La propuesta pedagógica de José Luís Brea de que el artista debe ser formado como crítico cultural merece debatirse en Colombia, aunque haya sido concebida y planteada para su país. Mucho me temo que si indagáramos por sus proyectos pedagógicos, nuestras escuelas de arte tendrían poco que decir. ¿Tienen algo que decir? El respeto por las esperanzas e inquietudes de los jóvenes, no es una virtud por la que se destaquen los programas académicos. Ojalá se den por enteradas del proyecto Brea y nos dejen conocer sus opiniones y sus proyectos pedagógicos. Nuestro país debería conocer las especificidades pedagógicas que caracterizan e identifican a los diferentes programas de formación artística profesional.
Deberíamos saber en Colombia qué predomina en los proyectos pedagógicos, si el aprendizaje del oficio o la reflexión teórica, o cómo es la jerarquía de esta relación; esto nos proporcionaría un indicador importante para conocer el proyecto pedagógico de cada institución, que sería muy útil para los estudiantes a la hora de elegir su universidad. Para que sus criterios de elección no sean determinados por los empobrecidos conceptos de público y privado, barato y caro, pobre, rico, antes bien, que sea el carácter pedagógico del programa lo que oriente su elección. Inclusive, podríamos preguntarle al Ministerio de Educación por aquellos proyectos pedagógicos de enseñanza artística profesional que ha acreditado. ¿No debería ser este aspecto lo que debería acreditarse?
En primer lugar deberíamos debatir el concepto de Crítica que caracteriza al proyecto moderno y que Brea mantiene en su propuesta, y formularnos una serie de preguntas que orienten nuestras reflexiones. Por ejemplo, ¿qué justifica hoy, en el estado actual de la reflexión sobre el arte, recoger de la Modernidad el concepto de Crítica? ¿Qué significa? ¿Que el proyecto Modernidad aún es viable, que es un proyecto inacabado con imperfecciones que es necesario corregir? ¿En qué consiste una crítica cultural? ¿Por qué hacerla le resulta útil a la sociedad? ¿Con qué propósitos? ¿Para hacerle mantenimiento a un determinado orden de cosas, para fortalecerlo, para restaurar lo olvidado o renovarlo, o para revolucionar? Pero, sobre todo, ¿con qué herramientas hemos de realizar la crítica cultural? ¿Con signos sacados de las tradiciones del lenguaje o mediante la elaboración de conceptos importados de otras regiones del saber? ¿Por medio del lenguaje plástico o a través de las técnicas artísticas? Lenguaje y técnica son asuntos diferentes.
Brea considera que la imagen economicista que agobia nuestra época obliga a las academias a emprender una reforma pedagógica. ¿Por qué el artista contemporáneo no está recibiendo capacitación para responder adecuadamente a las expectativas y exigencias de la época de la imagen del mundo economizado? La tesis de Brea es la siguiente: porque los planes de estudios se centran en aprendizaje de técnicas y se deja poco espacio para adquirir los elementos conceptuales que propician la reflexión sobre lo que significa el hacer pensar artístico en el Siglo de Oro del liberalismo económico. Brea plantea que el pensamiento artístico es la actividad humana que puede introducir diferencia en la sociedad homogeneizada y económicamente estratificada para la promoción de los mercados globalizados.
Revisada la historia del pensamiento artístico occidental podemos constatar que esta cualidad lo ha caracterizado permanentemente, aquella de introducir diferencia en el lenguaje común y modificarlo, vitalizarlo. En este sentido, el pensamiento artístico es subversivo. Al margen digamos, que Nadia Moreno se equivoca cuando afirma que el pensamiento artístico de los jóvenes, es reaccionario.
¿Qué es lo novedoso, entonces, de la propuesta de Brea? No existe novedad a este respecto. Lo que plantea Brea tiene más fondo y relevancia. Nuestra época, comparada con las anteriores es la de mayor peligro para la humanidad. El peligro de sucumbir ante la imagen-mercancía, la construida, en primer lugar, pensando en el máximo beneficio individual con el menor costo; en segundo lugar, la proyectada pasando por encima, al menos ahorrándose la reflexión, de cualquier consideración de lo que podamos ser o llegar a ser como hombres y mujeres destinados a hablar –los que fueron modelados con el cincel de palabras conversadas, a los que su destino es comunicarse unos con otros, universalmente, para vencer nuestro olvido de nosotros mismos.
El diagnóstico de Brea es acertado, yo mismo lo he pensado y expresado así en otro lugar. No obstante, ¿es adecuada la táctica y estrategia planteadas por Brea? ¿Una reforma pedagógica en nuestros días debe estar orientada a sobreconceptualizar –casi compulsivamente– todavía más la actividad humana que por definición se resiste a cualquier conceptualización fuerte, para-científica? En mi opinión, la mayor amenaza al pensamiento artístico no reside en la ausencia de crítica, la crítica es un fenómeno secundario comparado con la producción de pensamiento artístico y sus condicionantes; la problemática es, en cambio, que el artista delega en las técnicas que ofrece el mercado, su competencia para pensar –entre estas El Concepto. Ellas son las que hablan en abstracto por el artista en nuestros días, pero sólo en favor e interés de las técnicas mismas. Las técnicas son narcisistas, utilizan al artista para su lucimiento ostentoso y luego le dan la patada en el consabido lugar. Esto saben hacerlo los que, camuflados, manipulan a distancia las técnicas.
Los artistas, en mi opinión, no pueden agotar sus esfuerzos solamente en la importación de saberes disciplinares, especializados, que de por sí son cada vez más densos, abstractos. Tratar de hacerlo superficialmente sería lo ridículo de la formación de los hábitos que caracterizan el pensamiento artístico, no su efectuar propio, pensar y elaborar imágenes que potencien los sentimientos emancipatorios del hombre y la mujer, sus esperanzas de reconciliación consigo mismos en mayor libertad. Una reforma pedagógica, entonces, debe estar orientada a que el artista ponga las técnicas al servicio, en primer lugar, del pensamiento y la libertad del ser humano, de su historia frágil y llena de prolíficas vicisitudes; en segundo lugar, ponerlas al servicio de su propia autocreación. Podemos debatir si estos dos intereses pueden desplegarse simultáneamente o si el artista queda en libertad de optar por uno solo de ellos. ¿Para esto requerimos de una crítica cultural? Brea debería aprovechar esta oportunidad y profundizar más el tema e ilustrarnos qué entiende por ella.
Ahora, ¿quién debe formar al ciudadano y la ciudadana contemporáneos? La responsabilidad, sin duda alguna, es del Estado. A muy temprana edad, este debe incluir asignaturas en los planes de estudios de niños y niñas, en los cuales puedan aprender a reconocer diferencias fundamentales que le permitan leer imágenes, identificar las que propugnan escuetamente los intereses de una economía de mercado individualista, y las imágenes pensadas, aquellas filigranas que plantean como finalidad la reconciliación de hombres y mujeres consigo mismos en la poesía de la libertad, y de manera permanente. El artista profesional, por supuesto, puede colaborar con esta misión, como pedagogo, pero sería un error considerar que esa es su función fundamental en las sociedades contemporáneas.
Como plantea Brea, la adquisición de «elementos de análisis crítico» es indispensable en nuestros días. No cabe duda. No obstante, esta no es una función para el artista-poeta que me atrevería a proponer, en lugar del artista-filósofo, o etnógrafo o sociólogo contemporáneos. La suya es darse el tiempo para crear una «imagen» que se destaque clara y contundentemente de la imagen economicista. El conocido time is money, rapidez y eficiencia en la productividad, es una herejía para el artista poeta. De ahí que la imagen poética tenga más nexos con la ética que con la economía. ¿Cómo logra el artista poeta estos resultados? Articulando signos que desplieguen su pensamiento, auxiliándose con las destrezas que proporcionan las técnicas. La imagen económica está interesada sólo en las utilidades que generan los mercados libres, que, como James Bond, quedaron libres de responsabilidad moral, nótese que no dije que tienen licencia para matar: ¿podrían estar cerca de alcanzarla? Este tipo de imagen- mercado es incapaz de desprenderse de los condicionantes que posibilitan todo pensamiento sobre nuestro destino. El artista poeta debe centrarse más en su oficio que enterrarse en el estudio de disciplinas especializadas, que con seguridad van a matar, por lo menos a neutralizar, su creatividad. Así como el arte suscita muchas filias, también son muchas las fobias que genera en perjuicio de la imaginación. Para nadie es un secreto que existen disciplinas cuyo horizonte está, como el petróleo, bajo la tierra, que consideran a las artes en general como una feria de vanidades.
Es oportuno recordar que estamos reflexionando sobre el contexto de producción, que el contexto de recepción es otra problemática. El artista no puede ser crítico cultural, tampoco sociólogo, etnógrafo, o filósofo. Mucho menos político. Estas disciplinas podrían realizar crítica cultural a propósito de la ocurrencia en el mundo del pensamiento artístico. El artista es todo a la vez, filósofo, sociólogo, antropólogo, sin necesidad de aprender las técnicas que identifican profesionalmente a estas disciplinas. La exploración del pensamiento artístico aporta infinitud de material para que aquéllas lo sistematicen con sus técnicas. El artista poeta debe ser hombre y mujer de su tiempo, debe crear textos poético-visuales libertarios en que reconozcamos nuestra actualidad, pero también nuestro devenir histórico y lenguájico en el que enraíza nuestra manera de ser y de pensar, como planteaba Baudelaire.
La sabiduría popular nos ha enseñado que la chicha es diferente de la limonada. Aunque el artista poeta explora diversos caminos que devienen con ayuda de la técnica asuntos disciplinares, debe transcenderlos; el artista poeta no puede lacayizarse al servicio de las técnicas neutrales, sin rostro perceptible, o al interés de las ciencias particulares, la dignidad humana no se lo permite; esto configura una responsabilidad moral; lacayizándose el artista poeta no sólo se humilla a sí mismo, también oprobia al arte y a su comunidad; el artista no debe ponerse al servicio particular de ninguna disciplina o cultura, su interés está focalizado en consolidar esa totalidad de sentido que somos hombres y mujeres que compartimos un mismo destino: surgir permanente y obstinadamente de nuestras cenizas-penurias. Este acontecimiento lo logramos poéticamente, escuchando el llamado de las cosas. Escuchar ese llamado es lo que denominamos sensibilidad, es decir, competencia para la conversación. Al relacionar las diferencias y proyectarlas sobre un horizonte en que son compatibles los contrarios, el artista poeta interviene y transforma el mundo, lo mejora; a esta transformación poético la denomino imaginario. El artista nunca propugna la marginación, o la auto-marginación cultural. El autorretrato impresionista de Brea merece un ajuste cezanniano.
POSDATA
La pregunta es la piedad del pensamiento, afirmaba Heidegger, sin la interpelación el pensamiento nadaría en la nada, estaría condenado a la esterilidad. Agradezco las preguntas y observaciones planteadas por Pedro Falguer a propósito de mis comentarios sobre Camposanto. Permítanme una breve acotación al respecto. Cuando se piensa se lo hace por medio de una herramienta prestada, el lenguaje, no hay otra manera de hacerlo, al menos para nosotros, seres tan limitados; esa herramienta le fue otorgada en el pasado a Fidias, éste logró hacérsela llegar a Miguel Ángel, hasta que, finalmente, llegó a las manos de Picasso. El lenguaje no es propiedad nuestra en particular, es algo que nos ha sido otorgado, en especial a los artistas poetas, por ser pensadores de lo fundamental, algo que, creo yo, algunos y algunas han olvidado, quizá porque el mercado ha propiciado su olvido; el lenguaje es un bien público, nadie puede reclamar u ostentar patente alguna sobre él, para pesar del liberalismo económico. Por lo tanto, debemos corresponder al lenguaje con algo de consideración; este corresponder, entonces, tiene connotaciones éticas, sin que quiera decir que el pensamiento artístico deba ilustrar de manera militante una Ética en particular, como el arte de la Contrareforma. El artista no es ilustrador, es pensador de la totalidad de nuestro ser, en su pensamiento la ética, la política, la estética, conforman una totalidad de sentido. He dicho recientemente que conformar comunidad no es más que poner en juego las opiniones que reflejan nuestras convicciones, ¡qué más legítimo que eso! Que ponerlas en juego es estar dispuesto a que las opiniones de otras personas puedan aclarar, modificar y enriquecer nuestros puntos de vista. Es este sentido considero que las observaciones de Falguer son un aporte importante que con seguridad tendré en cuenta para conversaciones futuras.