Continuando el diálogo con Lucas Ospina, a quien agradezco su explicación contextual del sentido del trabalenguas, por mor de la discusión quiero anotar dos cosas.
La primera tiene que ver con la cita con que inicia su generosa respuesta Lucas Ospina:
> «[…] la satira como acto de caridad mantiene unido
> al satírico con los objetos de su ataque […]»
> – R.G.G.
La sátira es un cierto empleo del lenguaje en el que, ciertamente, el objeto del acto satírico está incorporado en el acto mismo. Si un sujeto cualquiera se refiere a otro y satiriza sus acciones, demuestra que el otro le importa, que lo ha acercado al círculo de sus intereses propios. En fin, que se lo ha «apropiado» mediante el lenguaje.
Sin embargo, para lograrlo, primero lo ha tenido que constituir en objeto: objeto de la sátira. Por lo tanto, lo ha despojado de aquello que lo constituye como sujeto y lo convierte en acontecimiento del lenguaje, de un cierto tipo de lenguaje, que además tiene sus leyes propias (hay un delgado límite entre la sátira y la burla grosera).
Si esto es así, entonces la unión (entre el que satiriza y lo satirizado) es un acto puramente formal. Además quien satiriza se puede colocar por fuera de un debate serio, con el argumento «es que yo tan solo satirizaba». No veo una verdadera unión entre sujeto y objeto de la sátira, a menos que, como propone la cita de Gutiérrez, uno conciba la sátira como un «acto de caridad», pero esto va en contravía de la hermosa cita de Ecce Homo que introduce Ospina al final de su mensaje.
Mi segunda observación tiene que ver con la lectura política del acto crítico (Ospina pronto salta a la comparación con los para-empresarios, que comparto en su contenido pero a la que le veo un problema conceptual). Mi impresión es que en esta respuesta de Ospina, en el texto de la profesora Amparo Vega que se adjuntó del Archivo X y en el comentario de Mary Boom se defienden dos tesis incompatibles: la del principio moderno de la autonomía del arte (que tiene su origen en Kant) y la del principio (siglo XIX, estéticas del reflejo) de la relación íntima entre arte y política.
Creo que son incompatibles, porque una discusión acerca del arte que refleje tan solo las contradicciones entre creación e institución y que ofrece como respuesta el surgimiento de una nueva institucion (CCAV), parte de una diferencia acrítica entre aquello que es bueno (de antemano, sin indicar las características que lo hacen bueno), que sería una cierta concepción del arte y aquello que es malo (en una descripción también superficial), que serían las instituciones y sus políticas.
Finalmente, si se me permite una intervención «tipo profesor», creo que el artículo de la profesora Amparo Vega lee los primeros parágrafos de la Crítica del Juicio de Kant (se centra en la «analítica») y no fortalece algo que es mucho más fuerte: la «dialéctica» que se encuentra a continuación en el mismo texto. Allí hay otra lectura distinta de la universalidad de los juicios de gusto, que Vega ha remitido a la individualidad (con lo que no serían juicios de gusto, sino juicios acerca de los placentero, por lo tanto, no estéticos)
Como siempre, creo que hay que revisar fuertemente las aristas del asunto.
Victor Quinche