«Cuando el artista y el político se preocupan por los otros, habría que examinar de cerca que es lo que en realidad quieren».
En el primer estadio, el de su elaboración, la mercancía, el Otro, debe tener una configuración ética con el fin de que quien la realiza pueda acceder a una veleidad de plenitud narcisista de bondad y que quien la compre adquiera con ella y su exhibición la purificación de sus procedimientos no éticos. Pero lo que es más grave y más obsceno, es que solo en su primer estadio, el estadio conceptual previo a la fetichización, la consubstanciación con el Otro es ética.
En ese primer estadio es imperativa una supuesta disolución (que a la postre no es más que estratégica) de si con ese ser que «obliga éticamente» al artista a una relación ineludible con el Otro parecida, o mejor transpuesta, del concepto de la predestinación agustiniana y calvinista. En efecto, el artista no solo nos vende ya su pose heroica y «conradiana» *, sino algo que incluso está más allá del mundo: el ser un elegido mediante la predestinación dolorosa en la que no puede ser reemplazado por nadie (la competencia de mercado incluida obviamente ) y que tiene sus raíces ya no en disciplinas políticas de acción sino en imperativos metafísicos de origen religioso ( Levinas, Heidegger y su «pastoreo del otro») donde la ya pasada de moda dimensión de Dios es reemplazada por el » geist» del vecino y la víctima.
La naturaleza del Ser deja de ser, como en los santos, individual. Poco importa ya el trabajo «sobre si» que el posmodernismo considera con aparente desprecio «moderno» e irresponsable y comienza a supuestamente a residir en el Otro mediante una idealización extática plena de infinito que, como toda idealización, tiende o de hecho es hiperbólica y por hiperbólica termina destruyendo a ese Otro, su objeto. Al final del proceso el artista no será ni si mismo ni otro, solo alguien que posee, al igual que su detestado «moderno». De ahí la resistencia feroz, casi pueril a dejarse arrebatar los calificativos de si mismo como «político», «comprometido» o «social».
El artista social termina convertido en ese tipo de artista que había definido desde un principio como su enemigo: el dandy. Solo que un Dandy serio, afectado y «político» en el más populista de los sentidos. Un dandy por lo tanto cojo. La política, al ser una vivencia íntima y en soledad, no es ya la forma de acción sobre el mundo, sino la nueva forma de la acción de la líbido religiosa.
Es en ese punto que el concepto político de clase se ve reemplazado por el concepto que garantiza el blindaje del capitalismo contra la subversión social: el concepto excluyente religioso, paulista y ecuménico de comunidad. Es en ese sentido que Alain Finkielkraut, inspirado en la Disneylandia moral de Levinas del Estado neoliberal crítico, mejorado, legal y de mínima fricción del cual somos súbditos hoy, nos impela a sustuir la socialidad económica por la fraternidad racial. **
En el momento en que ese otro es convertido en mercancía y representa un lucro para el artista el proceso supuestamente ético se revela en su totalidad fenoménica como anti-ético, cual es que el USO del Otro se revela como el verdadero fin de un proceso que en principio se promocionaba como ontológicamente puro pero donde El Otro se fetichiza a través de una parodia ontológica decorativa y es pura mercancía con un aura ontológica. El primer estadio de renuncia ética a la violencia sobre el otro se convierte mediante el acto de introducirlo como mercancía en abuso culturalmente legitimizado por el Establishment de la cultura con un pretexto moral de solidaridad.
El arte se convierte pues en Abuso Ritual: la forma más altamente organizada y maquillada del abuso y cuyo dibujo debe tener raíces culturales seudo tribales y en el que un grupo, con el fin de purificarse, consume de manera culturalmente organizada bien sea a la víctima misma o a los objetos que le han pertenecido o son testimonio de su presencia. La primera etapa del abuso, la etapa previa al abuso mismo es siempre la de la involucración del abusado o de los consumidores del abuso en un clima de confianza que, en el caso del arte y la cultura, es el clima ético.
El abusador tipo suele tener siempre, en un comienzo, una posición de prestigio dentro de su comunidad ***. Asi, el abuso como fenómeno sadístico es despojado de su naturaleza delictual y es legalizado través del arte por medio del discurso panegirico del curador. Éste a su vez es legalizado por el Estado «crítico, mejorado, legal y de mínima fricción» de Levinas o por las Corporaciones. La etapa posterior al abuso, una vez llevado a cabo, se caracteriza por la expresión de amor, promesas de cambio y toma de conciencia hacia el abusado y hacia quienes han presenciado dicho abuso. El abuso finalmente borra sus huellas a través del arte.
Ese Otro-Abusado no es ya su fuerza de trabajo la que vende, sino su valor simbólico el que regala y su intimidad la que le es arrebatada con un lenguaje considerado y seductor y la promesa de un momento heroico en una Bienal o en una colección suiza; una epifanía que a la postre no recordara en su pobreza sino como baratijas. En ese sentido que ese Otro es doblemente abusado por el sistema económico y por el sistema cultural. Primero por el patrón, por el paramilitar o el comandante y luego como si fuera poco, por el artista, sus curadores, sus mecenas y al final por el publico mismo.
De ese otro alienado por la mano oportunista del artista mercader no queda mas que un eco lejano, el mismo eco que en dos principios básicos el posmodernismo reprochaba al modernismo: su indiferencia respecto al otro y su dinámica de Amo y Posesor del Ser (Heidegger). El modernismo, en palabras del «eticista» posmoderno Matthew Sharpe ****
1.- es «intrínsecamente no-ético porque se cierra a sí mismo respecto a la otredad de modo proto-paranóico».
2.- el tema moderno es una pequeña pieza fundamental de la realidad que éste se atribuye a sí mismo en la posesión de Amo y posesor del Ser
Así pues la hasta ahora la indescifrable mecánica «contemporánea» no es más que indiferencia procesada a través de un Discurso Ético decorado aquí y allá con lugares comunes del lenguaje y el entusiasmo seudo político . Una excelente manera de describirlo en términos simples es a través de un ejemplo que podríamos llamar «aeronáutico», diciendo que el Discurso Ético con que el «arte contemporáneo» presenta invariablemente todos sus artefactos es como el frágil y altamente vulnerable tanque de combustible que impulsa al transbordador Discovery hacia el espacio y que éste desecha tan pronto ha alcanzado la estratosfera del mercado y la fama intocable que lo aprestigia.
Entonces el artista-transbordador ya flota en la seguridad de que tan lejos, el hilado fino de su proceder no puede ser examinado . A no ser que el desprendimiento de un pequeño pedazo de delicada porcelana de racionalidad perspicaz vulnere la inconsistencia de su propio andamiaje y haga estallar todo en un dramático espectáculo de amoníaco líquido.
Carlos Salazar
* Józef Teodor Konrad Korzeniowski más conocido por su pseudónimo Joseph Conrad (1857 –1924), novelista polaco nacionalizado inglés quien podría considerarse con su novela «El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness) como inspirador clave del Turismo Cultural Extremo actual.
**Emmanuel Lévinas : Le souci de l’autre. Alain Finkielkraut
Magazine littéraire n° 345. Juillet-Août
***Daniel Shaw. Traumatic Abuse in Cults: A Psychoanalytic Perspective
http://www.danielshawlcsw.com/traumatic_abuse.htm
****Matthew Sharpe. ¿Is there a Minority Report?, or: What is Subjectivity? Other Voices, v.2, n.3. January 2005