Con fe de colombiano, que debía ser una categoría oficial, buena parte del mundo de las industrias culturales celebró en público y en privado que uno de los creadores del concepto de la Economía Naranja fuera elegido Presidente de Colombia en el 2018, pues creían que al fin les había llegado la hora de las mieles, el apoyo y el reconocimiento en metálico. Efectivamente Iván Duque Márquez junto ha Felipe Buitrago Restrepo habían publicado en el año 2013 un libro titulado “La economía Naranja, una oportunidad infinita”, patrocinado por el BID, en el cual, de manera innovadora y lúcida, lanzaban el concepto de Economía Naranja, identificando un sector específico de la economía que ellos definieron como: “el conjunto de actividades que de manera encadenada permiten que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales, cuyo valor está determinado por su contenido de propiedad intelectual”. En pocas palabras descubrieron que todo aquello donde estaba involucrada la creatividad, las artes y la cultura como materia prima era un potente jaloneador de la economía mundial. Resulta que al meter a músicos, cineastas, cirqueros, escritores, teatreros, artistas plásticos, actrices guapas, creativos marihuaneros y ortodoxos empresarios de la cultura en un mismo saco, se dieron cuenta que ya en el 2011 todos esos brillantes desadaptados producían 4.3 billones de dólares, más del doble del total del gasto militar mundial de ese momento.
Pero tras la posesión de Duque, ni mieles, ni reconocimiento, ni dinero llegaron nunca. Más bien le bajaron sustancialmente el presupuesto a la cultura mientras subían el gasto militar; y si todavía alguno dudaba de la veracidad del espejismo, la realidad de la Pandemia quitó todo velo de duda: los creadores en Colombia están pasando el momento más difícil de su historia y no ha comenzado lo peor. Indicadores publicados por Raddar y la revista Semana muestran que el consumo de la cultura caerá este año al menos un 60%, siendo de lejos el sector económico más afectado por la pandemia, y auguran que será el último en recuperarse.
Mientras comienzan los juegos del hambre y recrudece el hedor de la naranja podrida, la ministra de cultura sale a burlarse del gremio anunciando como ayudas nuevas, las pírricas convocatorias que vienen haciéndose desde hace años, que irrigan muy poco el sector y que son un símbolo además de la enorme exclusión cultural del país: cuatro apoyos, para cuatro gatos selectos.
Novecientos artistas plásticos firmaron entonces una carta al presidente denunciando su situación con el Covid19 y clamando ayuda para los talentos de las grandes ciudades, pero llegó demasiado tarde finalizada la emergencia económica. ¿Es que quién se iba a imaginar que el genio de la Economía Naranja no sacaría un decreto que realmente protegiera la cultura que, según él mismo, debía impulsar la economía nacional?
La clave del abandono, sin embargo, iba cantada en la misma doctrina del libro publicado, pues allí en la comparación donde anuncia que dobla el gasto militar mundial, sostiene que la diferencia favorable es que “mientras el gasto militar depende en un ciento por ciento del presupuesto público, la Economía Naranja es un contribuyente neto”. Así que ilusos los creadores que celebraban la tesis; cuando son es una teta más para que mame el erario. ¡Por eso en vez de darles dinero les suben los impuestos!
Pero las artes, la cultura y la creatividad no se desarrollan por generación espontánea. No hay nada en el universo económico, ni una simple naranja, que pueda surgir y sobrevivir sin inversión. Hasta el famoso árbol mitológico del jardín de las Hespérides que otorgaba la inmortalidad, necesitó ser sembrado y protegido muchos años. Árbol que por cierto era de manzanas de oro y no de naranjas.
Darío Ortiz