Apreciado maestro Álvaro,
Quiero agradecerle mucho su mensaje y me siento muy honrado al recibir su carta. La misma me ha dejado pensando desde antes de ayer, en medio de estos días fríos y oscuros de invierno.
Entiendo y comparto profundamente sus ideas. Desde el 2001, siendo estudiante en Francia, he observado que, en el campo de la producción de conocimiento, aquí rigen criterios y valores que no logro relacionar muy bien con lo que veo que se produce en nuestro país, en escritos y reflexión sobre arte.
Como usted sabe, lo que se pide en las academias y en las editoriales francesas pasa por unas normas bastante simples, que son la claridad de las ideas, la concisión, síntesis y precisión expositiva de las tesis que se avanzan, el uso correcto del lenguaje como medio de comunicación.
Estando aquí también he ido notando que una propuesta teórica o crítica no suele valorarse en relación a que la misma se encuentre en afinidad con tendencias o ideas en auge, sino, a partir de cualquier posición posible, lo que se juzga es que esta posición tenga solidez y coherencia.
Como usted dice resulta difícil no hacer comparaciones, pero pienso que en Colombia lo que suele resaltarse y lo que veo que se premia muchas veces es que las propuestas artísticas y teóricas estén de acuerdo a unos parámetros de moda, que son estrechos, y que generan posiciones poco sólidas.
De lo que usted me indica, también he notado que efectivamente aquí, en la escritura, suele hacerse mucho énfasis en la necesidad de explicar el Porqué de las valoraciones que se hacen. Al que escribe se le exige tener mucho cuidado en ser lógico y legible, incluso buscando que las ideas más complejas puedan llegar a ser entendidas por cualquier estudiante de colegio.
A veces, cuando salgo a recorrer las librerías de esta ciudad, es apabullante encontrar la cantidad de textos que se publican a diario en todos los dominios y que se encuentran, a la vez, tan bien escritos.
Pienso, como muchas personas, que tal vez lo más difícil de escribir sea, precisamente, llegar a hablar con la mayor profundidad de la forma más simple posible.
Recuerdo que cuando llegué a estudiar Artes en Estrasburgo, los profesores me desbarataban todos mis textos por carencia de lógica expositiva, ya que en mis escritos la utilización de un lenguaje confuso solía generalmente esconder fallas.
Yo creo que esa es un problema visible en la actual producción escrita ligada a las artes en nuestro país.
A veces siento que tanto en los quehaceres artísticos como en los textos que se escriben sobre arte, en Colombia se privilegian tendencias, se suelen realzar preguntas y se mitifican posturas, que, en realidad, no contribuyen, ni van enfocadas al desarrollo y consolidación colectiva de nuestra cultura.
De pronto en Colombia, por el hecho de tratarse de una cultura joven, solemos cuestionarlo todo, llegamos fácilmente a pensar que no existe ningún tipo de jerarquías o valores comunes, o incluso caemos en el facilismo de creer que todo puede ser medido de igual manera.
Lo malo es que ese espíritu de cuestionamiento no logra encausarse aun de una manera constructiva, que sirva, para edificar y afincar verdaderamente una cultura; meta en la cual los artistas tenemos un papel fundamental por jugar.
Cuando existe un interés por reflexionar sobre el arte colombiano, escribiendo también he notado que uno suele llegar a problemas difíciles de abordar; los textos históricos dan pistas que muestran que llegamos muchas veces a las mismas preguntas que tenían las generaciones precedentes.
Sin embargo, frente a los problemas reales de nuestra cultura, hoy siempre es más fácil salirse por la tangente, y terminar asumiendo términos, jerga y posturas esnobistas. Algunos terminan hablando de cuestiones superficiales sobre la manera como se expone y no se hacen análisis relevantes sobre los contenidos que es, en suma, lo importante.
En ese sentido, siento que muchas veces terminamos en discusiones que aportan muy poco al entendimiento de lo que somos, como individuos pertenecientes a una comunidad que comparte una historia, una lengua y un destino común.
Maestro Álvaro, quiero decirle que su carta me da muchos ánimos para continuar trabajando en los diferentes quehaceres ligados a la carrera que elegí como profesión. La misma me alienta a seguir buscando la calidad, en todos los sentidos.
Igualmente aquí si estamos efectivamente interesados en ir poco a poco perfilando posiciones para librar la batalla que atañe a nuestra generación.
Le deseo que pase muy felices fiestas de fin de año y agradeciéndole nuevamente me despido muy respetuosamente,
Dimo García