En el 2004, en Argentina, la retrospectiva del artista León Ferrari generó una guerra de opinión entre el fundamentalismo católico y el activismo laico, este año, en Colombia, país de medianías culturales, la misma exposición solo causó un rifirrafe de papel.
Un columnista de El Tiempo, Fernando Gómez, escribió: “Es hora de sacar de las bodegas secretas del Vaticano los instrumentos de tortura de la Santa Inquisición para poner en su sitio al artista más peligroso e irreverente de América Latina. Incluso las iglesias cristianas deberían tener más carácter […] y pedirles a sus fieles que vayan a destruir las obras de León Ferrari en el museo del Banco de la República”.
Gracias a esta provocación, Klaus Ziegler, de El Espectador, se montó en Ferrari y la libre expresión y concluyó: “Es hora de que esos fundamentalistas sepan que la piedad religiosa y la virtud moral son cuestiones muy diferentes; que delitos y pecados no son la misma cosa. Que hoy es posible educar a nuestros hijos en un humanismo laico que convoca a la práctica de una verdadera ética, plural y respetuosa de todos los seres vivos…”
La polémica parroquial resultó viciada, la columna de Gómez era una chanza pachuna y a Ziegler, por leerla incompleta, le falló el detector de ironía. A la luz de este remedo de fundamentalismo que terminó por ridiculizar a un fervoroso escéptico, adquiere brillo el fallo singular de Horacio Cortí, el juez argentino que ordenó reabrir la muestra de Ferrari frenada en 2004 por la acción judicial que interpuso la Asociación Cristo Sacerdote.
En su sentencia Cortí liberó a la obra de Ferrari de la trama esquemática del héroe o del traidor, incluso puso en duda la fama de ateo y transgresor del artista y llegó a calificar su obrar como el de un cristiano virginal: “la ambigüedad de la obra de Ferrari también es posible como consecuencia de la riqueza del propio cristianismo, cuya historia y enseñanza no pueden reducirse a una visión monolítica, uniforme y única. Si bien en los textos del artista (algunos de ellos figuran en el catálogo de la muestra) el cristianismo es ciertamente monolítico, son sus obras las que dicen lo contrario, al aportar el matiz que su discurso no incorpora. Desde otro ángulo puede decirse que si las obras de Ferrari pretenden enjuiciar la historia de la Iglesia desde la perspectiva de los derechos humanos, esos derechos tienen origen, al menos en parte, en la tradición intelectual y cultural del propio cristianismo”.
El derecho romano define al curador como el representante de todos aquellos que por edad o incapacidad mental no son personas ante la ley (impúberes, idiotas, locos); a la luz del arte, ser curador implica ser la voz de los artistas ante la ley, cuidar de sus obras, tanto en cuerpo como en espíritu. En este sentido resulta paradójica la voz del juez , porque el fallo del “curador” Corti vuelve a la obra y la pondera, la libera de las disquisiciones rutinarias y polémicas, se aleja de toda la jerga artística que tanto fatiga el cliché, de todas esas interpretaciones del arte hechas sin arte.
(Publicado en Revista Arcadia # 47)