Juan Luís Rodríguez ha propiciado un diálogo sobre la arquitectura colombiana que nos muestra que los intereses de ésta siguen siendo los mismos que están reivindicando para sí mismas el resto de las artes en Colombia. Propone llevar el debate actual a la arquitectura a un ámbito más amplio para fortalecer más a uno y otras. Rodríguez sabe que una actividad sin debate es una actividad sin reflexión, y que por lo tanto, no existe. Es saludable para las artes en Colombia que cada una vuelva a saber qué están haciendo y reflexionando las otras; esta es la única de manera fortalecer, empoderar, como a los gestores les gusta repetir, un discurso autónomo que legitime la práctica de las artes en nuestro país y ante la opinión pública.
Dos tesis de Benjamín Barney llaman mi atención. 1) El arte ya no es solamente arte. 2) Los disgustos surgen por los gustos. La primera tesis refuta una creencia arraigada en el pensamiento del arte moderno. La segunda desmiente una creencia popular muy arraigada en nuestra cultura. En efecto, el arte de nuestros días ha asumido responsabilidades desde que se vio asediado por la sociedad del espectáculo, la mediática especialmente. Barney todavía llama funciones a estas responsabilidades. Considero que esta última denominación muestra con mayor claridad el lugar de las artes en las sociedades contemporáneas. Ser mayor edad, no es solamente atreverse a pensar: también es asumir responsabilidades. Parece que este sentimiento es lo que caracteriza al arte contemporáneo. El arte como arquitectura no es sólo una máquina para habitar, habla del mundo, de esa ficción real que es la igualdad y la libertad. Las funciones describen el comportamiento de las máquinas, sirven para medir su eficiencia y eficacia. (Esta es la razón principal para que la creación no sea reconocida como función universitaria en la Universidad Colombiana. Los maestros universitarios consideran que su asunto es la investigación formal y en menor grado la creación. De otro modo perderían sus trabajos. La investigación sí es función universitaria.)
Barney ha recordado que cuando comprendemos el arte como asunto de gusto, esto sólo acarrea disgustos, porque una discusión que puede esclarecer una inquietud legítima mediante razones, como la que él mismo planeta y argumenta, tiende a pervertirse en un asunto de celos personales y profesionales, que no merece ninguna consideración pública. La responsabilidad que ejercen las artes mediante sus actos creativos es, entonces, propiciar lugares que hagan visibles nuestros afectos, nuestras esperanzas de una sociedad mejor organizada, más justa; su deber (responsabilidad), es modelar las maneras de ser que hagan real esa humanidad que desde Platón hemos tratado de pensar y consolidar. En efecto, las maneras de ser son maneras de habitar, ésto es algo que tienen claro los artistas plásticos, pero en especial los arquitectos.
Coincido con Barney en sus dos tesis, no obstante, lejos estoy de compartir sus temores. Si es verdad que los premios en las bienales determinan las maneras de pensar el arte, la formación en artes dota al artista de los criterios que le permiten elegir con rectitud y delicadeza los elementos plásticos y conceptuales puestos a su consideración. La formación profesional en las artes se centra permanentemente en aprender a elegir con propiedad. No estoy diciendo que el estudiante aprende de su maestro, digo que uno y otro aprenden en esa conversación que es el proceso pedagógico de las escuelas.
Algo parecido a lo que plantea Barney acontece en Documenta y con la Bienal de Venecia; no obstante, los artistas plásticos no temen su influencia, al contrario la buscan para hacerle frente; el artista muestra todo su vigor cuando puede capotear con éxito y elegancia las influencias que permanentemente lo agobian, la voluntad de dominio que caracterizan al hombre y a la mujer. Es cierto que algunos artistas pierden el juicio, en menor grado los jóvenes, ante la presión de las influencias, y que sucumben ingenua y torpemente ante lo más superficial de ellas. A pesar de esto la crítica no debe ser paternalista, no debe estar preocupada por cada paso en falso que los artistas puedan dar. Los artistas vigorosos, a nuestro pesar, aprenden y se enriquecen con sus errores; sus fracasos son fuente de conocimientos no sólo para ellos sino para la sociedad en su conjunto. Si al crítico le cupiera hablar del fracaso, sería para elogiarlo. Los curadores deberían pensar un proyecto que hiciera un elogio del fracaso. No creo que sea éste el caso de la Biblioteca Parque España, tampoco creo que Barney lo considere así.
Ahora, ¿qué temores estamos manifestando cuando nos molestamos ante el reconocimiento de nuestro talento? ¿Sospechamos que algo se fragua en nuestra contra? Considero que las paranoias de la identidad deben manejarse razonablemente. ¿Por qué temer a las influencias? La identidad del artista contemporáneo la constituye la siguiente pregunta: ¿a quién beneficia el cultivo de esa imagen de mundo que me alberga y que la sociedad en su conjunto manipulada mediáticamente no quiere que sea modificada? La respuesta que dé el artista determinará la construcción de su pensamiento.
¿Por qué nos suscita tanto horror la moda? Baudelaire nos persuadió de que lo bello eterno no es nada sin la transitoriedad de la moda, le abrió horizontes alternativos a una época que estaba atrapada en sus discursos esencialistas. Baudelaire, que algo sabía de arte y poesía, consideraba que la moda tiene un gran mérito: el descaro de su superficialidad, muchas veces vulgar, interpela las seguridades en que se ancla lo bello eterno. La moda tiene la propiedad de probar la actualidad de lo eterno, su relevancia; sus interpelaciones tienen como propósito establecer qué tan seguro se encuentra en sus fundamentos. Si lo bello eterno no es capaz de resistir los retos y hasta las burlas que le plantea la moda, no merece nuestra consideración. La moda tiene la virtud de afianzarnos en lo que perdura a pesar de la moda, en lo que mejora nuestro habitar el mundo en nuestra tierra. A Doris Salcedo también se la ha criticado; sus críticos consideran que ha sucumbido ante la moda de expresar dolor estético por el otro, consideran que su dolor es dolor interesado en sí misma. Ésta es la sospecha de sus críticos: que no ha sabido capotear con éxito los intereses de la moda, es decir, los del mercado. ¿Algo similar sospechan los críticos de Giancarlo Mazzanti?
He dicho que concuerdo en que el arte no es sólo arte; no obstante, el arte no puede pretender ser la solución a las injusticias que pueda padecer nuestra comunidad. El artista cumple con sus responsabilidades, al llamar nuestra atención hacia las perversiones sociales; llama la atención porque su lenguaje está fuera del lenguaje ordinario, el prosaico, el que nos encarcela en nuestros prejuicios. Nos corresponde a nosotros continuar pensando lo que ha vislumbrado el artista. Hacer esto ya le significa un gran esfuerzo por las condiciones materiales hostiles en que surge su pensamiento. La sociedad no perdona que los artistas no elogien la mediocridad. Somos nosotros quienes debemos asumir las responsabilidades no cumplidas por la sociedad en su conjunto y que han sido evidenciadas mediante el lenguaje plástico, poético. El artista que no es sólo artista nos pone a pensar. Es en este sentido que el arte contemporáneo no es sólo arte: es en lo fundamental pensamiento.
Comparto la idea de Barney de que la reflexión es consustancial a la democracia. Por supuesto, democracia es cultura. No hay democracia sin cultura; si hombres y mujeres no nos atrevemos a pensar, si no nos arriesgamos a que nuestras convicciones sean modificadas, si no aprendemos a comunicar razonablemente nuestras ideas, si no estamos dispuestos a reconocer que podemos estar equivocados en nuestros juicios y sólo estamos obcecados en imponérselos a los demás, sin estas condiciones, digo, no puede haber cultura, por lo tanto, tampoco democracia. El arte contemporáneo no es sólo arte, es el testimonio de que las sociedades cambian permanentemente por acción del pensamiento. No perdamos la esperanza de que la Biblioteca Parque España logre trasformar el entorno de pobreza material que la rodea, por supuesto, para que sus habitantes, todos nosotros, seamos más iguales y más libres.
Benjamín, entiendo que la pedantería del jurado en el uso del lenguaje puede llevar al traste las virtudes del proyecto en cuestión, –que pueda predisponernos en contra de él. No obstante, ¿el palo que se merece el lenguaje pedante de los jurados debe aplicársele implacablemente a la construcción que pretende destacar? Su sospecha es legítima: ha evidenciado una inadecuación entre la escritura artística y la escritura prosaica que pretende dar cuenta de ella, en perjuicio de la primera.
Jorge Peñuela