La cervecería Bavaria interiorizó la frase de “todo hombre es un artista” y, montada en una ola de bohemia empresarial, lleva años intentando registrar ante el Estado sus envases como obras de arte.
A mediados de los años 90 Bavaría Artista lo intentó con el envase de Cola & Pola, la solicitud le fue negada, tal vez los funcionarios solo vieron ahí un refajo malogrado de Arte & Mercadeo. Bavaria Artista ahora insiste, ya llevó su caso al Consejo de Estado para conseguir aprobación estatal y proteger sus obras de arte bajo el canon leonino del derecho de autor.
Bavaria Artista debería mostrar más seguridad en sí misma, dejar de atrincherarse en los torcidos del derecho para conseguir gabelas y que sean los usuarios los que degusten su producto. Bavaria Artista lleva años diciendo que Club Colombia, su cerveza estelar, es “perfecta”, que tiene “maestría cervecera” y que “las mejores cosas de la vida toman tiempo”, y este autobombo etílico, de ser cierto, debería ser suficiente, ¿O es que no es así? ¿Por qué para Bavaria Artista no le basta con decir que hace arte o con registrar su marca y sus diseños? ¿La protección legal que pide se traducirá en ventajas tributarias o solo le está apostando a aumentar con afán su capital cultural?
Bavaria Artista siempre está creando, y así como es ligera con la cerveza Aguila que conceptualiza en fútbol y tetas, con Club Colombia es solemne y le apunta a una obra maestra total. Club Colombia es, según Bavaria Artista, el “símbolo de lo que somos” y, como si se tratara de ingredientes, suma a su bebida seis valores muy colombianos: “la herencia, la evolución, el progreso, la creatividad, la cultura y la dedicación”. La botella tiene en relieve el mismo logo simbólico que acompaña su etiqueta, un trazo indigenista. Según Bavaria Artista basta con tocar esta botella “para reconocer toda la historia que llevamos en nuestras manos”.
Bavaria Artista aquí no miente: a comienzos del siglo pasado, las empresas cerveceras, en aras de lograr el monopolio de las bebidas alcohólicas, atacaron a la chicha, la bebida artesanal heredada de los indígenas, y amparadas por los ideales de evolución y progreso acabaron con gran parte de la creatividad, la cultura y la dedicación que tenían los fabricantes populares que se vieron perseguidos por la policía, las autoridades y la iglesia. “La chicha embrutece, no tome bebidas fermentadas”, decía la publicidad oficial impresa en las mismas máquinas en que se hacían etiquetas de cerveza. Tiene la razón Bavaria Artista: su obra de arte nos ayuda a “reconocer toda la historia que llevamos en nuestras manos”.
El cinismo de Bavaria Artista se deja ver, sus cruces mercantiles dan buena cuenta de esto. Basta con recordar el artilugio de la rifa de un cuadro de Botero en la temporada navideña del 2006. Se dijo que había 50 tapas premiadas en envases de Club Colombia. Podían participar todos los colombianos pero para Bavaria Artista hay unos colombianos más “Club Colombia” que otros: una noche decembrina el dueño del Restaurante Andrés Carne de Res se ufanó ante sus clientes de que una de las tapas premiadas estaba en su local y se agotaron las provisiones hasta que un corredor de bolsa la encontró. Al otro día algún resentido enguayabado destapó la chapuza ante los medios. Se descubrió que Bavaría Artista había sembrado 35 tapas en establecimientos afines a su idea de cliente tipo “Club” . La empresa recibió una multa de 43 millones de pesos por publicidad engañosa, una nadería comparada con las ganancias que trajo la venta de cerveza esa temporada.
La ambigüedad de Bavaria Artista está en su doble cara, la bienpensante de los seis artistas jóvenes que la acompañan en sus videos promocionales maquillando su logo en instalaciones de conceptualismo naif. O la otra, la del carretazo leguleyo que se echan Bavaria Artista y sus curadores para justificar su arte “Esta obra plasma el nivel de reconocimiento, el orgullo patrio elaborado sobre el prestigio, el perfeccionismo y el buen gusto, los cuales se pueden apreciar al examinar las características de su forma: tiene un cuello corto, con hombros altos que simbolizan el poder, con trazos suaves y ángulos agudos que muestran su refinamiento”.
Pero no hay que confiarse, hay que estar alerta ante los usos que el arte exige, y el trabajo de Bavaria Artista se podría asemejar al de un colega suyo que en 1961 produjo 90 pequeñas latas cilíndricas de metal. Los recipientes iban sellados, se vendían por US$ 37 y hoy se subastan por más de US$ 70.000. Las etiquetas, como las etiquetas de Bavaria artista, tenían su truco, un letrero traducido en varios idiomas en que el artista, Piero Manzoni, además de describir el contenido mercantil, le daba un título a su obra: “Mierda de artista”.
(Publicado en Revista Arcadia #107)