Bamba, Martillo y Refilón

Bamba, Martillo y Refilón
Tercera muestra del 6° Premio Luis Caballero 2011

La modernidad occidental evolucionó del gusto refinado burgués a las vanguardias modernas de la sociedad masificada, y al consumo asociado a estas hordas ascendentes. Estas tendencias incorporaron acercamientos a los contextos de las culturas populares, ya no solamente para capturar sus estridencias simbólicas en el orden visual, sino también el espectro social en donde se mueven y las relaciones que establecen con la dinámica económica que propulsa el orden capitalista en procesos de producción atados a viejos órdenes.

La propuesta de Fabio Melecios Palacios Prado en la Galería Santa Fé del planetario distrital, dispone en el sempiterno hemiciclo del arte – como un corsé institucional para ceñir el cuerpo de la contemporaneidad incompleta – tres elementos que rellenan el espacio con su objetualidad cuasi aérea a partir de los machetes del cortero de caña, delimitándolo en sus extremos opuestos con un video que registra las ocupaciones cotidianas del cortero y unas bases de madera pintadas en blanco que sostienen las dotaciones básicas de estos trabajadores.

La sensación de encierro que provoca esta caja blanca curva parece perfecta para recrear estos dramas sociales, donde una sola gota de luz natural aparece por ninguna parte, como el agujero negro de los afrodescendientes en Colombia, marginados mil veces de un diálogo inexistente que ha sido construido exclusivamente por el blanco católico latino, despreciando a sus pares indios o negros para erigir la más bella promesa de las sociedades ex coloniales: la discriminación.

Persiste además una determinada incomodidad cuando se trata de elevar en la escena del arte los conflictos laborales, porque la trama instrumental, recreada a partir del ritual que ofrecen los objetos, concede demasiada importancia al aspecto afectivo que estos desarrollan cuando se observan bajo la carga perceptual del cuerpo que siente y las naturalezas artificiales que hablan más allá de cualquier consideración retórica.

La tensión entre realidad y representación permite que el arte desvíe su apertura contemporánea hacia la desobjetivización de la ficción, pero en este caso la  apuesta se dirige a fortalecer el engaño que provocan las disposiciones espaciales y objetuales, sacrificando el paso siguiente que generalmente desarrollan estas interrogaciones: la documentación.

La ausencia de ésta, privilegia una lectura lírica que probablemente no está a la altura de lo que persigue el artista, enmascarando un proceso cargado de desequilibrios que no respetan la ley sino que la intermedian, como es el caso de las cooperativas de trabajo que estaban en la mitad de las demandas del paro que el sector enfrentó en el año 2008.

Existe por otra parte el origen racial del artista y su interés por recrear temáticas asociadas al carácter identitario de lo que significa ser negro en Colombia. No estoy seguro de que la expresión laboral asociada al corte de la caña sea un lugar adecuado para explorar la identidad. Desde los comienzos de la esclavitud moderna, los negros fueron el capital humano que movió los procesos de producción en las plantaciones de azúcar y tabaco que emergieron a lo largo de América. La plantación, más que un lugar de identidad, se puede asociar con un lugar de opresión, el cual mantiene relaciones laborales que aún en este momento resultan discutibles bajo el amparo de la competitividad que la industria argumenta si mantiene políticas salariales justas.

Cuando hablamos de arte, hablamos del arte occidental producido por hombres blancos, quienes definieron una estructura lineal a la historia bajo la lógica del progreso. Otras formas de arte –el arte negro puede ser una posibilidad – sólo ingresan en las contabilidades estéticas como sujetos colonizados, incorporadas en el orden de la historia a manera de elementos que refuerzan la identidad occidental.

Supongo que el lugar de enunciación para el artista étnico es un territorio de conflicto, porque los abecedarios que articulan su expresión están configurados sobre un sistema de significados patriarcales que contienen trazas de segregación a partir de expresiones racistas. El sistema carece de términos y formas que permitan incluir al “otro” y este sólo logra su enunciación empleando el lenguaje dominante.

Es interesante observar, sin embargo, la dinámica que crean estas diferentes influencias en la mitad de la construcción de un lenguaje que apela a la identidad. De una parte los lenguajes de la cultura y el arte occidental, acompañados de procesos que apuntan a modular la especificidad de una civilización y su manera de alcanzar la modernidad, sin que este proceso deslegitime una forma y un contenido diferente para entender el mundo, y de otra parte la contaminación y decadencia dentro del espacio de producción asociado a determinadas formas culturales.

Esa movilidad del artista cuando media entre los discursos importados desde los centros dominantes de la cultura occidental y su propia historia, matizados por los dialectos locales, que se configuran desde una perspectiva que contempla al sujeto colonial y su manera de moverse en esa masa  crítica de influencias, son inquietudes que permean el discurso de este artista, sin que por ello se pueda decir que son exclusivos por su condición racial. La misma pregunta se la puede hacer el artista blanco latino, sólo que éste último se considera heredero natural de la historia del arte occidental, desconociendo que es también un sujeto producido por la condición ex colonial de un país como Colombia.

La condición de sujetos coloniales es una categoría que no ha sido suficientemente explorada en el campo de las prácticas artísticas en Colombia. Su implementación debe enfrentar la revisión de las apropiaciones, derivaciones, traducciones y modelos con que se construyen los lenguajes locales, evitando resistir su influencia, pero sin olvidar la problematización de esta dependencia a la luz de la experiencia colonial, y la difícil relación que significa el entramado de intereses culturales que sobreviven en esta permanente importación de insumos para la producción de commodities con valor agregado a partir de fortalezas locales que continúan siendo inexploradas en esta franja cultural.

 

Guillermo Villamizar

 

1 comentario

Muy interesante la aproximaciòn. Sin embargo, inquieta la lectura acerca de una supuesta presunciòn del artista Fabio Melecio, que la presente pieza interpreta como una intenciòn de hacer de su trabajo una explìcita declaraciòn sobre la identidad.
Aùn si como el escritor apunta, la plantaciòn -como figura incluso simbòlica de un pasado-presente de coloniajes- se presenta como un lugar de oprobios, es màs interesante la posible extrapolaciòn que este artista intenta como una especie de discurso crìtico y nada literal.
Tambièn es en lo absoluto discutible la apreciaciòn sobre la incorporaciòn de los lenguajes estèticos de los colonizados a la corriente principal de la cultura occidental, como un mero apèndice de «apropiaciòn positiva» que solo reafirma el discurso del canon de Occidente. De hecho, para empezar, habrìa que reconocer que las manifestaciones artìsticas afroamericanas, como en este caso, estàn hechas de pedazos de legados recogidos durante la era colonial de Europa, entre 1492 y 1945. Es decir, es necesario, para toda forma de crìtica, reconocer que aquello que hoy llamamos y hemos legitimado como «afroamericano», es el producto de la hibridez. En buena parte de la cultura afroamericana, se trata en realidad de la resignificaciòn de metodologìas imbuìdas en una escuela de pensamiento occidental,y sus herramientas, unidas o mezcladas con interpretaciones filosòficas y teconologicas arcaicas africanas e indìgenas. «Lo afroamericano», comprende inexorablemente a la escuela de pensamiento occidental, aùn si, y todavìa incluso a pesar de y a causa de, la antigua instituciòn colonial. Lo afroamericano no es ahora, ni ha sido nunca, una entidad separada que se pueda concebir como alienìgena dentro del proceso moderno provocado por la «Era de Europa», la trata tranatlàntica y el surgimiento del «Atlàntico Negro».
No es tan fàcil realizar el desprendimiento que la presente pieza pretende. Acà, parece que el escritor todavìa sostuviera una mirada colonial, todavìa incapaz de asimilar la complejidad implicada en la naturaleza de la conformaciòn de un «ethos» americano. Y ese ethos, es en lo absoluto complicado. Amèrica no es Europa. Y el contexto de la obra de Fabio Melecio es afroamericano.
Recomendarìa, para efectos de una discusiòn màs profunda sobre estos particulares, que se acudiera a la visiòn de la escuela afroamericana de pensamiento, una visita sumamente ùtil para consultar la opiniòn de lo que el autor acà llama «los otros».
Recomiendo: Black Critics and the Pitfalls of Canon Formation; ensayo contenido en el libro «Keeping Faith: Philosophy and Race in America», por el filòsofo y crìtico cultural afronorteamericano Cornel West.
Y ademàs: Modernism, Posmodernism and problem of the visual in afroamerican culture. Por Michelle Wallace, crìtica afronorteamericana.