Felipe González estudió arte con énfasis en proyectos culturales en la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Ha participado en algunos proyectos de investigación, gestión y docencia. Actualmente está montando una editorial con su amiga Juana Hoyos y trabaja en dos grupos de investigación.
Julian Serna: Como parte de su proyecto de grado, usted fue asesor de otros proyectos de grado de sus compañeros, y luego se desempeñó como profesor aprendiz en la institución de la cual es egresado. Desde estas experiencias, ¿cómo ve la academia? ¿Qué tipo de problemas ve en la formación artística colombiana?
Felipe González: La situación del campo de la enseñanza del arte, en general, es compleja. En gran parte debido a la velocidad con la que se ha desarrollado el proceso de profesionalización del arte durante las últimas décadas, que obliga a las facultades a responder a una estructura legal y administrativa frente a la cual la mayoría de docentes y directivos (por lo menos entre los que se han formado en áreas afines al arte) no se sienten cómodos.
De cualquier manera siempre existirá una tensión entre los diferentes objetivos de las facultades de arte, porque las universidades tienden a querer estandarizar y regularizar los perfiles de sus estudiantes; pero al mercado del arte no le interesa lo estándar ni lo regular; y las facultades, en alguna medida, quieren y deben responderle al mercado para justificarse a sí mismas.
Esta tensión en sí misma no constituye ningún problema, pero es permanente el riesgo de que uno de estos dos objetivos nuble la visión sobre el otro. El reto estaría en que las facultades lograran mantener esta tensión, permitiéndole a los estudiantes abordar diferentes posiciones frente a ella, e incluso que reflexionen y actúen a partir de ella.
¿Qué es “Profecías y resonancias”? ¿Cuál es la importancia de espacios como estos en la construcción de pensamiento en torno al arte?
Como usted ya lo dijo, como parte de mi proyecto de grado, fui asesor de algunos de mis compañeros para sus proyectos de grado. Durante un semestre, lo único que hice fue reunirme con ellos, escuchar lo que habían hecho con sus proyectos, y comentarlos, hacer preguntas, compartir bibliografía, y esas cosas. Tuve un año para elaborar mi proyecto. El segundo semestre, me seguí reuniendo con ellos, pero sentía que sus proyectos ya se habían desarrollado mucho y, en general, no era mucho más lo que yo podía aportarles en las reuniones; yo había recibido más de lo que había dado, así que me puse a pensar en cómo podía retribuirlo y, para el siguiente paso, me concentré en lo que se suele llamar “formación de público”.
El público que definí fueron los mismos estudiantes, empleados y profesores del departamento de arte. Profecías y resonancias eran dos publicaciones quincenales (o si se quiere una semanal, la semana que no se publicaba una se publicaba la otra), dirigidas a este público. El formato era una hoja tamaño carta impresa por un solo lado, de la cual sacaba doscientas fotocopias; las fotocopias eran financiadas en su totalidad con la venta de publicidad en un pequeño cuadro en algún lugar de la hoja, los patrocinadores comenzaron siendo amigos y familiares, y más tarde se incluyeron a esta lista algunos lectores que se interesaron, e incluso el mismo puesto de fotocopias donde encargaba las reproducciones. El ejercicio duró dieciséis semanas. La idea no era hablar siempre de los proyectos de grado, que se iban a presentar públicamente al final de ese período; un par de veces sí se habló de eso, pero más que nada, la idea era ofrecer un espacio donde se tocaran temas que permitieran el encuentro de los diferentes participantes de ese público que se había definido (como lectores o como autores). En Profecía se hablaba de cosas que fueran a pasar, y en resonancias de cosas que ya hubieran ocurrido.
Estos proyectos son muy particulares en el sentido que distan de lo que se entiende normalmente por el espacio alternativo, un espacio que se divorcia de las instituciones ante una serie de carencias que encuentra en estas, en lugar de ello estos espacios de discusión surgen desde iniciativas independientes con el fin de tapar ciertos vacíos que las instituciones han dejado en su constante proceso de construcción.
¿Cómo ha sido la experiencia de manejar dichos espacios? ¿Qué relación han establecido estos proyectos con el público y las instituciones?
No me gustaría que el acto de “tapar los vacíos que dejan las instituciones” se interpretara, solamente, como una protesta. Sí me interesa establecer un dialogo con las instituciones, y formular análisis desde perspectivas críticas; pero estoy, de alguna manera, muy agradecido con cualquier persona que haya sido medianamente responsable de la existencia de estos “vacíos”. En mi opinión, las estructuras institucionales son muy importantes para potencializar las posibilidades de reflexión y de acción de las personas; pero una estructura muy rígida puede ser asfixiante, y estas estructuras tienden a volverse cada vez más rígidas si quienes las habitan no se esfuerzan por mantener un equilibrio, y esto reclama una atención constante.
Casi que se podría decir que algunos de esos “vacíos” institucionales deberían ser decretados como patrimonio inmaterial de la humanidad, porque muchas veces son ellos, precisamente, el único lugar desde el cual uno puede detenerse a reflexionar. El problema es que una protección excesiva de ellos implicaría perderlos, porque en el momento en el que una institución decreta que no va a tomar una decisión respecto a cualquier asunto, la está tomando. Así es que los “vacíos” se van llenando, cada vez hay que buscarlos en otro lugar, y cada vez es más difícil encontrarlos… todo va como con cierto desgaste entrópico.
¿Cómo ve la relación entre la producción contemporánea de arte y el público de esa producción? ¿Cómo se puede conformar un público para esa producción y cómo se pueden formar procesos de diálogo con ese público?
Considero que cualquier persona tiene la capacidad de interpretar un proyecto de arte, o cualquier cosa que admita diversas interpretaciones; es decir, casi todo. Las facultades de arte en general, y muchos artistas, dicen considerar eso mismo, pero por algún motivo el público general (si se puede hablar de tal cosa) parece percibir que los procesos de profesionalización del arte han hecho que este campo se cierre a la interpretación de alguien “no-iniciado”.
Esto ha hecho que la empresa privada haya disminuido sus inversiones en proyectos de arte, y se refleja en lo siguiente: si uno mira una revista especializada en arte de la década de mil novecientos cincuenta, puede verse que el espectro de quienes pautaban era muy amplio, desde aerolíneas y compañías petroleras, hasta tiendas de barrio y jardineros. Hoy en día, una revista especializada en arte es pagada por el mismo sector, en una revista así es difícil encontrar una hoja de publicidad que no promocione a una galería, o a un museo, o a un artista, o a una feria, o a una facultad de arte. Sería interesante que ese espectro se volviera a abrir, pero eso implica una fuerte labor de gestión.
Hay mucho por hacer en el sector cultural en un país como Colombia, pero no hay que esperar a que el Estado mejore las políticas; en el momento en que dos o más personas se ponen en la disposición de hablar, y escuchar al otro, a todos se le amplían las herramientas de interpretación. Y ese ya es un punto de partida para comenzar a hacer otras cosas, si se quiere.