El grito de la indignación se escucha hoy en más de 951 ciudades del mundo. Los manifestantes protestan, en general, contra las injusticias del régimen económico que impera en Occidente, el capitalismo, y contra la política que sirve a unas pocas élites económicas a costa del empobrecimiento de una vasta mayoría de la población.
La indignación de la gente de a pie estalló en diciembre de 2010, en Túnez, en contra del régimen del derrocado mandatario Zine al Abidine Ben Alí, y se contagió a más de siete países del mundo musulmán. A Occidente llegó el pasado 15 de mayo, cuando los madrileños salieron a las calles para manifestarse en contra de las reformas electorales que, según ellos, favorecen el bipartidismo, y para reclamar una democracia más participativa. Entonces se creó el movimiento 15-M, también conocido como ‘los indignados’, que se ha expandido tan rápidamente que hoy impulsa manifestaciones en más de 80 países del mundo.
Sesenta ciudades se adhieren hoy a la marcha global de los indignados, quienes no han adoptado un proyecto político o económico único para satisfacer su inconformismo y se distinguen por su diversidad cultural y una variedad de posturas políticas en el interior de su movimiento de resistencia.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek, que esta semana dio un discurso en la Plaza de la Libertad, donde acampan los manifestantes de Wall Street, EE.UU., afirma que la oposición actual se distingue por ser incapaz de articularse como una alternativa real, ni siquiera como un proyecto utópico, sino que sólo puede tomar la forma de un arrebato insignificante. Pero Bernardt E. Harcourt, presidente del Departamento de Ciencia Política y profesor de derecho de la Universidad de Chicago, dice que el eje central de los movimientos es precisamente la resistencia a comprometerse con cualquier ideología política. “No es que no quieran articularla, sino que se resisten activamente a hacerlo”, dice.
Los organizadores de la movilización mundial, mediante un manifiesto hecho por indignados de 15 países que se reunieron en Barcelona, llaman a “reapropiarse de la política mediante la participación directa en la vida social, política y económica” y reclaman la “democratización de la economía y de la gobernanza”. “Unidos por un cambio global” es el lema común de las marchas de hoy. Los indignados no se sienten representados en las esferas políticas y económicas de sus países.
Pocos días después de que los españoles protestaran, cerca de siete mil griegos ocuparon la Plaza de Syntagma, en el centro de Atenas, para manifestarse en contra de los ajustes económicos resultantes de la crisis fiscal que vive su país. Luego llegó el inconformismo a Israel, donde el 6 de agosto 300 mil personas se manifestaron contra la injusticia social y los elevados costos de la vivienda. Después gritaron los indignados belgas, los franceses, los brasileños, los argentinos… Los indignados colombianos protestan hoy, desde las 9:00 a.m., en el Parque Nacional de Bogotá.
El más emblemático grito de la indignación en América es el que se escucha en EE.UU. Hace casi un mes crecen las ocupaciones de espacios públicos en más de 40 ciudades del país y especialmente al sur de Manhattan, Nueva York, en el corazón del sistema capitalista.
Lo que comenzó como una protesta de menos de cien ha atraído al menos a 15 mil estadounidenses. Los manifestantes exigen cambios en el sistema económico, al que acusan de empobrecer al 99% de la población. Los ocupantes de las plazas públicas en Estados Unidos se autodefinen como representantes de los más de 14 millones de desempleados que hay en ese país, los 5 millones que están en peligro de perder sus viviendas y los 45 millones sin seguro médico. Protestan porque el 40% de la riqueza se acumula en el 1% de la población.
El sentimiento de indignación es contagioso. Además, coincide con una variedad de protestas estudiantiles, indígenas y sindicales que estallan en Latinoamérica y que hoy aprovechan para amplificar sus reclamos. El ayatolá iraní dijo esta semana que la ola de protestas refleja un serio problema que acabará derrumbando al capitalismo en América. En medio de tantas revueltas de indignados, revive la vieja pregunta en los diarios del mundo: ¿vivimos una época de cambios o un cambio de época?
Daniel Salgar
publicado por El Espectador