El Fin de la Infancia

No voy a hablar sobre nada. Es solo algo que todavía estoy pensando. Un pensamiento. Una posibilidad. ¿Y si fuera posible rodar por el tobogán? Deslizarse simplemente del otro lado. Un entramado que comenzara por devastar nuestra Gramática. Esta sintaxis inaudita en que yacemos de pie. Homo parlante. Incomunicable. El homo Sapiens habría de ser superado. La infancia regresa.

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Francisco Fernandez

– Para una economía de la crítica, Arte Postindustrial –

Prólogo

“El porvenir de la literatura (contrapartida de la literatura industrial). Flaubert, Bouvard y Pecuchet

“¿Ha advertido que todos los días salen al aire unas quinientas horas de radio y televisión? Si uno no durmiese, y no hiciese ninguna otra cosa, no podría seguir más de una vigésima parte de los programas. No es raro que los seres humanos se hayan convertido en esponjas pasivas, absorbentes, pero no creadoras. ¡Sabe usted que el tiempo medio que pasa un hombre ante una pantalla es ya de tres horas por día? Pronto la gente no tendrá vida propia. ¡Vivirá siguiendo los episodios de la televisión!

Aquí en Atenas, los entretenimientos ocupan su justo lugar. Además son algo vivo, nada mecánico. En una comunidad de estas proporciones es posible logar una participación casi total del público, con todo lo que eso significa para artistas y ejecutantes.” Arthur C. Clark, El fin de la infancia.

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Francisco Fernandez

No hay crítica. Ningún hablar sobre nada. Solo esta economía rastreando el comienzo de la infancia. De la inocencia.

Escapada de la biología. Ninguna previsión. Algo parece mutar en otra parte.

Esta manzana persigue todavía su forma. Su sabor. Y el gusto pareciera aprobarlo.

La economía crítica se retira hasta su propio intersticio. Los censores acechan todavía tras las puestas en escena de la regularidad. Todavía se habla de Derecho y de Ley. El Arte quiere ser pura Pedagogía. Y los pedantes, esperan su ración crítica para informarse y saciar la curiosidad del público. Todavía esperan un espectáculo. El acuerdo de un público con alguna representación. Cualquier divertimento en que la crónica diaria pasará revista.

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Beatriz Eugenia Díaz

Escribo ese algo entonces. Pero no sobre algo. Ninguna preposición. Sería el comienzo de esta economía.

El Arte habría librado así su primer embate. No sería nada. Casi ni siquiera la idea. Pura Decoración. Entonces todo deseo de decir se habría extinguido definitivamente. Antesala de la economía crítica. Su corolario: que toda su axiomática sea sólo este rodar con Alicia. Ninguna categoría. Una axiomática sin registro. Los copistas transcribieron el blanco. La nada. El libro sobre nada. Lo penúltimo anunciando su propia anulación.

El Museo comenzó a desbaratarse. Un montón de trastos viejos inservibles. Precariedad. Cientos de figuritas artificiales recogidas en las playas del Turismo Cultural.

Fase terminal del Arte. Arte Industrial.

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Beatriz Eugenia Díaz

I. El Fin de la Infancia

Supongamos que el Arte se ha hecho puramente mental. Que en realidad es una idea. Que ha cesado toda representación.

El Arte sería entonces su pura axiomática.

No Arte. Cesación de la reproducción. Final de la creación.

El Arte encuentra su matriz de sí misma. Ningún proceso. Ninguna construcción.

Un modelo puro. La mente.

Se habrá retirado toda noción. Todo concepto. Será la cesación de la materia.

La matriz se reiterará infinitas veces. Sin desconcierto alguno. Hasta que una nueva aberración no determinada ni determinable jalone la matriz hacia otro espacio no previsto.

La matriz genera sus propias desviaciones. Todavía no es aberrante la permutación. Son ligeros y leves desajustes. Desarreglos de la iteración. Alguien podría suponer se trata de errores. El error pertenece a otro universo de sentido. A otro espacio. Aquí el error es más bien un desvío no calculado y sin embargo esa sutil variación quizá producto del azar habrá generado ese ir hacia otra parte.

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El fin de la infancia

La iteración podría traicionar su tendencia de sí. Entonces el monstruo sería posible. La aberración.

La imagen se dislocaría y generaría la falta de reconocimiento. La huella de una mano sería un impensable.

El error es todavía representable. La huella de un recorrido que todavía se puede rastrear. Una construcción a la que se llega puramente desde el trabajo.

Pero también la idea de trabajo desaparece. Ninguna factura. Solamente este remontarse de una mente sobre sí.

Y entonces deviene casi autosuficiente.

Seriación. Los imponderables a los que llamaremos originales son sutilísimos fallos en la matriz.

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Rodrigo Fernández Bahamón

II. Fase terminal del Arte

Bouvard y Pecuchet entendieron que toda idea es irrealizable. El plano de la experiencia se hallaba suspendido. Entonces abrieron sus cuadernos y con sus lápices y demás instrumentos de escritura se dedicaron a copiar. Inicio de toda transcripción.

Lo que llamamos creación habría sido previsto por la serie.

¿Y si el hombre escapara de sí mismo por esa escalera lógica? Habría traspasado las barreras de su propio entendimiento.

Era necesario abandonar la ciudad. Las ropas elegantes. El campo se abría. La comodidad. Los libros que faltarían todavía por copiar.

Imagino que ese collage de citas en forma de libro era un anticipo, El libro de los Pasajes.

Lo que llamamos cuadro. Soporte. Superficie. Museo. Exposición, etc. Es todavía una suposición de la idea. Todavía necesitada de su biología.

Abandonado el sentido sólo queda La Decoración. Ideas flotantes. Una escritura en procura de su propio concepto.

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Victor Albarracín

En la horizontal. Desplegada sobre el plano. Esa escritura se corporaliza. Ningún plan. Un juego casi autosuficiente habría suprimido en forma casi total al ejecutante. La mano todavía sería un obstáculo.

En los extramuros la circunstancia. La cháchara que todavía simula este estado de humanidad que comienza a desleírse.

El dictum de acusación sobre los copistas, sobre los transcriptores, no lleva a lugar alguno en la administración de La Ley, si el conocimiento no se produce. Y necesariamente todo conocimiento cesa. En el momento del Arte Industrial se borra el ansia. Ningún progreso. Entonces puede levantarse la cesión. Ningún terror. Bouvard y Pecuchet escapan a toda necesidad de dictamen. A toda vigilancia. Será necesaria otra economía crítica que logre discernir apenas en este escaso furor de la energía vital. Cuando en sus pupitres. Lápiz en mano. Se despliega La Transcripción y el Museo desaparece.

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Juan David Giraldo

III. Un Arte en la era del Arte Industrial.

No había error porque era apenas una ligerísima desviación de la matriz.

La matriz como tal es el comienzo de la serie. Ninguna reproductibilidad.

Apenas si podría hablarse de encuadre. De mirada encuadrada sobre sí. No hay mirada. Separación. Discernimiento. Por eso La Decoración. El mundo escueto de Lo Simple. Algo se itera. Sin ruido. Ningún pensable. Nada que pueda evocarme todavía la idea de mundo. La infancia desaparece. Parecería posible esa escapada por la lógica. La cháchara se silencia. Ninguna conversación sobre nada. Un espacio vertido sobre sí. En blanco. En gris. Quizá hasta la noción misma de color se hace innecesaria. Y la necesidad da paso a esto otro. Un arreglo a esto otro. Esta lógica. Este pasaje todavía imprevisto.

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Pablo Batelli

Podría pensarse que es una conversación silenciosa. Pero toda idea de interlocución ha sido suprimida. La comunicación es dual. Un canal. Un pasaje. Algo se hace médium. Aquí la lógica yace como un animal impensable que descansara su animalidad en el vacío. Pero todavía ese descansar lo hace real. Conceptualizable y clasificable. La Decoración no admite el archivo. Se sitúa simplemente. Es la sola supresión. Ningún contacto. Ningún escalofrío. La piel se ha retirado. También su vestigio. Lo que llamamos Paisaje. Cualquier organicidad.

Si quiere prevalecer sería una esperanza. Todavía un imprevisto en que ese universo en que la vida es sólo esta plantilla iterada hasta su extinción. La idea de vida mutaría. Se habría introducido la falla. El pasaje de Alicia. Un rodadero hacia otra parte.

No es un original. Ninguna creación. Sino un introducirse de una zona. Lo llamamos Silencio. Pero es todavía un referente de esta clausura que da paso a la Idea.

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Pablo Batelli

Sueño de una Biología con arreglo a otra cosa.

Ninguna Psicología. Incapacidad de La Novela. Toda narración se hace fútil. Ingenua.

Oulipo. Imaginar una marca en gris. Una placa sobre el espacio. Depositada todavía en el plano en que unos ojos encuadran La Visual.

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Alberto Baraya

IV. Ideas flotantes

Spinoza. La Biblia sería un contrasentido. También allí Lo Editorial fue una estrategia de La Ley. Y se impuso El Espíritu. Algo que insuflara la letra. Entonces el ser literal devino en posibilidad y se impuso La Interpretación.

Decoración. Subsiste ajena a toda idea de interpretación. Sin arte. Sin manufactura. Casi al límite de La Idea. Simplemente Bouvard y Pecuchet transcriben. Y luego destruyen el original. La matriz. Entonces, quizá El Espíritu. Los antiguos hablaban de Inspiración. Humor. Existen cinco tipos de humor. Bifurcaciones previsibles de la especie hombre.

Novela. Cansancio infinito tener que responder todavía a un argumento para La Novela. La sola palabra se sostendría. Su noción. Y la necesidad narrativa entraría en retirada. Entonces el idiota. Un idiota sin Religión. Sin Patria. Sin noción de nada. Mallarmé acumuló cientos de notas sobre esa posibilidad. El Libro quedó sin escribirse. Puro naufragio. Entonces Oulipo. Quizá también La Patafísica, Jarry. Convencionalizar la escritura. El artista como tal desaparece. Su simulacro de ingenio. Goethe previó esa ansia fáustica.

Economía crítica. Un arte postindustrial

Máquina analítica. Bouvard y Pecuchet se quitan sus corbatas, abandonan los bastones. El Museo es apenas un túmulo. Bajo las vitrinas los miles de objetos inservibles acumulados. La máquina analítica se detuvo y se pusieron a copiar.

Imposibilidad Crítica. Se comienza abandonando una preposición. Escribir “sobre”. El Monstruo es arrojado sobre su propia persistencia.

No Arte. Futilidad. Y sin embargo todavía recostado contra el muro. “Don Por Tanto”. Iguitur. Stephan Dédalus vagando todavía en las playas de lo ineluctable.

Arte analítico. Enciclopedia, acto fallido.

Lugares Comunes. En un entierro. En la crítica. Un periódico. Emular algún estado anímico. Simulacro.

Implacable. Flaubert despreció a Epicuro.

Exabrupto de la crítica. Su necesidad de adjetivos es consecuente con su necesidad de aprobación. Entonces el Lugar Común. El Consenso. Su escritura periodística. Apasionada. Escribir con celo.

Futilidad. Y las circunstancias, ¿cesarían? Heridas de la pasión. Superar toda ansia crítica. El celo.

La idea como arte. Un Arte Postindustrial.

Cultura decadente. Pleonasmo. Artes Muertas.

Después del Arte Industrial. Necesidad de economizar la crítica.

La Vegetación del Saber. La Biblioteca. Flaubert.

Arte mental. La obra ha sido creada para La Crítica. Su soporte es este texto. Estas palabras son su Museo. El Libro. No hay, no habrá puesta en escena. Se yergue autosuficiente en este nombrarse. Encierra su deseo de escritura. Esa representación imposible. Hacerse letra. Un impreso. La idea. Hacerse mente. Arte Mental.

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Alberto Baraya

El Museo de la crítica. En el intersticio de la letra se abre otro Museo. El Museo de la crítica. La idea es autosostenible. Precipita las palabras. El Libro. Esta “Tentación” de escritura.

EL Libro. El Libro es el lugar de la idea. La crítica es la idea.

Corolario. Copiar es no hacer nada. Es ser. Pura estupidez. El santo una especie de artista. Dice Flaubert de San Antonio. Su tentación.

Copiar. Final del deseo. Estupidez. El Idiota. El Transcriptor.

Nervios. Flaubert escapa de la ciudad. La Gran Mediocridad se cierne sobre sí. Escapar como Montaigne. A caballo.

Desaparece. Está absorto en esta “idea” que habrá de Transcribirse.

 

Epílogo

Lo demás sería enfermedad. El desgaste todavía de la materia. (San Antonio, El movimiento sin lenguaje de la materia). Referencia inútil a construcciones humanas. Filosofía, Metafísica, Religión, Política, Arte. Todo habrá de superarse. En el pupitre de escritura sólo es pensable La transcripción. Y los copistas. Ninguna ciencia. Ningún conocimiento. Tampoco La Ciudad. Bouvard y Pecuchet abandonan toda elegancia. Se ponen cómodos y se disponen a copiar. La máquina de escritura es incansable. Y las piezas de escritura se despliegan al infinito sin ningún fin. No hay útil. No hay cosa. La vida es esta iteración sobre sí. Unos cuantos instrumentos bastan. ¿Qué copian los copistas? Todavía La Transcripción no es autosuficiente.

 

Claudia Díaz, Bogotá- Villa de Leyva, Septiembre 2014.