Cuentan algunos historiadores de la Independencia que José María Espinosa, el retratista oficial de Simón Bolívar y uno de los grandes artífices de la miniatura, tenía una afición secreta: la caricatura. De hecho, algunos testimonios de cuando estuvo en la cárcel en Popayán después de ser arrestado en 1816 por los realistas, demuestran que tenía un talento caricaturesco que dejaba traslucir hasta en los peores momentos: por ejemplo, mientras esperaba la orden para ir al patíbulo. «Yo, llevado de mi buen humor y de mi afición al dibujo, hice una caricatura de don Laureano Gruesso (el general que decidiría su momento de muerte) con mi barrita de tinta china que saqué de Santa Fe». Cuando estuvo terminado el retrato que había quedado muy parecido y ridículo, lo colgó en la pared con alfiler que le atravesaba la garganta al General. Todos los reos murieron, pero de la risa.
Espinosa, un fiel seguidor de la causa independentista, fue el primer caricaturista del que se tenga noticia en Colombia. De las cinco caricaturas que se sabe existieron, ninguna ha sobrevivido el paso del tiempo. Se conservan acaso un autorretrato en el que se destaca su famosa nariz y un retrato algo deforme de su mamá. Junto con otras 900 caricaturas, se pueden ver en la exposición La caricatura en Colombia a partir de la Independencia, que estará abierta desde este miércoles en la Casa Republicana de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. La exposición es el resultado de la rigurosa investigación que la pintora Beatriz González lleva cerca de 25 años realizando y que abarca obras desde los primeros caricaturistas del país, como José Manuel Groot, pasando por Ricardo Rendón, hasta los más recientes, como Alfredo Garzón, Osuna, Pepón y Carlos Mario Gallego, más conocido como Mico, o como Tola y Maruja.
Arte y caricatura
Tradicionalmente, lo bello y lo bueno se ha relacionado con la tragedia o el drama. Lo feo y lo malo, con lo cómico y humorístico. A caballo entre lo uno y lo otro, la caricatura es un género muy particular. Se ha dicho que «la caricatura es la hija bastarda del arte y la prensa». Bastarda: baja, no oficial, pero, en tanto «hija, con características que la emparentan de manera incuestionable con su madre, el arte. De ahí que en varios salones de la Casa Republicana haya cuadros: óleos y acuarelas de retratistas, como en el caso de José María Espinosa; de pintores anónimos como el que pintó La muerte de Obando
en el que el general es representado como un tigre, o de pintores reconocidos que se burlaron del poder central de sus tiempos. Entre estos últimos destacan cinco cuadros que Débora Arango pintó entre 1953 y 1957 13 de junio, La prostituyente, Melgar, Rojas Pinilla y El Plebiscitico- y los de Carlos Correa.
«En algunos casos el arte toca los límites de la caricatura», dice Beatriz González, curadora de la exposición, «y en otros, por sus características, las caricaturas se vuelven arte». Es el caso de Ricardo Rendón, cuyas caricaturas sintéticas, de trazos gruesos y contundentes, no sólo llevaron a varios artistas reconocidos por el camino de la caricatura entre ellos Eladio Vélez, Horacio Longa, Alberto Arango y Luis Eduardo Vieco, sino que inspiraron a Leo Matiz, y su estilo se percibe en las ilustraciones de Obregón. Y es el caso también de los caricaturistas que, en épocas de censura, se dedicaron a hacer otra cosa. Algunos dibujos del húngaro Peter Aldor, que vivió y trabajó en Colombia durante la dictadura de Rojas Pinilla, son caricaturas, aunque su objeto de burla sea el arte: La lección de anatomía, de Rubens, y Las meninas, de Velázquez.
Caricatura y censura
Pero en la historia de la caricatura en Colombia no sólo se encontrará una versión no oficial de la historia política del país, sino también un espejo de la historia de la imprenta, como de la prensa y de la censura en Colombia.
El impacto político de la caricatura fue creciendo con el tiempo. Por ejemplo, en su edición del primero de marzo de 1851, del periódico El Día, publicó un Mensaje del Presidente de la República, por entonces José María Melo. El mensaje estaba completamente trastocado y ridiculizaba al Presidente. De hecho, en la caricatura que acompaña el texto él aparece con orejas de burro y armado hasta los dientes. Los liberales se quejaron, publicaron un mensaje en su propio diario y la cosa no pasó a mayores.
La historia sería muy distinta una década más tarde. Para 1860 no sólo se habían quintuplicado los tabloides, gracias a los Martínez, un par de hermanos venezolanos que trajeron nuevas técnicas de litografía y abrieron varias editoriales en el país, sino porque el golpe de Estado, las interminables guerras civiles y la subida del conservador José Hilario López polarizaron la opinión pública. Tanto, que Los Matachines Ilustrados, una publicación en la que participaron los más importes caricaturista de la época José Manuel Groot y Pepe Caicedo incluidos fue cerrada después de la segunda edición.
Con cada cambio de gobierno, cambiaba la situación de los caricaturistas. En 1880 la Época Dorada de la caricatura, según Beatriz González se publicó el diario conservador El Mochuelo de Alberto Urdaneta, quien modernizó la xilografía y trajo los cabeza cargada, retratos al estilo francés en que los gobernantes tienen la cabeza gigante y unos cuerpitos enanos: una clara referencia a su poder y su impotencia. Pasaron los años y a principios del XX, se publicaron, acaso, caricaturas políticas en medios internacionales sobre la concesión del Canal de Panamá, y a finales de los años 30, en tiempos de Rojas Pinilla, la censura acabó con varios medios e incluso afectó a los de circulación nacional: El Tiempo cambió de nombre y El Espectador cerró voluntariamente su sección de caricatura.
La última sala de la Exposición, llamada ‘¡Dios salve la caricatura!’, está dedicada a la actualidad. Después de un breve homenaje a Jaime Garzón, aparecen los testimonios de Osuna, Pepón, Matador y Antonio Caballero sobre las dificultades que han tenido para agarrarle «el ladito a Álvaro Uribe». Pepón, que criticó la corrupción al hacer del Congreso una ratonera, indignó a muchos colombianos que enviaron cartas a El Tiempo pidiendo «que se respetaran las instituciones». Su caso quizá sea el más diciente sobre lo que ocurre en tiempos de Uribe. Germán Rey, entonces defensor del lector respondió con la siguiente reflexión: «¿Se debe conceder la rectificación? ¿Es exactamente igual una caricatura a una noticia o una nota informativa? ¿Tienen los caricaturistas unas concesiones especiales, reconocidas por los periódicos y por la sociedad? El defensor no debe pronunciarse sobre su contenido, ni proceder a rectificar». Queda dicho y sentenciado: la caricatura es opinión y genera opinión. Si incomoda a los poderosos y a sus seguidores, logra su cometido. Esa es la historia que narra ‘La caricatura en Colombia a partir de la Independencia’.