Semipanorámica de la exposición Del mismo modo y en sentido contrario, de Gustavo Niño. Fotografía Ana García.
Hija, hay gente muy bien criada que nunca le habla en público a sus hijos. Esos serán unos buenos padres distantes. Hay otros que cuando ven que alguien le habla en público a sus hijos ven una demostración de intenciones incestuosas. Esos son los buenos supervivientes de un incesto. Hay otros, como yo, que somos terriblemente imbéciles y usamos un blog para hablar de arte publicándole carticas mal escritas a su prole. Lo siento. Aprenderé a escribir, creo.
En este caso te hablaré de algo que seguramente no te va a interesar: al responsable de las obras presentadas en la exposición mencionada en el pie de foto, le basta con mostrar sin recato cada una de las influencias artísticas que han intervenido en su formación profesional. (Ninguna de ellas fue a la inauguración de la exposición).
En este sentido, tiene una cierta medida de exhibicionismo académico. De otra parte, creo que resulta bastante difícil entender cómo en un espacio difícil donde muy pocas personas saben que funciona una galería de arte hay tantas cosas pintadas que no sirven de nada. Entonces, en este caso se trata de un proyecto de malgasto del tiempo útil por medio del sistema del arte. (Pero, te cuento que aun existen algunos que creen que el arte NO DEBE servir para nada, y tienen razón, cada quien puede creer en lo que quiera. El problema es que, el arte SIEMPRE termina sirviendo para algo y para alguien y, entonces, ellos ya no tienen la razón, pero la reemplazan rápido, con la fé).
La cosa no se detiene ahí, en la fácil reflexión sociologista, sino que de hecho amplía las posibilidades del sociologismo fácil trabajando con base en un procedimiento enteramente apegado al formalismo. El autor se regodea en el uso de la pintura poniendo pigmento sobre cada cosa que se le antoje. A una canaleta oxidada le chorrea esmalte blanco; pinta de blanco un pedazo de tabla y le deja caer una nata de pintura verde; a un pedazo más grande de madera lo pinta de rojo y le cubre sus bordes de color rosado –o naranja (no recuerdo bien, no veo bien, soy miope)-; a una tablita le aplica pintura como si fuera cobertura de pastelería noventera. Y también, traiciona la desatinada costumbre de limitar obsesivamente cada disciplina artística al hacer esculturas con objetos pintados. A dos tablas blancas las monta chuecas desde el piso hasta el techo; a una tabla le clava puntillas (que luego pinta de blanco); a una escalera la instala al nivel de las rodillas y cuando hay gente es un excelente tropezadero.
¿Ves como se convierte una galería en un laboratorio de premisas sobre el trabajo? ¿No? Intentaré ser menos torpe en mi explicación: ese procedimiento artístico –usar soportes para aplicarles pigmento o para convertirlos en objetos son ninguna función- implica un gasto de tiempo. El artista usó su vigilia para inutilizar cosas que, de hecho, seguramente ya no tendrían utilidad. Es decir, ¿crees que la canaleta que pende del techo de la galería estaba destinada a servir como canaleta (fíjate que tiene huellas de uso y de deterioro)? Sería muy difícil rehabilitarla. Entonces, por decisión del autor, pasó a funcionar como posible objeto de arte. La intervino y la mostró en un lugar donde se acepta tener ese tipo de cosas. Y esa cosa tiene un valor, cuesta mucho más dinero del que originalmente se invirtió en su producción o en su comercialización original. Si se vende como pieza de arte –creo que se venderá-, habrá iniciado un ciclo como objeto-cargado-de-sentido, útil para que un curador mediocre de esos que habemos tanto lo ponga en una exposición “sobre la memoria”, o “sobre el deterioro de la vida cotidiana”, o “sobre el color del óxido”, o “sobre las ruinas de la revolución industrial” etc. Entonces, el proceso del artista de repetir la actuación con cada pieza que mostró, es una simulación de uso del tiempo útil para el trabajo. Él trabaja, hace. Y, como la simulación debe ser completa, entonces, asume el rol de proletario y cobra por su trabajo. Hay esfuerzo y hay posibilidad de remuneración. El punto es que la remuneración es muy alta. Ese fenómeno hace parte de la división del trabajo, otra cosa que te explicaré luego porque ya me aburrí con esto.
Además de eso, el autor hace “una reflexión sobre el ideal del consumo contemporáneo –si consideramos contemporáneo todo aquello que se exhibe bajo las pautas del diseño de mercadeo de comienzos del siglo XX, es decir, todo- que hace equivalente lo nuevo con lo brillante”. Sus obras brillan, parecen intactas. Y, de cierta forma, lo están. Sólo la decadencia material las afectará: si alguien las compra se llenarán de polvo y, de pronto, en algún trasteo o cuando hagan parte de una herencia, otro humano las botará; si llegaran a ser adquiridas por una colección institucional, fijo se dañan, las dejan caer y nunca les harán conservación. Si no las vende, quedarán arrumadas en algún espacio con techo (una sala familiar, un garaje).
Sin embargo, el asunto está en que ninguna de ellas está ilesa. Fíjate en la foto: verás que son basura redecorada. (Te ahorro la reflexión ambientalista aquella de reutilizar-reducir-reciclar) Y ahí entonces, lo que te decía del formalismo se complica, porque a los formalistas mal educados lo único que les interesaba soñar con que las obras de arte eran sublimes y sólo servían para desencadenar cosas con las musas y demás, y estas obras son pura reflexión postpainterly (mira en el diccionario, si quieres) que hace rato perdió la fé en que su función era mediar con la elevación espiritual y que una de las pocas cosas que busca es convertirse en arte aceptado como arte. Si puedes, haz que te lleven a ver la muestra. Adiós.
Guillermo Vanegas