Carta

Estimado Maestro Luis Camnitzer, ¡Reciba un cordial saludo¡ Me alegra sobremanera la llegada del tour de su exposición a la Sala Alterna de la colección Daros en Bogotá, y le ofrezco esta misiva con la idea de de “desestresarlo” –como suele decirse en este territorio-, de las vicisitudes del montaje…

A partir de imágenes tomadas de aquí y de aquí

 

Estimado Maestro Luis Camnitzer,

¡Reciba un cordial saludo¡ Me alegra sobremanera la llegada del tour de su exposición a la Sala Alterna de la colección Daros en Bogotá, y le ofrezco esta misiva con la idea de de “desestresarlo” –como suele decirse en este territorio-, de las vicisitudes del montaje.

En fin, escribo esta carta porque sé que usted es una persona que se ha caracterizado por tratar de comprender el contexto de recepción de su obra.  Siempre recuerdo con agrado esta afirmación suya sobre sus materiales de trabajo: “… las opciones que se plantean entonces son respecto a qué ambiente utilizo: la mente e imaginación del observador, el entorno total, el entorno del museo o galería y la relación que tienen los «estímulos» que presento con la percepción de quien los recibe.” Admiro bastante esa postura.

Sin embargo, lo que ahora me lleva a escribirle es otra cosa menos cercana a la ciencia ficción. Se trata de una práctica administrativa fuertemente arraigada en nuestro país: la política burocrática de tierra arrasada.

¿En qué consiste tan curioso prodigio? Para muchos, es un método que ha traído saludables vientos de cambio a nuestras inverosímilmente dinámicas instituciones del arte. Básicamente, sucede en las dependencias oficiales cada vez que hay cambio de gobierno: quien llega empieza a proponer desconociendo lo hecho por sus antecesores (por ejemplo, en el caso de un Museo de arte universitario, apenas alguien se posesiona como Director de Divulgación Cultural, quita y pone directores, archiva investigaciones adelantadas, no interviene cuando efectivamente se promueven curadurías terriblemente encaminadas, se olvida de proteger el acervo a cargo de dicha entidad). Y este fenómeno lo toca todo, desde la planeación presupuestal hasta cosas mucho más pequeñas (volviendo al Museo de Arte Universitario, esfuerzos que se habían consolidado como plataformas de visibilización de una Escuela de Artes son cuidadosamente debilitados para afianzar otro tipo de programación cultural, planeada de forma inconsulta… es decir, como no suele hacerse en las universidades públicas de verdad, ¿me explico?).

De lo que le hablo entonces, Maestro, es del paso de un modelo de acción institucional (la planeación del rumbo de un museo debatida y concertada por un grupo) a otro de curaduría individual (ejercida desde una dependencia externa al Museo, pero con una cabeza identificable) y, como sé que le interesa demasiado el contexto donde presenta su obra, ahora mismo siento pánico respecto a la negociación de su trabajo. Eso me pone triste. Mucho.

¿Porqué? Porque siento que si yo llegara a la Dirección de Comunicaciones de una Universidad, y me dedico a: (1) Aplicar el procedimiento de tierra arrasada para utilizar los espacios de un Museo de Arte Universitario y privilegiar allí cierto tipo de práctica artística; (2) Presentar de manera reiterada proyectos que tienen relación con la misma entidad de patrocinio artístico; (3) Concentrar todos mis esfuerzos de visibilidad en destacar la dificultad de los megamontajes donde me hallo involucrado. Entonces debo decir que lo mío es una y sólo una cosa: la autopromoción.

Maestro, agradezco su visita a nuestro país y que nos permita ver una curaduría que usted mismo ha destacado por su rigor. Así mismo lo invito a que cuando presente el 21 de marzo su conferencia “La enseñanza de arte como fraude”, trate de invitar a la gente para que juegue un juego. Convídelos a completar el título de una hipotética conferencia, por ejemplo:

“La administración del arte en el Museo de Arte de la Universidad Nacional como una forma de ______________”.

Y pídales que completen la frase. Es más, para garantizar la persistencia laboral de quienes se atrevan a hacerlo, recomiéndeles escribir su propuesta en papelitos sin firmar y que, mejor aun, lo hagan con la mano izquierda para evitar cualquier tipo de detección grafológica. Si alguien se atreve a hablar, de pronto se ventilen algunas cosas. Probablemente, el tema pasaría del genérico (“la enseñanza de arte”), al dativo (“una forma de administrar arte”).

De llegar a suceder algo, incluso usted podría ampliar el rango de reflexión de su postura. Sobre todo porque pienso que al indagar sobre un modo de coordinación institucional que desconoce abiertamente el componente estudiantil de los espacios que controla, e incluir esa situación particular en el marco de su charla, podría hacer mucho más intensa la experiencia de oírlo en su conferencia. Y esas transformaciones, hay que decirlo, no están del todo mal, los museos deben crecer, a todo nivel. Los centros para gente de la universidad también. Sobre todo para garantizar su rol de rentable estrado desde el cual proyectarse internacionalmente.

Antes de terminar, aprovecho para hacerle una solicitud: Maestro, le recomiendo si sabe de alguna vacante en un museo universitario del exterior. Yo también quiero irme de aquí.

 

Un atento saludo.

 

 

–Guillermo Vanegas