Sobre la muestra de proyectos de grado de arte de la Universidad Nacional
“Es que este edificio es historia”, pensé, apenas pisé la entrada del 301, el edificio de Bellas Artes de la Universidad Nacional. No pensé en que era historia únicamente por su estado actual, evidente y similar al de muchos otros edificios de la Nacional, sino porque esa estructura habla por sí sola y, al entrar en ella, nos da indicios del sinfín de anécdotas y sucesos que alguna vez tuvieron lugar en sus pasillos.
Pensé también que los artistas que presentaban esta vez sus obras tenían, además de la presión de ser sus proyectos de grado, el peso de ser las últimas obras que se apoderarían de una forma tan absoluta de esa estructura que lleva ahí desde 1940. La responsabilidad de despedirse de forma digna de ese edificio que albergó más de seis generaciones de artistas y sus trabajos. Seguro por eso fue que el recorrido se sintió un tanto nostálgico, esperando, de pronto, que alguna obra resaltara el espacio que habitaba, que lo pusiera en diálogo y que de pronto le diera al espectador una idea –así fuera vaga- de lo que el edificio o, más bien, la facultad de Bellas Artes representaba para alguno de los artistas.
La muestra, que se titulaba Esto no es un incidente aislado, fue en su totalidad una respuesta a los sucesos que desembocaron en el estado actual del edificio (a punto de colapsar) y, a la vez, una especie de homenaje al mismo, como si el grupo de artistas también entendiera el presentar sus proyectos de grado como una responsabilidad con la estructura y la facultad.
En muchas situaciones las obras y el edificio funcionaban como un sólo suceso, se complementaban. En unos casos, por ejemplo, con Tegumento de Maira Montenegro, las piezas y el espacio conformaban una unidad a partir de elementos completamente opuestos. La limpieza de los dibujos de tejidos humanos y la gran textura blanca que caía en cascada desde el techo -que funcionaba como un segundo tejido, uno textil-, se contraponían a la madera desgastada en el suelo y las ventanas descuidadas. Se generaba así un diálogo entre cada uno de los elementos, donde inevitablemente el espacio ayudaba a potenciar la obra y sus pequeños detalles, pero las piezas no opacaban a su contenedor, más bien, ayudaban a contar su historia resaltando sus texturas y su edad. No me imaginaba la obra en otro lugar porque tampoco quería hacerlo.
Las fuertes texturas del edificio, sin embargo, no siempre se anteponían a las obras. .06. Cuántos Pájaros de Mónica Quijano López, lograba conjugar lo experimental de los medios y formatos utilizados con la estética de la habitación, a diferencia de las otras obras, su falta de limpieza iba de la mano con el espacio en el que estaba dispuesta. Libros rayados, rocas, huellas de visitantes pintadas en el suelo, una vieja máquina de escribir y telas raídas, contaban otra historia de ese edificio, probablemente la parte más real de la vida del artista: lo experimental, lo no-culminado. En otros casos, se supieron aprovechar las pequeñas habitaciones para crear un nuevo espacio mucho más íntimo y sensorial para el visitante, instalaciones donde el espectador debía acercarse a cada objeto para entenderlo, como es el caso de los divinos niños en Homolatría de Esteban Mariño, quienes tenían tallado de una forma casi imperceptible “afeminado” o “marica”.
Cada una de las obras contaba un rincón del edificio, una historia de tantas. Unas acogedoras y otras más inquietantes, sin embargo, todas lograron apaciguar la incertidumbre sobre cuál sería el futuro de las artes plásticas, al menos en Bogotá, cuando la mayoría de facultades de arte parecen estar teniendo un auge y un mayor interés por los nuevos medios.
Pero la realidad es que cuando el arte plástico se da a la tarea de tener una función clara -en este caso de hablar por la facultad y homenajear a su más antiguo contenedor- adquiere cierto misticismo o magia que, si se quiere, difícilmente otro medio podría lograr. Objetos y texturas que apelan a los sentidos y que tienen el potencial de no pasar desapercibidos, de dejar huella y mostrar que, claramente, el arte plástico no es un incidente aislado.
Lina Useche