El Salón Nacional En El Liceo Celedón

Esta es la crónica de cómo supe cuál era mi colegio ideal, de lejos el más incluyente de Colombia entera.

La proyección era en uno de los salones del Liceo. Uno de esos de techos altos, con ventanas pequeñas y altas que dejan filtrar la luz desde arriba y pinta los espacios y los rostros como si fueran santos. El salón también tenía un pequeño altillo y, bajo las escaleras que conducían a él, había un cementerio de pupitres, arrumados unos sobre otros, desangarillados y chuecos, como estudiantes castigados. Había también un aire acondicionado de los años 80 archivado exactamente donde alguna vez lo instalaron nuevecito. Y las paredes pintadas de amarillo y amarillentas estaban garabateadas a lápiz, lapicero y marcador con nombres y lemas. Uno de ellos rezaba: ‘Amérika Nova más’.


Esa noche llovía en Santa Marta, copiosamente. Y en el patio central, presidido por un frondoso almendro enano, estaban las sillas de plástico volticabajeadas para evitar que se encharcaran demasiado. Y las sillas y el patio, y los salones del Liceo, y esas columnas, y esas balaustradas que limitan los pasillos, y ese color mostaza en la mitad del Caribe eran una verdadera obra de arte. Una que contenía una muestra del 42 Salón Nacional de Artistas en su aniversario 70. Ese salón, que se fue a cumplir años en el centenario Liceo Celedón para darles un espaldarazo a sus estudiantes y a su historia. Y reconocer, de paso, la importancia que ha tenido su presencia en el Caribe y en esta República.


A pesar de la lluvia, había gente en los pasillos conversando. Y gente en los pequeños salones dejándose impactar por la obra de Libia Posada, por ejemplo, que trabajó durante varios días con madres de estudiantes del Liceo. Madres cabeza de familia desterradas por la violencia. Y allí estaban, en medio de un salón con goteras, los mapas de su ruta de desplazamiento pintados por ellas mismas. Y estaban también, en otro salón, unas fotografías en blanco y negro de piernas de hombres y mujeres que tenían pintado sobre las venas su penoso periplo de abandono. Y el ambiente tenía un aire místico. De cotilleo de iglesia.

Estábamos allí para ver la aproximación poética al arte del transformismo que llevaba Rolf Abderhalden, el de Mapa Teatro, que esa noche tendría la forma de un reinado. Entonces se paseaban ellos convertidos en divas de lentejuelas, y veíamos llover en Macondo con simpatía. Había extranjeros, cachacos y costeños. Y todos admirábamos esa bella construcción del Liceo, y lamentábamos en silencio ese estado de abandono tan tenaz en el que se encuentra. Así que, cuando me topé con el rector, un samario bonachón y sonriente, me le fui encima con los reclamos.


-Tienes razón -dijo.


Luego supe que durante 15 años el colegio estuvo a merced de la desidia. Que si hubieran destinado un par de millones al año, el Liceo estaría buen mozo. Y me enteré, también, de que, desde que Simón Esmeral fue nombrado rector hace un año y medio, comenzó una nueva época en el glorioso Celedón. La biblioteca, por ejemplo, ya está restaurada. Y el año que viene comienzan las obras en todo el plantel. Que será dentro de poco tiempo el centro cultural más importante de Santa Marta. Me atrevo a decir, sin temor ni vergüenza, que será el más importante del Caribe colombiano. Porque en el Liceo Celedón cabe Colombia entera. Allí conviven hijos de este variopinto país que nos tocó en suerte. De desplazados y ex guerrilleros, de ex paramilitares, de mujeres y hombres que hacen lo que pueden para que sus hijos recuperen la dignidad perdida.

Cuando escampó esa noche, comenzó el reinado. Y aplaudimos a reventar.

Salimos de allí en estado de gracia, reconciliados con nosotros mismos y con la patria. Desde ese momento, supe que ese era mi colegio ideal, de lejos el más incluyente de Colombia entera.


Mi Liceo es tu Liceo.

Cristian Valencia