Arte Político. Notas para una construcción (o deconstrucción) del estado del arte

El Arte de Patrocinio o Arte Político, arte de uso político del arte, arte de homologación del arte (cf. Pasolini), borra toda traza mercantil en su quehacer. El artista de patrocinio ha sido elegido para cantar y representar el dolor de los demás a cambio de un patrocinio. Para hacer entrar en razón a la masa indolente que ignora a su prójimo caído…

“Al haber perdido esa naturalidad que le era propia, el arte reacciona. No sólo modificando concretamente sus usos y procedimientos, sino teniendo que arrastrar su concepto mismo como quien arrastra una cadena: la cadena de que sigue siendo arte”.

Theodore W. Adorno. Teoría estética

Estas anotaciones, a las que he llamado tramos de escritura en el sentido en que no pueden funcionar como una escritura lineal y continua sino por el contrario se enuncian en una discontinuidad y fueron escritas en un lapso de tiempo atento al devenir de los hechos que enuncia, parten de dos ideas contundentes. Dos ideas nacidas no en la crítica especializada, no en los territorios de una escena del arte erosionada por ella misma, sino en la observación y reflexión que trae la creación. Que trae la poesía. Si todavía es pronunciable esta palabra en las costas de una crítica desencantada y saturada de cánones y microcánones (la expresión es de Pablo Batelli) que sustentan al establecimiento del arte. Estas ideas son. El arte como pornomiseria (idea central de la película-manifiesto, Agarrando Pueblo, de Luis Ospina y Carlos Mayolo) y la deriva antropológica del hombre causada por la homologación cultural (como señaló Pier Paolo Pasolini poco antes de su muerte).

Dos momentos señalan los tiempos del cese del arte. Los tiempos de la clausura del arte. Ante la autoproclamación de un arte totalitario que se sabe absoluto y políticamente conveniente y convincente. Me refiero primero al momento de la denuncia de una transformación antropológica del hombre, (C.f. Saló, 1975. Película testamento de Pier Paolo Pasolini). Momento histórico límite marcado por la transición de un fascismo cultural a un neofascismo capitalista y consumista que comenzó a devastar toda la cultura, reduciendo cualquier diferencia, hasta transformarla en una cultura completamente homologada a los intereses totales del capital, traducidos en una cultura de consumo donde precisamente era necesario el cese y la clausura de los valores culturales de cada pueblo, de cada región, de cada nación. De cada hombre y mujer. Proclamación que impedía esa necesaria identificación entre un pueblo y su cultura para acoger valores cosmopolitas acordes a la libre fluctuación del capital.

El segundo momento. El rumbo que tomaría el arte en los tiempos de la homologación cultural. Al transformarse el arte en Arte Político. (Cf. Agarrando pueblo. Película y manifiesto sobre un arte pornomísero, 1977. Luis Ospina y Carlos Mayolo). Un panorama en que el artista y su quehacer artístico serían el vehículo de lo políticamente correcto de los nuevos tiempos culturales de la sociedad de consumo. Cuando el arte alcanza el estatuto de ser exclusivamente el vehículo de unas prácticas culturales proclives a expandir esa corriente de una nueva cultura de derechos y de defensa de lo políticamente correcto. Se trata de la defensa de un momento cultural que amparado en una supuesta multiculturalidad, viene a borrar la identidad de los pueblos y el carácter verdaderamente libertario que constituye el arte como cimiento de lo posible. Y del deseo.

Tramos para la construcción (o para la deconstrucción) de la muralla del Arte Político

Recordemos que la Muralla china de Kafka es una muralla discontinua que desde la distancia parece ser esa muralla de continuidad que todos tenemos en mente cuando pensamos en la muralla china. En realidad, dice Kafka, se trata de frentes discontinuos que han dado lugar a un sinnúmero de fragmentos.

He aquí algunos de los fragmentos que comienzan a constituir este pensamiento en proceso sobre el Arte Político, fragmentos que quizá comiencen a arremeter contra ese total avasallamiento de un arte que busca instituirse como una muralla de continuidad total que impide cualquier intersticio.  Cualquier discontinuidad. Cualquier diferencia. Cualquier libertad.

Una lectura y una escritura por tramos se hace necesaria. Aunque también sabemos que toda necesidad puede ser prescindible. Los tramos sustituyen esas palabras faltantes ante tanto desgaste conceptual. Las palabras y los conceptos que todos señalan como piezas necesarias para poder nombrar han sido sustituidas por los baches de silencio que median entre cada tramo de muralla construido. También pueden encontrarse métodos paralelos al silencio, métodos que señalen hacia lenguajes todavía ocultos a la avidez de quienes buscan atenazarlos y hacerlos suyos. En un afán por normalizarlos. Habrá que atesorarlos entonces, salvaguardar estas palabras no salidas a la emergencia.

I. Quebrantos de Doris Salcedo parece querer crear un velo sutil alrededor de la verdad. Lo hace también la exposición de fotografías El testigo de Jesús Abad Colorado. Estas curadurías de María Belén Sáez de Ibarra. También las notas de periódico aparecidas recientemente en cabeza de músicos consagrados como Aterciopelados, por ejemplo. Imagino se irán sumando voces reconocidas del arte y el estamento cultural. Y quizá sea el leit motiv de las Ferias de arte. Ese motivo sutil es nuestra indiferencia ante el dolor de los demás. Que nos hace indirectamente también, responsables de esas muertes. Ese velo es preocupante porque diluye la atención sobre lo fundamental y es el señalamiento y procesamiento de los responsables de estos crímenes, desapariciones, torturas y destrucción general de Colombia. Desvía la atención que debiera caer sin atenuantes sobre los directos responsables, paramilitares, fuerza pública, militares, guerrilleros, empresarios y políticos. La atención en cambio se ha dirigido. No se si perversamente. Hacia la gran indiferencia del pueblo Colombiano ante estas muertes sistemáticas de líderes y congéneres. Recordemos el uso maquiavélico del futbol en los años de la dictadura en que desaparecieron miles de personas en Argentina. En esa Comisión de la Verdad que sesionó en paralelo a la instalación Quebrantos de Salcedo incluso se señaló precisamente, cómo los colombianos se emocionaban más con un partido de futbol que con los miles de muertos. El arte y el fútbol son armas tremendamente poderosas. Se corre el riesgo del desvío y del enmascaramiento del foco de la Verdad.

II. Mesianismo estético. El caso de Doris Salcedo.

Una causa justa, la defensa de una causa justa, la solidaridad y la empatía, se realizan en la gratuidad de la lucha. La reivindicación de las víctimas, la defensa de los recursos naturales y demás reivindicaciones de los pueblos, debieran traducirse en esfuerzos por la justicia, separados del ansia de un fin político o estético. La política y el Arte Político y demás movimientos pro causas humanitaristas, utilizan la reivindicación de cualquier causa justa para un fin específico que es la conquista del poder.  Político, político-estético y económico. El posicionamiento. Que busca escalar escaños en ese poder con sus consecuentes dividendos. Tarde o temprano esta inicial necesidad de justicia se verá revertida  en dividendos que buscan una notoriedad política y económica, encaminada a la conquista del poder absoluto, como ya sucede por ejemplo con la plaza pública y las recurrentes instalaciones alusivas a ese mesianismo estético. Toda lucha es por el territorio y esa lucha sólo se expresa desde la legítima defensa de los pueblos que quieren reclamar su justicia. Los pueblos en búsqueda de una verdadera reivindicación, irán entendiendo que las vías políticas de los políticos y de los partidos políticos, también las de los estetas con ínfulas de mesianismo, son caminos de sujeción y de opresión. No de libertad ni de justicia real y efectiva. Otro mundo será posible cuando los pueblos puedan auto gestionar su vida, su territorio y su libertad. En un colectivo real no sujeto a estas usurpaciones.

Doris  Salcedo III. Esta tercera entrega de una crítica lacónica surgida apenas como un pantallazo estéril en las inmediaciones de la media noche horrible y sucia como la pileta en que se bañaban los gamines de esos otros tiempos de Bogotá antes que la palabra gamín o desechable fuera incorrecta políticamente hablando y ahora sea preferible hablar de excluido o desplazado o migrante. O sin techo. O líder social asesinado. En estos tiempos en que toda manifestación crítica es casi un exabrupto en medio del oportunismo intelectual y estético. Sí  existe sin embargo y va depurándose en estas épocas del Arte Político una categoría crítica nacida en estas tierras, agarrar pueblo =  pornomiseria ( Agarrando Pueblo, película de 1977, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Colombia) para entender el arte de estos lamentables tiempos de posverdad y de red social. El arte político no es propiamente arte sino Pornomiseria. El más escabroso material pornográfico de nuestra contemporaneidad. Y nosotros espectadores somos llamados a ser sus usuarios replicadores de likes complacientes o aún siendo sus detractores, estamos llamados a empatizarnos con todo este horror al que llamamos arte y es miseria pornográfica.

Doris Salcedo IV. El arte y la política o, el Arte Político. Cuando cesa la distancia entre Arte y Política.

Las dos posiciones parecen situarse en dos extremos irreconciliables. Tal vez sea así y pretendamos querer soslayar de manera abyecta esa inconmensurabilidad. La que se da entre el arte. Y la política. Hemos querido disolver esa tensión, transmutando la diferencia, hasta hacer comparecer un nuevo estado de cosas. El del Arte Político. El arte como una zona de frontera. Lo que está destruido no es sólo la frontera sino el arte mismo en su situación de frontera extrema abocada a la desaparición de ese hiato, de esa y . Operando lo inaudito, es decir, operando el cese de la distancia necesaria entre el arte y la política. Tal vez contribuya en algo rememorar esa sentencia que hablaba del arte como de un enigma. El enigma que es el arte. Porque tal vez sea necesario otra vez, aunque parezca fuera de lugar, revisar esta afirmación hegeliana seriamente, sobre todo en estos tiempos en que pretendemos revocar ese enigma hasta llevarlo al extremo de un arte parametrizado, tal como lo entiende un arte de estado que se empeña en recomendar a sus artistas un arte que se encuadre en sus más de 29 recomendaciones para un arte de pretendida reparación de las víctimas de la violencia. Recomendaciones que en su momento hicieran los expertos a los artistas encargados de realizar los monumentos a las víctimas luego de la firma de los acuerdos de paz.

Doris Salcedo V. Lo preferiblemente empático del arte de nuestros tiempos, del Arte Político, no es una posición que surgiera propiamente de un artista desgarrado por el dolor. O de un estado en abierta preocupación por sus víctimas. Hay que entender cómo la empatía ha pasado a ser un valor de cambio en la teoría del mercado del arte contemporáneo y de la mercantilización de ese arte. Y en la de la pauperización de todo colectivo de artistas siempre al mando de una voz contante y sonante que ejerce la plusvalía total sobre el colectivo, de ese valor de empatía para un arte de mercado. Quedan pocas disyuntivas en el horizonte de una escena donde el arte y el artista han sido sustraídos de lo propio de si. Quizá los caminos de la rebeldía lo lleven a la inminente desaparición o por el contrario, logre enrolarse en ese juego perverso que lo hará visible.

Doris Salcedo VI. El duelo ha devenido en espectáculo. La plaza pública como un teatro abismal en que todos pueden fisgonearlo, así como se deleitan otros con las excrecencias de los cuerpos llevadas al foco de la escena estética del museo. La más abyecta de las acciones de un estado. Registrar el luto de sus dolientes como acciones cumplidas de lo que sabe irreparable.

Doris Salcedo VII. Nuestra contemporaneidad. Cuando el arte “decide” lo inaudito. Cuando el arte suprime la diferencia. Cuando la política es el arte. Y el arte es la política. Entonces la crítica de arte. Y toda crítica. No pueden ser asépticas porque tienen ante sí el juego avasallador de la política. Que ha reducido la inconmensurabilidad a la convencionalidad política. Que juega los macabros hilos del poder total.

Doris Salcedo VIII. No hay malos políticos y buenos políticos en las luchas por el poder total. No habrá un estado del arte libre. Hasta lograr la liberación completa del arte y del artista. La reciente contienda política mostró esa aberrante situación del artista. La de mostrarlo como estandarte y símbolo de una supuesta liberación política del pueblo colombiano. Hubo una mesa de artistas y cultores del arte nacional preparada como consigna política. La mesa en que figuras insignes de ese estado del arte y la cultura nacional proclamaron su respaldo total a la Colombia Humana. Su adhesión a esas políticas es una demostración más del poder de los poderosos del arte y de la política cultural que siempre sigue en pie resonando en cualquier color político. Que seguirá detentando ese poder total del estado del arte aún en líneas políticas que se presentan como liberadoras. Que se presentan. Como la disidencia. Del arte y la política. La escena del arte es un juego de poderes políticos. La escena del arte es un juego sucio. Y su botín mayor es la mala conciencia.

IX. Doris Salcedo. Los tiempos de la hegemonía crítica. Habría que revisar cómo han sido las alianzas políticas entre el arte y la política en la historia de la crítica en Colombia. Buscar los puntos de encuentro. Los acercamientos y distanciamientos. El papel que ha jugado la crítica de arte en las luchas por esa hegemonía en el poder. Estudiar los paralelismos. Las coaliciones y concesiones que ha realizado ese establecimiento del arte en su lucha por consolidar su fuerza crítica al lado de los portentosos del establecimiento colombiano. (Verificar por ejemplo el caso contundente de Marta Traba quien por línea directa, a través de Beatriz González, abraza la figura de Doris Salcedo). También importante examinar el sentido de la omnipresencia perpetua de voces críticas que siguen perpetuándose en aparentes voces noveles que el presente aparato crítico presenta como impolutas y asépticas en esa carrera por el poder completo. (Las recientes lecturas a Fragmentos de Doris Salcedo, realizadas con ese sesgo, en las columnas de crítica cultural de Arcadia, escritas por Carolina Sanín). Quizá una crítica de arte real y verdadera no habrá tenido lugar todavía. Quizá aunque exista, ha sufrido la invisibilización y la tergiversación, la invalidación completa por parte de ese estamento crítico que se imposta siempre, convenientemente, en la proximidad de la autoridad suprema.

X. Arte de Patrocinio. Y arte comercial. El Arte de Patrocinio o Arte Político, arte de uso político del arte, arte de homologación del arte (cf. Pasolini), borra toda traza mercantil en su quehacer. El artista de patrocinio ha sido elegido para cantar y representar el dolor de los demás a cambio de un patrocinio. Para hacer entrar en razón a la masa indolente que ignora a su prójimo caído. El se encarga de sostener la moral de la culpa en que todos seríamos responsables de la guerra, la desaparición y la masacre. (“Todos estamos untados”- dice la cantante Andrea Echeverry tomando una frase de la banda sonora de la película “Vivir es cuestión de método”, de Sergio Cabrera, año 2006). Quién puede entonar desgarradoras letras en tiempos de anestesiamiento general. Cuando se borra a los directos culpables. Es en lo que va derivando nuestra necesidad de verdad y reparación y justicia.

XI. Arte político. Y sociedad del espectáculo (Guy Debord). 19 versión de Rock al parque. El microsegundo de inconformismo permitido por el establecimiento que año tras año gestiona a través de la música, a través de sus rockstar, esa ilusión de libertad y de inclusión social.

XII. Arte Político. Arte de perversa destrucción del arte por parte del capitalismo. Al hacer del arte el camino. La vía hacia lo políticamente correcto. El arte se ha homologado en arte politico o arte de lo políticamente correcto. El arte como lugar de desalojo del artista para alojar a un artista otro que debe solidarizarse y representar las causas de esa política de lo políticamente correcto.

XIII. Fuimos llamados a engaño. El Arte Político ha creado una mercancía y la ha empaquetado y rotulado con un título rimbombante altamente sensible. “Las víctimas de la violencia colombiana”. Estigma creado para producir un valor de cambio en las conciencias de usuarios. La empatía sería el mecanismo reductor de la memoria real. Una memoria que todavía no se hace presente porque no llega la justicia. Esa empatía de los usuarios, en cambio, se traduce en réditos altamente benéficos para las partes. El artista. El museo. El establecimiento. La crítica de arte, plegada al mejor postor, se proclama hoy “expandida”. Un nuevo viejo mote (Cf. José Luis Brea) para camuflarse. El objetivo es minar conciencias. Producir exaltados sentimientos nacionalistas. De vinculación con el dolor o con las causas justas. El consecuente sentimiento de culpa de los congéneres indiferentes. A su vez víctimas del sistema de opresión. Hablar de “víctimas” en Colombia es precisamente la reducción conceptual que hace el capital. Tenemos el ejemplo de los “desaparecidos” en Argentina. Y sus leyes de impunidad. Una reducción a concepto de la explotación total de un pueblo. De la masacre total a que ha sido sometido ese pueblo. De la expoliación continuada. Y de la muerte real de una porción significativa de ese pueblo década tras década. Una reducción de la injusticia a un valor, a una abstracción con la que se puede comerciar políticamente en los museos. En las zonas permitidas a la manifestación. Del dolor.

XIV. El artista se piensa desde una condición. Su trato exclusivo con los objetos de dolor. Y de la ”diferencia”. El es el ungido. Uno que trata con las situaciones extremas de violencia, desaparición, multiculturalidad liberal  y discriminación, a las que “reproduce”(C.f. Sobre la  reproducción, Luis Althusser) en su arte como respuesta a un deber que cree ético. Cuando en realidad es políticamente correcto. Este artista que ha pasado a ser el comodín del “buen gusto” de los nuevos tasadores de arte. O quienes en su crítica enarbolan el buen proceder de la crítica. Ha echado en su bolsillo agujereado “el deseo de pintar “( C.f. Charles Baudelaire, El Spleen de Paris) que ha enajenado a cambio de unas cuantas (sucias) monedas.

XV. Recapitular los momentos sensibles de la historia en que la política a servicio del capital ha hecho cesar al arte para su propia conveniencia. Capítulo del arte contemporáneo llamado Arte Político. Eje central del presente momento, el llamado al arte a constituirse en resistencia al olvido, el llamado a pensarse desde la relación memoria y arte, etc. Gramáticas del Arte Político.

XVI. Hoy es revolucionario ser un artista. Que regrese sobre esas cabezas huérfanas. Algún deseo. Al menos el deseo de ser otro. Y la necesidad de errar. Las dos necesidades. La del error. ( Cf. A favor de la crítica. Nietzsche, La Gaya ciencia). Y la de querer caminar.

XVII. Asistimos incólumes a la reducción del arte. La reducción de la diferencia absoluta que es el arte. Por un multiculturalismo liberal avasallador en donde no cabe la singularidad del artista. A menos que se auto proclame con golpes de pecho como un artista político. Como un adalid orgulloso. Por ser el pretendido defensor de las causas justas de esa nueva cultura que lo envuelve como a todos y que lo torna tan obediente. Esa cultura llena de corrección política que va contaminando de manera sigilosa su verdadera ansia de libertad. La de ese artista. O al menos la de ese otro quién todavía tendría algún deseo. Esas manifestaciones que en el pasado los pueblos quisieron imitar buscando sustraerse. Poder ser un artista se encuentra en esa misma línea de los que en todos los rincones ansían y ansiaron poder vencer esa tiranía. Los que quisieron echar paso por fuera del guión. De los condenados a la obediencia. Un artista que querría salir del cajón en que lo están velando.

XVIII. Si quisiera hablarse de un Arte Político. Tendría que hablarse de un arte que propendiera por la libertad. Sin cálculos políticos. Un arte en que el ser pudiera, plantando su propio jardín, promulgar su propia libertad al poder contar finalmente con los mecanismos que le garantizarían su propia subsistencia y la de su grupo de cercanos. Plantando su jardín, si le fuera dado ese jardín, el futuro artista podría autoabastecerse. Plantando su jardín y rotando sus cultivos (Cf. La rotación de los cultivos. Ensayo para una doctrina de prudencia social. Soren Kierkegaard). Desde los más materiales hasta los intangibles. El artista encontraría otra vez espacios de contemplación. Ideas que lo llevarían a pensar de nuevo y a crear. Quizá también anhelaría poder soñar con el futuro.

XIX. El Arte Político viaja en la dirección de un tiempo cercano que busca una síntesis de toda manifestación y de cualquier expresión. Acaparándolas. Toda heterogeneidad de la expresión es suplantada por esta síntesis llamada Arte Político. Como suplantación de algo que anteriormente era arte. Y hoy se proclama Arte. De algo que era la política. Fusión de horizontes que anuncia su propia muerte. Pero también un nacimiento. De lo que está por venir. Palabras no contaminadas con las jergas jerarquizantes que han querido dar su parte de victoria. Cuando hablan de Arte Político. Habrá de aparecer. Como contradicción  habrá de resurgir. En una deriva de simultaneidades no apresables ya por ningún concepto enunciable con palabras. Será en cambio el momento en que el Arte Político decline como una bandera que rasga la fuerza del viento. Mientras banderines de todos los colores ondean. El viento los atraviesa por ese sabio calado que está dibujado en las telas.

XX. Arte y Política. Cada proponente cuidará los intereses de su patrocinador. La corporación. El partido. O coaliciones de partidos y corporaciones, etc. Sucede en las artes. Sucede en la política. En ese sentido no hay arte libre. Sino redes de patrocinios. Tangibles y contantes, o también intangibles. Las redes sociales, como muro de visibilidades políticas, están siendo vigiladas para que no se descarrilen los votantes. Ni los artistas. Los artistas votantes.

XXI. Arte político. Reportería de la miseria.

XXII. Arte y política. Mercantilizar lo diferente. Coletazos de una posmodernidad que los niños no pudieron entender.

 

Claudia Díaz, agosto del año 2019

A la memoria de mis padres