Si la afirmación de que España se encuentra atrasada con relación a los demás paises de Europa despierta una breve controversia, es posible que un artículo publicado en El Tiempo de hoy irrite a un grupo de funcionarios que ocupan cargos directivos -desde hace décadas- en el área de cultura en las instituciones del Estado.
En el artículo, María Belén Saez de Ibarra, afirma que en términos de políticas y fomento de la cultura, Colombia se encuentra completamente rezagada debido, en gran parte, a que en las más importantes instituciones culturales, los cargos directivos son apropiados por los funcionarios, impidiendo las transformaciones estructurales de fondo y la necesaria renovación y profesionalización del sector.
Carlos Alberto Vergara
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En materia de políticas culturales y artísticas, Colombia sufre un rezago de varias décadas
Las políticas de fomento al arte y la cultura son todavía muy domésticas.¿Qué hacer para mejorar en esto?
Venimos participando en este debate alimentado en gran medida por la efervescencia de la aproximación de Los Estudios Culturales en América Latina en la última década, del que han hecho parte importantes académicos e intelectuales de las disciplinas sociales y humanísticas, así como de un significativo numero de agentes y mediadores sociales (reconozcamos las aportaciones de las universidades colombianas más abiertas) que conciben las políticas culturales como una herramienta fundamental para buscar y obtener consensos para un tipo de orden o transformación social. Es decir, se conciben las políticas culturales como conceptos que construyen la dinámica esencial de los procesos tanto de coyuntura como de más largo aliento.
Hoy se están conceptualizando las prácticas culturales y artísticas, insertas en procesos de circulación social en los que se construyen, se configuran y varían dinámicamente las acciones simbólicas, que hacen visibles las relaciones entre los saberes culturales y el «establecimiento» social y económico establecido. Procesos de circulación social en donde se perciben las tensiones por el control de los significados y sentidos de dicha producción simbólica, y por lo tanto desde allí se indaga en las condiciones de verdad de las construcciones conceptuales y los modelos desde donde operan nuestras estructuras económicas y sociopolíticas.
Es así que para articular políticas de fomento al arte y la cultura se hace necesario comprender que ellas operan en un sistema complejo que se conoce como campo. Todas las disciplinas y ciencias tienen su campo que a su vez se relacionan entre sí; desde donde se van alimentando, junto a otros factores, lo que podríamos señalar como estructuras sociales. La cultura y el arte no son la excepción, sino por el contrario cumplen un agenciamiento dominante en la generación, transformación y validación de tales estructuras sociales.
Dicho campo en particular está conformado por agentes y actores de muy diversas profesiones y disciplinas que entran a interlocutar y a agenciar la conformación de los procesos sociales a los que hemos hecho referencia. Así también podríamos distinguir entre distintas esferas de la acción cultural y artística (es decir las prácticas artísticas y culturales en pleno uso de sus dimensiones): la creación; los artistas y actores de la performatividad cultural; la formación y la estructuración de los saberes, los pedagogos, los académicos, teóricos, activistas y grupos sociales de interés; los mediadores; críticos, curadores, periodistas culturales, editoriales, galeristas, marchants, agentes y promotores artísticos y culturales, medios de comunicación etc.; espacios de circulación físicos y escenarios; finalmente los receptores sociales que a su vez adicionalmente actúan como consumidores apropiacionistas de todo este material simbólico en juego, entre ellos se cuentan además los coleccionistas, en general los museos e instituciones compiladoras de la memoria colectiva.
Después de esta breve exposición de presupuestos podemos hacer un rápido dibujo de nuestra política cultural doméstica. Lo primero que hay que decir al respecto es que nuestra política cultural (pública y del ámbito privado) no reconoce la existencia del campo cultural y artístico y por supuesto no articula sus dimensiones. Lo segundo, que nuestra política cultural pública concibe la cultura y lo cultural como un régimen de verdad que nace al mundo como un orden natural de las cosas, que funge como un instrumento al servicio del establecimiento político. Lo tercero, es que se desconoce el carácter transnacional del orden mundial y nuestra acción internacional está en gran medida limitada a unos intercambios de índole diplomático.
A pesar de los infatigables esfuerzos de algunos líderes y funcionarios culturales de alto nivel, que han venido trabajando por orientar este tipo de procesos y en generar condiciones de posibilidad para modificar y transformar las estructuras de fomento a las practicas artísticas y culturales, hasta ahora hemos logrado apenas la triste victoria de que por lo menos algunos de los conceptos enunciados anteriormente se incluyan en manuales (prescindibles) de las instituciones responsables de la política pública del país. Sin embargo estos conceptos en la práctica han sido despojados de sentido y aún no han encontrado anclaje en ningún tipo de pensamiento estratégico ni de mediano ni de corto plazo, tampoco en los programas de acción.
Por su parte la mayoría de líderes y funcionarios del sector artístico en particular, actúan de forma que acaparan muchas de las dimensiones del campo en un solo poder personal, ocupando y usurpando casi todos los ámbitos de acción de la esfera pública y privada. Así, este tipo de conductas, sumadas al estado de las cosas, contribuyen a obstaculizar severamente el desarrollo profesional de otros agentes que el medio requiere de manera urgente para enriquecerse, articularse y generar la posibilidad de un campo que cumpla su inmensa y crucial función social y por demás genera una insana concentración de poder que siempre va en detrimento de un equitativo acceso a las estructuras sociales en las que indefectiblemente nos movemos.
Esto ha sido así a lo largo de la historia moderna del arte colombiano, pero contrario a lo que debería esperarse, las generaciones actuales están replicando estas viejas estructuras, ahora ya dentro de una escena mucho más empobrecida, invisible internacionalmente y cerrada a la vastedad de posibilidades de la producción artística, dada la estrecha visión personalizada que la regenta.
Por Maria Belén Sáez de Ibarra
Dirige la Fundación Contrapunto -Arte y Cultura desde y en América Latina-.