José Hernán Aguilar y Carlos Salas han vuelto a sonar por estos días. Sobre Aguilar se acaba de publicar Duda y disciplina, un libro de Sylvia Suárez sobre su «obra» de crítico de arte; Salas, por su lado, tras una pausa de cuatro años, ha vuelto a exponer pinturas en la muestra Cartografía de la nada en la Galería Mundo en Bogotá.
Aguilar y Salas fueron protagonistas de varios capítulos del teatro crítico del arte en Colombia en los años 80 y 90, y ambos actuaron en uno de sus actos más memorables: Aguilar escribió que La anfibia ambigüedad del sentimiento, una pintura de Salas de 1,50 por 10 metros de 1989, era una de las “obras maestras” de la década. El dictamen categórico del crítico es ejemplo de lo que Sylvia Suárez destaca de la tarea de Aguilar: “Un ejercicio fuertemente enmarcado en la historia del arte (nacional y universal) como medio conceptual de la reflexión sobre las prácticas artísticas, no como norma”.
Aguilar usó la pintura de Salas como “medio conceptual” para hacer historia, pero Salas —sin dejarse mediar— respondió al acto de creación del crítico con otro acto: la destrucción de la “obra maestra”. La entregó a Nadín Ospina que, según Salas, “adquirió fragmentos de una obra de gran formato, indicando las medidas de los pedazos que necesitaba”, y la expuso a retazos como parte de Fausto, una instalación mefistofélica que era parte de una dupla certera de exposiciones de Ospina en la Galería Arte 19: si en Fausto Ospina —vía Salas— ironizó la historia del arte y los clichés de la autoría, en Bizarros y Críticos, la otra muestra, criticó la crítica: puso dos esculturas mezcla del ADN pétreo de las estatuas precolombinas con los genes caricaturescos de Bart Simpson para crear un golem muy parecido, al menos en apariencia, al físico de Aguilar. Más allá del chiste interno o de la parodia a la mirada de la Medusa de la historia, la crítica de Aguilar y la contracrítica de Salas y de Ospina fueron el agudo guión en plural de una escena viva del arte. El arte no tiene sentido en sí: son sus actores —incluido cada espectador— los que decretan su sentido; del uso que cada uno le da a las obras pende el significado.
Aguilar y Salas son ahora actores marginales, discretos. El crítico a partir de 1993 se retiró paulatinamente de la prensa, actuó en el Museo de la Universidad Nacional (curó Melancolía); ha estado inmerso en la academia y en la dictadura de sus clases (sus estudiantes lo recomiendan). Salas muestra sus obras de forma esporádica y las obras de otros con regularidad e insistencia: tiene Mundo, su galería y revista.
Aguilar y Salas parecen haber cumplido con el servicio militar obligatorio de la actuación pública, ahora están en su proceso de individuación, más allá de la pose de misántropos, han decidido abandonar el escenario; más que producir sentidos para otros, buscan el sentido para sí mismos. A otros actores, que están todavía en la etapa de las fiebres de la fama y de la infamia, les queda continuar con el teatro crítico del arte: cambian los nombres, el espectáculo continúa…
Publicado en Revista Arcadia #60