Fue duro aprender que la historia no se acaba cuando llega el príncipe azul; que la felicidad eterna no es una mercancía que se pueda adquirir al final de una noche; que aunque el beso haya mejorado la apariencia del sapo verde, siempre quedarán verrugas, y detrás de ellas estarán escondidos más problemas que demandarán un esfuerzo permanente, lo que hará que la historia siempre vuelva a comenzar.
Igualmente difícil, ha sido comprender que en los discursos políticos y estéticos de la modernidad se entretejía esa misma trampa que se entreteje en los cuentos de hadas. Cuánta gente, cuánto tiempo, cuántas cosas se han sacrificado en nombre del progreso, la libertad, la paz, la independencia, una vida mejor, un aire puro, un arte puro, un mundo feliz; cuánto sufrimiento ha generado este esfuerzo.
Se han diseñado estrategias a prueba de errores, se han alcanzado victorias, se han derrocado tiranos, se han pintado obras maestras, se ha clasificado a un mundial de fútbol, se han ganado mundiales de fútbol, se ha experimentado algo parecido a la felicidad eterna al final de una noche. Pero no es suficiente.
Y seguimos apostando por un jugador que nunca nos dejará ver sus cartas.
«El futuro pertenece a los audaces», manifestaba hace poco un grupo de artistas jóvenes; yo no sé realmente a quién le pertenece, pero sí he visto cómo ese futuro demanda esa audacia, prometiendo cosas que no entendemos pero nos deslumbran, se vale de nuestros deseos más inocentes para que lo arriesguemos todo.
Hoy quizás ya hemos aprendido que el futuro es un socio cruel, pero eso implica entender que haber aprendido eso no nos hace en ningún momento cruzar una barrera que nos diferencie radicalmente de aquellas sociedades del pasado que no comprendían. Haber aprendido eso es simplemente una circunstancia histórica más, que nos puede dar algunas ventajas en algunos aspectos de la comprensión de nuestro ser, pero nada más; se nos sigue exigiendo audacia, riesgos, esfuerzo. Sigue habiendo deseos, temores, problemas y soluciones.
En cuanto a la participación de Esfera pública en la Documenta: enhorabuena, siempre y cuando actuemos con dignidad y respeto cuando nos encontremos de frente con lo que esconden las verrugas de Buergel cuando haya pasado algún tiempo a partir de este beso que le estamos dando.
En cuanto a entender la modernidad como nuestra antigüedad: igualmente, estoy de acuerdo, si asumimos que el proyecto moderno desconoce algunas cosas que creemos haber aprendido; pero en esa misma medida sería una antigüedad que habríamos que atesorar, para no desconocer que en la configuración del planteamiento de ese proyecto sí participan algunos de nuestros deseos más profundos.
Diana de la Torre.