El escritor Michel Houellebecq actúa como Michel Houellebecq en El mapa y el territorio, su última novela. Jed Martin es el protagonista y como artista recurre a Houellebecq para que le escriba el texto del catálogo de su próxima exposición. Escritor y pintor hacen amistad y ese diálogo sirve a Houellebecq para ensayarse en la estética.
En una escena el artista visita al escritor para entregarle un retrato que le ha hecho. Houellebecq no escribe hace un tiempo, el escritor dice que hace meses comenzó un poema sobre pájaros pero tuvo que cambiar de animal y pasó a escribir sobre Platón, su perro, y añade: «es uno de los mejores poemas nunca escritos sobre la filosofía de Platón, y seguramente también sobre los perros. Será una de mis últimas obras, quizá la última».
El escritor invita al pintor a comer y le dice: «Los pájaros son nada. Manchitas de color vivas que incuban sus huevos y devoran miles de insectos revoloteando patéticamente de un lado a otro, una vida atareada y estúpida, completamente consagrada a devorar insectos (a veces se dan un modesto festín de larvas), y a la reproducción de su especie. Un perro lleva ya en sí un destino individual y una representación del mundo, pero su drama tiene un aspecto diferenciador, no es histórico y ni siquiera verdaderamente narrativo, y creo que yo he roto un poco con el mundo como narración, el mundo de las novelas y las películas, y también con el mundo de la música. Ya solo me intereso por el mundo como yuxtaposición: el de la poesía, el de la pintura. ¿Quiere un poco más de cocido?.»
El rompimiento de Houellebecq va en contravía de la manera como entendemos el mundo y de como vemos el arte en la actualidad.
En vista de que no podemos dominar los hechos, preferimos ver el mundo como yuxtaposición: por razones de interés, incompetencia, desgracia o aparente necesidad asumimos la historia como un flujo paralelo sobre el que no tenemos memoria o control alguno, y menos aun parte de responsabilidad. Y al arte, todo ese arte que está a tono con la poesía, le damos el tratamiento contrario: confiamos en historiadores, críticos, maestros, periodistas, gestores y mercaderes para que a punta de historia, interpretaciones, lecciones, anécdotas y datos nos cifren la experiencia en el marco secuencial que da el mundo como narración. Así, los artistas, en aras de ser legibles, hacen un arte que se debe más a lo histórico y menos al instante, son más narrativos, menos poéticos, más institucionales, menos asociales.
Hacer una narración del mundo, ver y entender lo que pasa día a día, exige plantear un problema y ofrecer al menos un gesto de solución, un ejercicio constante de memoria y crítica; pero ahí, abrumados por los hechos, nos damos una licencia poética, hacemos una artistada, usamos la yuxtaposición como pretexto y escurrimos el bulto. Y mientras tanto en el arte, donde no hay que pedir ni dar explicaciones, sino solo saber estar ahí, nos comportamos como abogados y notarios de la estética, narramos en exceso, evadimos ese drama diferenciador, efímero, sutil y vigoroso que hasta un perro imaginario llamado Platón sí parece comprender.
(Publicado en Revista Arcadia #82)