el dilema

Todo este asunto, rancio y ya no tan pintoresco de la pugna entre instituciones y nuevas prácticas, entre críticos y curadores, entre museos y galerías, en el que, entre otras cosas, no han intervenido críticos ni curadores, museólogos ni galeristas, hace que se me corte toda la mala leche. Es como un ring lleno de gelatina verde al que no asisten las luchadoras en tanga. O como diría Ricardo Arjona, «como encontrarle una pestaña a lo que nunca tuvo ojo», o algo así.

Porque en el fondo, ninguna de las partes involucradas en el debate ha hecho, hoy como ayer, presencia. ¿Dónde están los dueños de museos y tenderetes de cuadritos? ¿Alguien podría enseñarle a usar internet a las doctoras Cuervo y Zea? De repente es que no saben cómo se manda un mensaje electrónico lo que las mantiene en silencio. De pronto es que a Jaime no le llegó la invitación a la oficina; por favor, llamen a la secretaria del Instituto para confirmar. Miéntanle si es el caso, díganle que repartirán martinis a diestra y siniestra.

Y si esto no funciona, propongo que todos nos llamemos, de ahora en adelante y por el próximo mes, «Jaime Cerón», el siguiente «Elvira», luego «Serrano», y así sucesivamente. Por lo menos crearíamos un mito en torno a los apabullantes niveles de producción textual de nuestros funcionarios culturales. Imaginen cómo se enriquecería la figura de un Eduardo Serrano que, durante un mes, se dedica a la producción de cinco o seis textos complejos, contradictorios y conflictivos para ser publicados en esferapública.

Porque en el fondo, tal cual nos lo dicen las traducciones castellanes de Shakespeare, «Cerón o ser, he ahí el dilema.»

xoxo,

Jaime (antes conocido como «Paquita»)