Marion Barry fue elegido alcalde de Washington en 1978 y durante tres períodos consecutivos mantuvo su cargo hasta que fue arrestado el 18 de enero de 1990 en compañía de Hazel “Rasheeda” Moore, en una operación planeada por el FBI y la policía local de Washington D.C., en posesión y consumo de crack. Una sustancia que se obtiene a partir de la cocaína.
El estado Colombiano libró una guerra a muerte con el cartel de Medellín liderado por el capo de capos Pablo Escobar que empezó el lunes 30 de abril de 1986 con el asesinato del Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y que cobró años mas tarde la vida de tres candidatos presidenciales diferentes en cabeza de jóvenes y audaces políticos: el liberal Luis Carlos Galán fue asesinado en agosto de 1989, el 22 de marzo de 1990 el turno le tocó a Bernardo Jaramillo de la UP y el último de ésta trilogía cayó apenas un mes más tarde, el 26 de abril y se llamaba Carlos Pizarro, recién reinsertado líder del M-19, una agrupación insurgente que había aceptado acogerse a un proceso de paz, renunciando al uso de las armas como instrumento político.
Estos dos hechos señalan claramente la ironía de la llamada “guerra contra las drogas”, una guerra que parece más un instrumento de control político por parte de Washington sobre las débiles democracias andinas antes que una intención elaborada para proteger la salud humana.
«El caso Barry y los muertos» es una obra de Camilo Dresden, donde los muertos son precisamente Galán, Jaramillo y Pizarro. La fotografía obtenida de este montaje aparece repetida más de 144 veces a lo largo de la superficie del lienzo. Sobre este collage fue pintada la bandera de Colombia y en la parte inferior emerge perspicaz la bandera norteamericana irradiando sus estrellas sobre el resto de área del cuadro, como una macabra simbología de ese poder que ejerce la política de Washington en nuestras decisiones locales, inspirada en la “guerra contra las drogas”.
“El problema no es que tanto quieren intervenir los norteamericanos en nuestros asuntos, el problema está en qué tanto lo permitimos y lo toleramos y eso refleja un poco la extraña fascinación y dependencia que provoca el american way of life en nuestra cultura” decía Dresden en ese momento.
Ésta pieza fue elaborada en el año de 1990, hace ya 19 años y conserva una oportuna referencia a la política local de nuestro país en la medida en que los ingredientes que la sustentan siguen ahí, inmutables.
Otro componente interesante que subyace a esta obra es el referente a los “mass media”, relatores claves en el ordenamiento y construcción del pensamiento público. Esta serie fue montada sobre la lectura que provoca la unión de dos portadas; lecturas inesperadas y desconcertantes. Existe algún tipo de subconsciente colectivo inspirado en la influencia pasiva que ejercen los medios masivos que ayude a construir una respuesta “irónica” a la aparente verdad de los hechos públicos que referencian? Dos portadas unidas al azar pueden ser la respuesta.
La reciente polémica desatada en EP –nunca había sentido tanta excitación y movilidad entre sus abonados- sobre el performance de la artista cubana Tania Bruguera refleja el carácter de auto censura social que fielmente replica el libreto de la guerra contra las drogas. Todos aquellos que han rechazado la actitud de la artista, actúan impúdicos frente al carácter del censor que criminaliza el consumo de sustancias psicoactivas.
Me resulta especialmente curiosa la actitud viniendo de donde viene: la comunidad artística, un target poblacional que, como pocos, no esconde sus inclinaciones abiertas hacia la experimentación con los paraísos artificiales. Y he ahí que se puede encontrar un filón claro para el debate: la criminalización del consumo trae consigo todo este teatro de moralina chabacana, soportado contra una economía subterránea que alimenta con voracidad su vocación violenta y mafiosa. Cuando se compra y se consume cocaína no se está nutriendo al aparato guerrero de las mafias corporativas y de todos aquellos actores que se alimentan con su tráfico, sino todo lo contrario, es la política conservadora y obtusa de la comunidad internacional, con su penalización del consumo, los que proveen todos los argumentos para que una industria criminal de este tipo florezca al ritmo que lo hace, creando un circuito comercial delictivo que apela a la violencia y la corrupción para conservar sus mercados.
La publicidad estatal vende la idea de que el criminal –entre otros- es el consumidor y no el propio estado con sus políticas prohibicionistas, y tiene tanta efectividad toda esta jerigonza represiva, que incluso los mismos artistas trasladan estos argumentos al centro del debate sobre el performance de Tania Bruguera. Tanta hipocresía me dan ganas de vomitar!!
Gina Panzarowsky