el cazador cazado

Introducción
http://www.panamericanismo.org/itinerary.php

I.
“Hay un pájaro que vuela en busca de su jaula”.

Un hombre, que se podría llamar Pablo Helguera, y que era mexicano (aunque nadie es solamente mexicano), trabajó durante muchos años en el área de educación de un museo que quedaba en una ciudad muy grande (la ciudad era tan grande que se enorgullecía de contener todas las ciudades, se decía con prepotencia que si uno “lo lograba en esa ciudad, lo lograría en cualquier lugar”). El hombre, como buen artista que era, decidió un día renunciar a su trabajo y convenció a un grupo de instituciones (que se podrían llamar Creative Capital Foundation, The September 11th fund, Lower Manhattan Cultural Council, la Colección Jumex, El Museo del Barrio, Americas Society y Art Nexus) para que le financiaran su próximo proyecto artístico independiente: un viaje por América para hablar con mucha gente de arte y de América.

A la mitad de su viaje, cuando iba por Colombia, el hombre estaba exhausto; el cansancio, en parte, se debía a los múltiples permisos que él, como todo viajero, tenía que conseguir para lograr pasar la frontera entre países (los trámites se complicaban porque el hombre no viajaba solo, lo acompañaban una camioneta que él manejaba y una aparatosa carpa que él instalaba en cada parada). Pero otro motivo se sumaba a su desasosiego: en cada lugar, hablar una y otra vez de arte y de América, le recordaba la rutina del trabajo que había hecho durante años en el área de educación del museo de la ciudad grande. A pesar de que los escenarios cambiaban y que él mismo, de manera entusiasta, había programado diferentes actividades para diferentes públicos, lo desgastaba saber que gran parte del éxito de las actividades dependía casi siempre de su disposición anímica para hablar. En algún lugar de América le habían dicho que el alma se demoraba varios días en llegar adonde el cuerpo ya había llegado, y si bien esto era sólo una metáfora, el efecto que producían las actividades programadas era prueba de la encarnación del designio: hablaba pero lo que decía sonaba repetido, escogía frases ya hechas para evitar pensar —decía que su “trabajo era la crítica institucional” o que buscaba “romper con los formatos predecibles de discusión propios del ámbito académico y del mundo del arte”—, pero estos discursos eran sólo un ruido para llenar el espacio asignado a una conversación: sus frases eran sustentaciones que cumplían con las obligaciones de un contrato de arte social que justificaba su proyecto ante las instituciones que patrocinaban su viaje; el hombre hablaba, estaba presente, pero no se sentía que estuviera ahí.

Un día, en una ciudad, que podría ser Bogotá, el hombre estaba registrándose en la recepción de un hotel y otro hombre, con aspecto de gerente del hotel, de apariencia impecable, le recibió la mochila del computador portátil diciéndole «deje, yo le ayudo a ponerlo con las otras maletas», y un minuto después desapareció (el computador desaparecido podría ser un Apple Powerbook G4 de US$2500). El personal del hotel le indicó que el robo a los turistas es una práctica habitual y a manera de consuelo le dijeron “las cosas no se las roban, solamente cambian de dueño”. El refrán no surtió mucho efecto y el robo de su computador portátil se sumó a aumentar su desasosiego: la pérdida de miles de fotos que sustentaban su viaje por América, de todos los números telefónicos, datos y textos (incluida la única copia de su ensayo sobre la inmaterialidad de la memoria), y sobretodo, la pérdida del aparato que usaba para hablar con el mundo (así como su proyecto de arte social no incorporaba el transporte público, tampoco contemplaba el uso de terminales públicas de computador). Al día siguiente, el hombre, como buen profesional, a pesar de su congoja, asumió sus compromisos: por la mañana habló de arte y de América en un museo, al otro día, un domingo, descansó, y el lunes, con el juicio de un oficinista, habló en una universidad de arte y de América. En la sala de exposiciones de la universidad pegó con afán copias de muchos de los papeles de los trámites de la aduana y al medio día, ante el público que había ido a ver una exposición, justificó varias veces su exposición improvisada diciendo: “esto no es una exposición”. En la tarde asistió a una clase sobre curaduría y dijo que su “trabajo era la crítica institucional” y que buscaba “romper con los formatos predecibles de discusión propios del ámbito académico y del mundo del arte”. Por la noche se fue al hotel y durmió.

II.
“Hay una jaula que anda buscando un pájaro”

El hombre desapareció. Partes de la camioneta fueron encontradas al sur de Bogotá en un taller y el dueño del negocio justificó la propiedad con un recibo de venta firmado por el hombre. Un día, años después, vi al hombre al sur de la ciudad: entraba a un salón comunitario y llevaba de la mano a una niña. No lo seguí, no me quise sumar a todos los que lo estaban buscando, sobre todo a esas instituciones, curadores, críticos, periodistas, docentes, artistas y público que se sintieron traicionados por este hombre que, según el rumor, aprovechó el dinero destinado a un proyecto de arte social y de crítica institucional para hacer un viaje solitario por el sur y desaparecer.

Lucas Ospina

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