¿cuáles críticos? ¿el idct? ¿william lópez? ¿kalmanovitz power?

Para los que aún lo dudan -o califican como una paranoia persecutoria- la institución sí existe. Aquí no se trata de críticos versus curadores ni de una actitud parricida -parricidio a la manera de una conducta que en este país se inauguró con la traba crítica y mental de… quien?- sino de entender que las instituciones en abstracto son ciertas entidades específicas que financiadas con nuestro dinero han decidido cuáles son las políticas de arte que convienen a los ciudadanos y que han terminado en manos de unos pocos funcionarios «funcionando» a favor de un reducido grupo de personas.

Se me ocurre pensar que el término «administración» tiene que ver con la regulación de las formas de expresión del descontento ciudadano, de manera tal que una correcta «administración» de estas formas del descontento logrará impredir que surja eventualmente una reacción explosiva y desestabilizadora en contra del estado y del gobierno. Administrar es ejercer la demagogia del bienestar ciudadano para la conveniencia de una rentabilidad electoral manipulada a favor de un sistema injusto.

Aunque no desconozco que esfera pública se ocupa de los temas del arte -y desde sus orígenes de eso que se llama arte contemporáneo- me parece que no es conveniente encuadrar las diferencias en el estricto marco de una discusión de oficio, es decir, restringida al area de las llamadas artes contemporáneas. Al situar la discusión entre críticos y curadores se desconoce el hecho mismo de que los críticos (entre comillas) no están «criticando» lo que ocurre en las artes salvo como un reflejo de lo que sucede en el mas amplio marco político, que es el de la sociedad misma.

No creo que en el curso de las intervenciones que han aparecido en esfera pública pública haya una sola en donde alguien se haya autodefinido como crítico; la definición provino tal vez como corolario de una conferencia que dictó William López hace algunos días para la convocatoria del premio de crítica lanzado en la Universidad de los Andes. Aunque desde una clara y organizada perspectiva, tal vez apuntalada en las seguridades de los valores académicos que favorecen la especialización y la separación estricta de los roles, William mencionó el surgimiento de un nueva crítica. Desde este momento, parece que se difundió el rumor de que esfera pública era un espacio de crítica; pues bien, me parece que mas que un espacio de crítica en una obra colectiva en donde participan diferentes personas, amparadas por el semianonimato que brinda la red, algunas con nombre propio y otras con pseudónimo, y otras con nombre propio que parece un pseudónimo.

En virtud de que todos participamos en el sostenimiento financiero de «las instituciones» me parece que las intituciones nos pertenecen. Ahora dado que nos pertenecen podemos o bien renunciar, o bien denunciar cuando consideramos que están siendo mal manejadas. El comentario que realizé hace un par de años revisitado oportunamente por Pablo Echeverri surgió en el contexto de una crítica que se elevaba en contra de la gerencia de artes pláticas del IDCT: aún a pesar de contar con el elogio de William López, creo que la gerencia de artes plásticas del IDCT ha favorecido desde hace tal vez diez años a un circuito privilegiado de artistas: además las opiniones de Jaime Cerón aparecen en circuitos públicos y privados, y la forma en que están entrecruzados los espacios privados con la gerencia de artes pláticas del IDCT hace que su opinión sirva como elemento que dispara la comercialización de una obra, es decir: ¿el estado a favor de intereses particulares? No creo que sea sano para una ciudad que una sola persona -por mas inteligente y formada que nos parezca- comande por mas de diez años una de las instituciones mas poderosas del arte en Bogota. Dicha institución parece haberse empeñado en hacer surgir a un reducido grupito de artistas a costa de entregar compensaciones demagógicas a todos los que no se encuentran en su circuito. Los comités de area del IDCT parecerían instrumentos inoperantes, pequeñas representaciones de un congreso plegados a una sola voluntad dominante, la del Gerente de area: triste destino de la «democracia participativa» a la que deberíamos redefinir tal vez como «demagogia participativa».

Una cuestión delicada que acertadamente planteó William López es lo que le ocurre a un pensamiento autónomo en el momento en el que se deja tentar por el deseo de ser reconocido a través de un premio. Por supuesto que la actitud que se le adjudica a la indepedencia de acción es la de rechazar desde una posición casi estrictamente ideológica cualquier incentivo que pudiera amenazar la pureza de su propósito. Premiar la crítica puede ser casi tan peligroso como administrar por vías de la demagogia un descontento ciudadano, la que he señalado como la principal función del IDCT: la administración. En el caso del ensayo de crítica convocado por el Ministerio de Cultura y la Universidad de los Andes, dado que el resultado de las discusiones públicas debe apuntar a afirmar la autonomía de cada uno de los interlocutores, me parece que cada quien debe decidir por si mismo y no debe permitir que una ideología tome por él la decisión. Esperemos que los nuevos premios sean mas interesantes y menos ilustrados que el otorgado al erudito Andrés Gaitán Tobar con su insulso «Del termómetro al barómetro». La posibilidad de la apropiación de lo disidente por lo institucional se hace de todos modos muy evidente al abrir el cuaderno y ver que antes incluso del nombre del autor aparecen como protagonistas Alvaro Uribe Velez, María Consuelo Araújo Castro, Adriana Mejía Hernández, María Beatriz Canal Acero, Clarisa Ruiz Correal, Javier Gil Marín, María Victoria Benedtti, María Sol Caycedo… Juan Fernando Herrán. Recién en la tercera o cuarta página nos enteramos que la persona que ganó la convocatoria es Andrés Gaitán Tobar, es decir, aparece casi como un apéndice de las nueve o diez personas que lo anteceden casi como figuras mas importantes que el autor «premiado», casi como un pretexto, que en este caso es un postexto. Me pregunto ¿Acaso alguno de ellos escribió aunque sea una sola linea? (¿un caso de localismo central..?)

Es cierto que hay una actitud parricida, pero esta actitud empieza en Colombia por negar toda referencia anterior a la generación que «trabó» a Colombia, al grupo de privilegiados que sepultaron la historia del arte nacional. La tradición de grupitos privilegiados no cesa ,es decir, esa tradición no ha sufrido parricidio, pero a diferencia de hace unas décadas, se agrava porque se realiza desde la administración local de Bogotá. La crítica mas relevante se hace desde los circuitos de la gerencia -crítica-curaduría- patrocinador del IDCT, trabados con las galerías privadas, los curadores de las instituciones de la Biblioteca Luis Angel Arango, los curadores de la Alianza Colombo Francesa.. Como lo dije hace algún tiempo, cinco o seis personas controlan todos los circuitos de arte en Bogotá, desde los institucionales públicos, los institucionales culturales y los institucionales privados.

Sobre los exabruptos de Maria Iovino en la conferencia de Fernell Franco:

1. En primer lugar, quisiera mencionar como gran exabrupto la decisión de Maria Iovino de editar las entrevistas o entrevista realizada a Fernell Franco para situarlo al nivel de un lenguaje apropiado. Es decir, como Franco se expresa poderosamente a través de la imagen, pero -según María- «costumbrísticamente» a través de la palabra, era necesario editar la entrevista para podarla de todo gesto exótico -porque lo exótico no es tomado en serio- y elevar al sujeto a la altura de lo que a un crítico-curador contemporáneo le parecería digno para Fernell y para ella: Fernell en su rol de artista contemporáneo. Esta atrocidad de procedimiento es tan deshonesta como la del científico que acomoda las observaciones de los experimentos para que demuestren sus conjeturas previamente establecidas y se erige como una truculenta «estetización» de la expresión artística.

2. La separación tristemente pobre entre las fotos «testimoniales» y las fotos de «arte»: ¿Acaso existe esta diferencia fuera del esquema de mirada del curador? Parece un recurso para responder a la exigencia analítica del entendimiento antes que a lo que se podría señalar como la «obra».

3. La posición del crítico mesiánico que rescata del anonimato a un artista contemporáneo no reconocido como tal, olvidado por un entorno ingrato.

4. La separación entre poesía y política: «la sociedad nunca se ha transformado con un proyecto político, pero en cambio, sí con la poderosa mirada poética que viene desde el territorio del arte». Habría que ver, como en el caso del territorio testimonio versus el territorio «arte» cómo se establecen las fronteras entre lo poético y lo político y revisar la incompatibilidad declarada con anticipación por Iovino.

5. Hay un refinamiento innecesario en el uso del término «gigantografía» a cambio de la plana expresión fotografía de gran formato. Como siempre, los amaneramientos de la expresión nos apartan certeramente de la discusión de verduleros y de la ortografía de aprendices, pero nos quitan toda la espontaneidad.

Sobre la crítica social como expresión en el arte:

Me gustaría pensar que la crítica que se realiza desde estas páginas de la red se extiende a la sociedad por completo. Hago un llamado para pronunciarse a favor de la legalización de la droga en todas sus instancias, la única medida que puede a corto plazo contribuir a lograr menores niveles de injusticia social, de violencia y de empobrecimiento. En Colombia -a la luz de la absurda persecución de las drogas- todos somos o hemos sido criminales en algún momento de nuestra propia historia. Un régimen legal que considera criminales a todos sus ciudadanos es claramente ilegítimo. ¿Qué hacer? ¿Meter droga en lugares públicos como forma de activismo? ¿En los salones de clase y no solo en las rumbas semiencubiertas de la noche? Ayer mismo salió una noticia en donde se decía que el congreso de la república estaba poblado por «infiltrados jíbaros» Esto parece una pesadilla cómica sin fín.

Pablo Batelli