Martha Rosler, Bienvenida.
Supe que para aplicar a la Clínica de proyectos que usted hizo el jueves 20 y el viernes 21 de agosto en una galería-espacio-de-arte-independiente era necesario enviarle un texto de no más de 300 palabras en inglés. Pero, como no deseo conversar con usted sobre mis proyectos futuros, me saltaré esa exigencia de protocolo y me arriesgaré a escribirle en mi idioma, para tratar sobre un interesante proceso urbanístico en el barrio donde usted habló.
Hace poco estaba revisando una conversación [en español] que usted sostuvo con Benjamin Buchloh. En ella hablaba de muchas cosas, por ejemplo, los comienzos de su carrera. En ese punto, me llamó la atención que usted calificara a las galerías de arte como espacios privilegiados y más adelante, cuando Buchloh comparaba su obra con el trabajo de artistas como Carl Andre, usted replicaba diciendo: “Estás hablando de aquellos artistas promovidos por el mundo institucionalizado del arte y sus órganos de publicidad.”
Me quedé con esa parte. Y no dejé de pensar en la utilidad de su presencia como consultora de proyectos de arte en un sector específico de Bogotá. Vale decir, si su clínica de proyectos iba a integrar una actividad promovida “por el mundo institucionalizado del arte y sus órganos de publicidad [de Bogotá]”, ¿quién iba a obtener los beneficios en el territorio donde usted se ubicaría?
Nada nuevo. Una charla de alguien notorio en el campo artístico se debe difundir. Más si viene de fuera. Más si hace parte del canon contemporáneo. Más si tiene como destino uno de los barrios de especulación en finca raíz más inflados de la época.
Promovido con cara amable, el distrito de arte de Bogotá hace parte del portafolio de proyectos de una firma de finca raíz llamada Prodigy Network. Tiene sede en el barrio donde está la galería-espacio-de-arte-independiente donde se planeó que usted hiciera su clínica. En él, y gracias a la entereza del Alejandro Castaño, un coleccionista a quien supongo conoció, se habrá de desarrollar “a project with a soul and a spirit.”
Nada nuevo. Y nada mal. Si un inversionista quiere modificar el uso y valor del suelo de cualquier parte que desee en una ciudad, puede hacerlo. Sin embargo, y atendiendo al hecho de que usted no suele pasar por alto ese tipo de cuestiones –o por lo menos eso es lo que he entendido que ha hecho en otros de sus proyectos enfocados en “the public sphere [donde] exploring issues from everyday life and the media to architecture and the built environment” –, me gustaría saber si tuvo eso en cuenta. Supondría que no. Cuando uno viaja no suele documentarse sobre las transformaciones urbanísticas o los conflictos de la ciudad que le va a recibir con los brazos abiertos.
Pero bueno, también leí apartes del libro Culture Class (que seguro debe encontrarse en la biblioteca de la galería-espacio-de-arte-independiente donde se planeó que usted hiciera su clínica) y volví sobre la figura del señor Castaño. Me gustó recordar que en su biografía él destaca que comenzó recopilando obras de arte contemporáneo como hobby (todos dicen lo mismo) pero poco a poco su interés creció. Y entonces, este ciudadano pasó a convertirse en un “well known influencer within the Bogotá art community, and his collection has become a significant representation of contemporary Latin American Art.”
De hecho vale la pena leer en ese mismo artículo, que su pasión pasó a convertirse en un deseo legítimo y magnífico por influir en la ciudad. Por ejemplo, él señala que
“As an architect I never intended to be a part of arts scene in Bogota. However overtime, my involvement enabled me to bridge the gap between my career and my passion for the arts. I started designing hotels where I incorporated into my plans the work I felt most passionate about; I began thinking about how I could create a visual conversation between the space and the art being displayed.”
Y su pasión ha traído múltiples beneficios a quienes se han trasladado a ese sector. Los artistas que alcanzaron a llegar y pagar alquileres asequibles, se beneficiaron de estar en un territorio que poco se convirtió en destino de dealers, curadores y hasta personas como usted. De otro lado, los dueños de los terrenos han visto incrementarse el valor de sus propiedades. Todos están felices. La epopeya del desarrollo urbano. Una demostración más de que la fuerza de un grupo concernido de actores privados puede transformar una ciudad. De hecho, puede decirse que Bogotá necesita más inversionistas así. Que dejen de contemplar su propio éxito y traten de compartir con los demás su visión unilateral del desarrollo, o que sus ideas puedan seguir la senda que les marcó el ejemplo de Castaño:
“The idea [del distrito de arte para esta ciudad] was born when I started thinking of Bogota, and its needs stemming from issues related to mobility, safety and traffic. I thought about how big cities are made up of smaller neighborhoods, each taking on a unique character defined by the varying styles of art, cuisine and theatre.”
Lo cual, para el caso del arte contemporáneo habrá de redundar a favor de todos nosotros. Por ejemplo, el necesarísimo requisito de a ver todas las exposiciones que se hacen simultáneamente en la ciudad. Me gusta saber que la idea del distrito de arte de Bogotá busca que personas como yo, que vivimos de ver exposiciones y reseñarlas tenemos gente que piense en nuestro beneficio, y resuelvan problemas como el del tránsito bogotano. Dice Castaño,
“When the galleries are preparing new exhibits and events on the same day, it becomes impossible to visit them all at the same time, especially during rush hour. All the galleries are in different areas of the city and the issues with traffic don’t help. Additionally, artists cannot easily access transportation from their home to potential studio spaces or the galleries where their work is being displayed.”
Saludo su visita a Bogotá. Ojalá vuelva. Y cuando lo haga, ojalá vaya de nuevo al barrio aquel que va a modificar este proyecto y compare el nivel de homogenización que alcanzó entre un viaje y el otro. Seguro alguien como usted lo notará. Otros no, ellos sólo ven buenas intenciones.
Gracias por venir.
— Guillermo Vanegas