Con la liberación bajo fianza el artista chino Ai Weiwei la gran enseñanza es que para participar en el mercado del arte chino es mejor no empeñarse en derrocar a sus dueños.
Después de tres meses detenido, el artista chino Ai Weiwei fue liberado bajo fianza el martes de la semana pasada después de haber confesado evasión de impuestos y de haberse comprometido a saldar su deuda con el Estado. Por supuesto, sus seguidores lo dudan y con su liberación, en justo tono con su captura, han lanzado críticas al gobierno chino en el mismo término que lo hace el artista, acusándolo de totalitario, corrupto y abusivo.
Poca atención, en cambio, se le ha prestado al hecho de que su detención haya dejado en evidencia que él no era propiamente un “disidente” a la manera de los disidentes soviéticos sino un artista inconforme con políticas y decisiones puntuales de su gobierno, al igual que puede serlo Richard Serra, Steve McQueen, Antoni Muntadas o cualquier otro artista de Occidente con el suyo. Y que más que víctima de una persecución política por parte de un gobierno a la soviética, él es un señor que tenía problemas con el pago de sus impuestos y con las autoridades encargadas de hacer respetar la normativa urbanística, que será buena o mala, restrictiva o liberal, pero que bajo una u otra forma existe en todos los países del mundo medianamente organizados.
Aunque los medios de comunicación occidentales – especializados en arte o no – se hayan alineado para resaltar la presunta incomodidad que le produce la obra de Ai Weiwei al gobierno chino, lo cierto es que el régimen sigue intacto e incluso es un poco más rico, mientras que Ai Weiwei, no solo tiene que pagar lo que debe sino que además no ha dado ante los medios la talla de héroe de la oposición más radical, que era el papel que ellos le habían asignado y con el cual él ciertamente había coqueteado largamente.
Cabe recordar que, aún siendo un critico intransigente de los destrozos causados en el patrimonio histórico de su país por una estrategia de modernización exageradamente acelerada, no por eso rehuyó la invitación de los arquitectos Herzog et DeMeuron de intervenir en el diseño del Estadio Nacional de Beijing, conocido como el Bird´s Nest, que se constituyó en el emblema de los Juegos Olímpicos celebrados el año pasado en la capital de China. Evento que no solo cumplió cabalmente con su función propagandística de promoción a la superpotencia en irresistible ascenso sino que además hizo su contribución a que China sea hoy el mercado del arte más fuerte del mundo, valorizando la obra de los artistas chinos contemporáneos, incluida obviamente la suya. Aunque él haya justificado esa participación por su “desinteresado” amor al diseño y no por otro motivo, no cabe duda que ese Nido portentoso que es el Estadio Olímpico ha contribuido enormemente a fortalecer su nombre, su popularidad y de paso el precio de sus obras. En realidad esta es la gran enseñanza que nos ha dejado el caso Ai Weiwei: si quieres participar en el mercado del arte chino es mejor que no te empeñes en derrocar a sus dueños.
Francesca Bellini y Carlos Jiménez