el ministerio 10 años después…

Este siete de agosto se conmemora una década de la creación del Ministerio de Cultura. ¿Se ha cumplido con lo propuesto inicialmente? ¿Se ha burocratizado el manejo del tema cultural por parte del Estado? ¿Aparte de los salones y las becas qué hace este ministerio?

Anexo fragmento de un artículo publicado en la revista Cambio y un nota publicada en El Espectador.

carlos alberto vergara

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[…] Para Beatriz González, pintora, historiadora y curadora, la tarea que está cumpliendo el Ministerio de Cultura en artes es insuficiente y no ha cumplido con las promesas planteadas cuando fue creado en 1997. «Aún no contamos con seguridad social que fue una de las banderas para promover el Ministerio», dice. Pero reconoce que lo que mejor ha logrado es el programa de becas y estímulos, gracias a los cuales muchos artistas e investigadores han podido desarrollar sus proyectos. Considera importante que se haya conservado a lo largo de esta década una tradición tan importante como el Salón Nacional de Artistas -a pesar del boicot que intentó hacerse, desmontándolo y reconfigurándolo bajo el rótulo de Proyecto Pentágono, que no logró mantenerse-, que fue creado hace 67 años. Sin embargo, siente que cada día es más difícil responder a su función inicial que es mostrar el país desde las artes. «Aunque el SNA sobrevive, es algo esquizofrénico -explica- porque la intención de representación del país, ahora realizada a partir de curadurías regionales, impide que el país esté representado. De haber sido un espacio abierto por años, hoy día, es por invitación de los curadores, lo que termina excluyendo a muchos artistas».

El SNA, al ser de los pocos espacios en donde se puede mostrar el trabajo de un artista, esto resulta siendo un inconveniente. «Aún nos deben a los artistas espacios dignos donde mostrar nuestra obra. Es impostergable la ampliación del Museo Nacional y sería fundamental ayudar a los museos regionales para que puedan cumplir con esta tarea», continúa.

Y, finalmente, el problema irresuelto de volver relevante en la agenda nacional el tema de la educación artística. «El Ministerio de cultura debería recibir los frutos de una buena educación artística impartida por el Ministerio de Educación», dice González. Sin embargo, como lo previene Clarisa Ruiz, de la Dirección de Artes del Ministerio, «todavía la educación artística está enfocada en el empleo del tiempo libre, y es mucho más que eso, se aprende a hacer producción de sentido en todos los campos gracias al arte y la cultura. Pero por ahora, estamos haciendo asistencialismo para pasar el tiempo libre. Todavía es difícil que vean que la producción de referentes nos une y eso es, finalmente, lo que hacen los artistas, son generadores de contenido».

Retos todos, que vale la pena tener en cuenta para hacer un balance más realista de los diez años de existencia de este ministerio.

fuente > http://www.cambio.com.co/paiscambio/736/3665523-pag-4_5.html

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«El desafío cultural»

El Ministerio nació en medio de un debate sobre la burocratización de la cultura y la necesidad de darle solidez a un sector que se sentía desprotegido. Diez años después se recuerda esta discusión y se mira al futuro.

No deja de sorprender el hecho de que el país conmemore el cumpleaños de su ministerio más joven, el de Cultura. No es costumbre que las entidades públicas, silenciosas por naturaleza, se muestren con la excusa de un aniversario. Las entidades públicas no celebran. Por ahí derecho tendríamos que apagarle velas al ponqué de los ministerios de Hacienda, Defensa o Protección Social, como grandes conquistas en la historia del Estado colombiano. Pero, ¿qué celebramos exactamente? ¿Por qué es importante la primera década del Ministerio de la Cultura?

Para empezar, porque hace 10 años no se entendía la razón de ser, el hito institucional ni el valor simbólico de una cultura con rango ministerial. Es más, muy poca gente entendía la cultura como asunto de Estado. Los detractores no se ocupaban de debatir políticas públicas culturales porque no asumían que la cultura pudiera ser tratada políticamente. Y eso nos da una idea del país que teníamos antes del ministerio y del que tenemos ahora. En aquel momento se confundía política cultural con política educativa, se ignoraba el concepto patrimonio cultural y todo ello, en últimas, sólo revelaba el poco conocimiento que tenían nuestros propios artistas, escritores, periodistas e intelectuales sobre la administración pública de la cultura. Claro, no todos. Pero ya que estamos en esto de hacerles ruido a los 10 años del ministerio, pues digámoslo de frente para no hacerle juego a la amnesia cultural. En su momento, el debate alrededor del ministerio pecó por la pobreza argumentativa y por el exceso de apasionamientos.

Quienes criticaron al naciente ministerio, lo hicieron con los argumentos equivocados y mirando, como solemos hacer para menospreciar lo propio, hacia Francia como paradigma de una administración pública cultural que negaba nuestras modestas pretensiones de tener una cartera dedicada exclusivamente al tema. Miraron también, con amplio conocimiento de la historia, las experiencias vividas en los regímenes autoritarios. Invocaron a Stalin y no pocas veces citaron a Scheler y a Malraux. Pero se equivocaron. Se equivocaron al decir que un ministerio de cultura es una piedra en el zapato en la lucha contra el analfabetismo. En el fondo, seguían viendo la cultura como un apéndice del Ministerio de Educación. Como un servicio de extensión educativa. Como un proyecto regeneracionista. Como una mera prestación.

Sabemos que, en su momento, Gabo advirtió sobre la clientelización de la cultura y con él estuvieron de acuerdo Enrique Santos Calderón («¿El inevitable Mincultura?»), Jorge Eliécer Ruiz («Ministerio de Cultura: una trampa más»), Nicolás Suescún («La prioridad en Colombia es la erradicación del analfabetismo») y Álvaro Mutis («Dios nos ampare de eso que llaman una política cultural»). Y así sucesivamente. Antonio Caballero también se opuso desde los tiempos de la Constituyente del 91. Pero hay más. Basta leer esta perla del editorial de El Nuevo Siglo del 24 de septiembre de 1994: «Que Francia tenga un Ministerio de Cultura es allá lógica institución que no podremos copiar aquí. El patrimonio cultural colombiano jamás podrá compararse con el del país galo, que tiene inconmensurable tradición e historia». En pocas palabras, el país no entendía ni la política de protección de los bienes culturales y muchísimo menos entendía el patrimonio oral e inmaterial como cimiento de nuestra diversidad cultural. Cultura eran las bellas artes, el mecenazgo ilustrado, el patrimonio mueble, no las fiestas, los conocimientos tradicionales o los espacios culturales. En medio de esos debates, de la oposición de Gabo y otros notables, Samper se dio la pela por un ministerio en el que nadie creía y el tiempo se encargó de darle la razón.

No se puede decir que esas concepciones monolíticas de la cultura han desaparecido ya. Ni que el ministerio no pudiera estar más fortalecido como institución, ni que la inversión del Estado sigue siendo insuficiente para materializar el bloque cultural de la Constitución de 1991. Ni que la protección jurídica de la diversidad cultural sigue poniendo en jaque a nuestros magistrados. Pero si algo le debemos al ministerio al cabo de 10 años, es justamente el haber comenzado a trasegar ese difícil camino del diálogo intercultural. Le debemos que hoy exista una mínima valoración social del patrimonio en sus dimensiones materiales e inmateriales. Y eso es importante para avanzar como sociedad, como país. Nos obliga a pensar críticamente nuestra propia complejidad, a asumir la diversidad como fortaleza.

Hoy, con lo aprendido a lo largo de estos 10 años, la cultura no debe ponerse al servicio de la paz, ese discurso ya está trasnochado. La cultura es por esencia violenta, contradictoria, diferencial. Implícitamente, el accionar de todo ministerio cultural apunta esencialmente a eso, a generar convivencia pacífica, reconocimiento y tolerancia. Tampoco es posible pensar el emprendimiento creativo sin antes afianzar una política pública debidamente articulada alrededor del patrimonio inmaterial: derechos de autor, política artesanal, política para indígenas, negros y otras poblaciones y turismo cultural, están desperdigados por el Estado, sin un liderazgo claro del ministerio. Tampoco el diálogo entre cultura y deporte ha sido convincente hasta el momento. Y no es viable el manejo del patrimonio sin la creación de un Instituto Nacional de Patrimonio.

Todo esto para decir que al igual que hace 10 años, la cultura nos cuestiona, nos plantea nuevos debates, nuevos retos. Y que a pesar de su juventud, el Ministerio de Cultura está llamado a ser protagonista de primer orden en el proyecto democrático del Estado colombiano.

Juan Martín Fierro
http://www.elespectador.com/elespectador/Secciones/Detalles.aspx?idNoticia=13405&idSeccion=76