Maria Belén Saez de Ibarra, quien actualmente dirige la Dirección Nacional de Divulgación Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, responde el cuestionario de Francesa Bellini.
¿Para qué sirve el arte?
Nos hemos servido de la performatividad del arte para, a través del truco y de la astucia, poner en escena los dramas que le son propios a las profundas contradicciones de la conciencia; del “si mismo” y de la percepción de la realidad. A partir de la invención reciente del “arte” como categoría específica de naturaleza absoluta, se utiliza como metáfora trajinada del proyecto espiritual del hombre. Este es un mito que ha sufrido muchas crisis. Por lo pronto, sabemos que el arte como productor de símbolo y significado es uno más de los mecanismos que usa la sociedad actual para crear y reproducir sus retóricas.
¿El arte y la política deberían mezclarse?
Me interesa pensar sobre el arte desde una connotación política. Aunque a veces también se nos permite no “pensarlo”. Este es un momento que siempre andamos buscando y que nos sucede raramente cuando nos enfrentamos a una obra verdaderamente poderosa. El arte puede contribuir a la consolidación de los regímenes culturales establecidos o lo contrario; trasgredirlos. Ambas cosas son interesantes de mirar, ya que nos muestran la forma como opera la construcción de la realidad social. Creo que esa podría ser la connotación política del arte aunque prefiero el arte cuando se hace hermético y más misterioso. Incomprensible. Cuando sirve más para callar que para decir.
¿Ha llegado la hora en que los políticos sean reemplazados por los artistas?
El ejercicio de la política al que usted se refiere es una profesión con un campo y unas reglas, tal como lo es la profesión del artista. Ni los artistas ni los políticos como profesionales son más o menos deseables.
¿Cree usted que el arte es una forma válida de activismo?
¿Es el activismo en sí mismo válido? El activismo es una estrategia política entre otras. Cada uno debe optar por la estrategia que su opción crítica le vaya mostrando. Yo pensaría que el arte es en sí mismo una opción que no está cruzada por el activismo. Es un lenguaje mucho más sutil que opera sobre la vida síquica fundamentalmente y hace menos ruido aunque pudiera ser mucho más agresivo.
¿Debe haber ética en el arte?
La ética es una dimensión que atraviesa toda la vida social, así como la vida íntima del sujeto. La ética es la dimensión humana del pensamiento. Ella nos hace parte de una categoría de lo humano.
¿Qué no es ético en el arte?
La inocencia sobre las implicaciones políticas del ejercicio del arte. Cuando el arte logra reproducir o producir significados y sentidos sociales tiene un poder sobre la gente y sobre las estructuras sociales (quizás sean la literatura y el cine los más eficientes). Este poder es silencioso, imperceptible, opera esparcido, derramado, taimado. La mayoria de las veces, muy al contrario de lo que “el sentido común” cree, el arte fortalece y hace circular las formas más reaccionarias de los regímenes de representación social. No es ético en el arte que sus actores pretendan no saber a que amo le sirven. Cada obra y la forma como ella circula implicaría la plena conciencia de lo que en ella se tramita para corresponder a un ejercicio ético de lo simbólico.
¿El arte es una forma de lucha?
Si asociamos la lucha al conflicto que subyace al control sobre la producción del significado social de lo simbólico, puede serlo. Pero esta lucha no implica una disposición explícita y conciente de hacerla. A veces parece que se maneja entre los bordes del autismo de todos los que en ella pudieran intervenir.
¿Se considera un artista político o un artista crítico?
Estos rótulos tal vez solo sirvan para recordarnos la profunda restricción del arte como lenguaje. Quizás la pulsión crítica que pueda llegar a tener una obra no pudiera estar calculada ni por el propio artista. El arte es una forma de conocimiento que rechaza –en sus momentos de mayor grandeza-el conocimiento en sí mismo; que se halla en el limbo del desconocimiento que se encuentra más allá del conocimiento y del silencio que se encuentra más allá de la palabra, como lo diría Susan Sontag.
¿Para qué hace su obra?
Yo disfruto mucho mi trabajo. Trabajar en esto es como una extraña adicción especialmente cruzada por el deseo, que por cierto requiere de mucha capacidad de espera y de resistencia, ya que es un quehacer particularmente inestable e inseguro, muchas veces restrictivo.
¿Para quién hace su obra?
En el fondo la vanidad de todos nos hace creer en un provecho social de lo que hacemos, pero prefiero responderle que en realidad no lo sé.
¿A qué artistas admira?
Muchos. Depende de la obsesión del momento. El arte se renueva, y también nuestros intereses. Quizás lo más interesante que este campo ofrece es su constante transformación, cada vez más rápida y a la que accedemos cada vez más fácilmente. Las obras tienen un poder coyuntural, allí es donde están vivas. También pueden ser miradas desde su historicidad. A mí particularmente me interesa el desconcierto de las transformaciones. Aunque ellas hoy se suceden tan rápidamente que es difícil saber algo cierto sobre su sustancia.
¿A quién censuraría si pudiera?
A nadie. La censura esta cerca de las conductas fascistas. La censura no una opción para la crítica ni para defender una posición. Aunque pensándolo mejor me censuraría a mi misma. Me gustaría poder estar más tiempo en silencio. Decimos muchas tonterías.
¿Qué le molesta del mundo en el que vivimos?
Que vivamos en un cuerpo que se desgasta tan pronto, cuando parece que se empieza a entender…(algunas cosas).
¿Tenemos esperanzas de salir del atolladero?
La esperanza es lo último que se pierde. Pero hay que entender que no tenemos control sobre casi nada. La contingencia del mundo no nos pertenece. Lo único posible es vivir desde la solidaridad. Y vivir a plena conciencia y sin hacer tantos cálculos.
Publicado en el periódico El Nuevo Siglo el jueves 21 de Mayode 2009