Los problemas que plantean Carlos Salazar y Ricardo Arcos-Palma en sus intervenciones recientes, rompen el dique que nos separaba de buena parte del pensamiento occidental, acaban con la creencia colombiana de que Occidente comenzó a pensar con Foucault y Derrida, como Dimo García recordada en Esfera Pública el año pasado. Salazar y Arcos-Palma son buenos lectores. El buen lector está siempre dispuesto a hacernos notar la precariedad de todo pensamiento, con generosidad muestra que ser comprendido requiere como condición indispensable ser controvertido.
Salazar se aferra a un discurso ilustrado sobre la verdad que ha sido revisado por los defensores incondicionales del proyecto liberal, la llamada Modernidad, Habermas es uno de ellos. Me parece que son pocos los que hablan hoy de La Razón. Es cierto que desde un punto de vista no liberal, Heidegger recuerda que el sentido más originario de verdad alude a un proceso de ocultación. Salazar no menciona que este velar es una condición para el acontecimiento de toda verdad. A nuestro pesar, en todo mostrar se realiza un esconder; la verdad solo se manifiesta si hay ocultación, Popea sólo se mostraba con un velo; la poesía no esconde esta verdad, antes bien, la hace evidente y nos pone a pensar; por esta razón, la verdad sólo sale al encuentro de los artistas poetas. El científico moderno ha de conformarse con un verificacionismo metodológico que tiene poco que ver con la verdad; intrépido e ingenuo como Alejandro Magno, toma el método científico como su espada, corta el nudo gordiano de la poesía y se cree que podrá conquistar la realidad; no obstante, la verdad huye ante tal brutalidad.
Paradójicamente, el método científico esconde más que la poesía, por lo tanto se presta mucho más a las manipulaciones que temen, con razón, Carlos Salazar y Lucas Ospina. Uno y otro olvidan que el capitalismo se ha blindado de tal manera que es inexpugnable, sólo los giros inesperados del pensamiento poético podrían hacerle alguna mella, para ellos no ha sido preparado.
El «socratismo» es la primera expresión de resentimiento que recuerda occidente. Cuando el hombre y la mujer no pueden ser artistas poetas han de conformarse con la ciencia, la filosofía o la etnografía. Recordemos que el joven Platón cuando conoció a Sócrates ya había escrito algunas tragedias, también que el padre de Sócrates fue un escultor menor. Sabemos que Sócrates persuadió al joven Platón para que dejara de ser artista poeta, sin éxito, por supuesto. Arcos-Palma recuerda que es Nietzsche quien pone en cuestión el «socratismo» de la tradición del pensamiento occidental. «Socratismo» es el intento de reducir el mundo poético de la vida a Idea, eterna, inmutable e infinita; con resentimiento hoy hablamos de El Concepto en el arte, en el mismo sentido que Platón hablaba contra sí mismo de Idea.
Los metafísicos se han valido de todo tipo de extravagancias para negar la vida poética, como aquella que sirvió de fundamento al cristianismo: este mundo en que vivimos no es el verdadero, es una copia de Las Ideas. Hoy sabemos que esta verdad no puede ser más falsa. Dentro de esta tradición de despotismo ilustrado las artes poéticas han sido arrinconadas, marginadas de la sociedad; los platónicos encargados de controlar el sentido de la imagen poética, temen que siga propagando que la única verdad es que no hay verdades eternas: las artes poéticas abren interrogantes, nunca los bloquean. La tradición que nos recordó Salazar está construida sobre una extravagancia aún más mendaz: El Concepto es lo esencial: la poesía es puerilidad: El concepto es disciplina de varones: la poesía asunto de mujeres. En otra oportunidad me referí a esta neurosis moderna, como el ascetismo que caracteriza de manera especial a la tradición burguesa desde el siglo XIX.
Para terminar me gustaría complementar las reflexiones oportunas de Ricardo Arcos-Palma con dos datos. La Grecia Antigua no alcanzó a reconocer plenamente a las artes plásticas como poesía porque las consideraban imitativas, artesanales, artes serviles; en otras palabras, los griegos creían que en ellas no se daban los procesos de pensamiento que se realizan en las artes liberales. Recordemos que fue Leonardo y sus coetáneos, quienes lograron el pleno reconocimiento de las artes plásticas como artes liberales, es decir, como poesía, como la actividad que abre una multiplicidad de interrogantes, como actividad no servil, no sujeta a los intereses de ninguna ideología o ciencia, sea la política, la filosofía, la etnografía o la cultura. Ahora, ¿qué duda cabe que puede haber artistas venales susceptibles de ser manipulables? Pero, ¿no es esto otro problema? Por supuesto, la imagen poética puede confrontar a la construida con fines publicitarios. No obstante, sin poesía aquella imagen quedará como el burro que es amarrado para que se pelee con el tigre-capitalismo. Como el Cancerbero de la tradición griega, este tigre no lo puede domesticar ninguna Razón.
Jorge Peñuela