 9 días antes del robo de las elecciones, se había iniciado un fenómeno mundial que con el tiempo y con la ayuda de los grandes medios colmó toda la atención: el Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010. Fútbol mata fraude. El gobierno, con la disculpa de estar haciendo pruebas técnicas para el tercer canal de televisión, renegoció los derechos con los proveedores oficiales y transmitió la totalidad del certamen 24 horas al día, toda Colombia vibró cuando Brasil derrotó a Italia en la final, algunos vieron esa victoria del equipo auriverde como un eco lacónico de la ola verde. El inconsciente colectivo tuvo su desfogue.
Cuatro años después, un grupo de mimos pintados con la cara de verde se robó el sombrero de Carlos Pizarro en una toma al Museo Nacional proclamando «Pizarro, tu sombrero vuelve a la lucha». Nacía el movimiento insurgente 20 de Junio. En las elecciones para presidente del 2014 triunfó un candidato hasta entonces desconocido. El candidato del partido DMG se la jugó al resentimiento y montado en un péndulo que ahora viraba hacia el populismo de izquierda —luego de más de doce años de demagogia de derecha— y con el exitoso lema de “Amor y dinero”, llegó a ser el mandatario legítimo de los colombianos. Lo primero que hizo fue nacionalizar la banca y encarcelar al empresario Luis Carlos Sarmiento. En los años que siguieron se mantuvo el desplazamiento forzado pero esta vez no solo se trató de campesinos que abandonaban sus tierras ante las presiones de la guerrilla y los grupos paramilitares —las franquicias armadas del narcotráfico—, a las estadísticas se sumaron migrantes de clase media y alta, empresarios, periodistas, estudiantes e intelectuales. El destino más frecuente para algunos de estos nuevos desplazados fue Miami, otros optaron por Lima y Quito, ninguno optó por Caracas, con Chávez en el poder: los migrantes colombianos ya tenían suficiente de tragedia como para vivir esa comedia.
Lucas Ospina
*El redactor de este artículo vive en Berlín y es profesor del Leni Riefenstahl Institute.
Publicado originalmente en la Silla Vacía