Desde la aparición de la noción del “Otro”, una noción religiosa inocua e inofensiva que el capitalismo se inventó para reemplazar la amenazante noción de “clase”, – noción que amenazaba directamente su núcleo, la propiedad privada -, los artistas han luchado en sendas batallas por demostrar quien es verdaderamente su custodio, su dueño. Pero como llegado un punto en que el “Otro” se convirtió en el plato mas apetecido del banquete global del arte, ese cuerpo del “Otro” hubo de ser troceado en mil partes para que las fieras pudieran saciar al menos en parte su hambre. La batalla entre Muriel Angulo y Mario Opazo es una muestra de cuan valioso es el plato más caro en la escena del arte político contemporáneo. Y es el plato más valioso en cuanto que sus ingredientes, el artista héroe, la misericordia que habla como política… son los más apetecidos a la hora de cumplir con la obsesión del arte político: la estetización de los conflictos que amenazan constantemente a su madre el capitalismo. El artista se ha convertido en el distribuidor, en el dealer encargado por el capitalismo de dopar a esos grupos de “Otros” llamados “comunidades”, para neutralizar su capacidad de lucha en el terreno político práctico y lobotomizar su lucha.
Aqui, en Angulo vs. Opazo, Kramer vs. Kramer , tenemos un caso típico, el caso perfecto, el caso pedagógico.
“Ted Kramer (Dustin Hoffman) es un hombre que antepone su trabajo a su familia. Su esposa Joanna (Meryl Streep) no resiste más esta situación y le abandona. Ted se ve ahora ante la necesidad de ocuparse de la casa y, sobre todo, de su pequeño hijo. Después de un tiempo, cuando Ted ya se desenvuelve bien solo, Joanna regresa y reclama la custodia del niño. Sin embargo, Ted no está dispuesto a separarse de su hijo, de manera que Joanna lleva el asunto ante los tribunales, donde deberá decidirse quién de los dos obtendrá la custodia del hijo.”
Por un lado tenemos a una artista, otrora pintora, que entendió que si quería sobrevivir en el mundo de arte debía convertirse en “artista social”; un caso que vemos repetirse cada día en todas partes de manera recurrente. Por el otro, un artista que invocando un supuesto pasado heróico de persecución por una dictadura, nos muestra su certificado nobiliario de víctima que le servirá de pasaporte diplomático ante el mundo curatorial y ante otras víctimas, pero sin ninguna prueba de que ello haya sido cierto. De nuevo como en el caso Hosie estamos al borde de lo apócrifo. Como en otros casos, cada vez más frecuentes y que ya hemos visto aquí, éste artista da por sentado que gracias al tono sentimental de su discurso propositivo,- una mezcla de sociologismo, turismo de investigación, royalty de víctima, prestigio docente, y amigos/cortesanos que cubren sus cuestionados actos -, sus motivos no pueden ni deben ser examinados.
Con su fárrago de “demostraciones” de derecho a la paternidad cada uno publicita su producto…¡Quién pidió pollo!…Y la discusión se convierte en lobby. Saben que hay más de un curador leyendo Esfera Pública. Y cada uno saca su mascota, porque eso es el “Otro” para el arte contemporáneo, una mascota adoptada, -en éste caso lo “árabe” es el pedigree-, e intenta demostrarle al jurado, al curatoriado, al mundo, que su mascota es más fina, más árabe pura sangre. Y es entonces cuando el sociologismo artístico se descubre como lo que es en verdad: mercadeo al desnudo.
¿Y qué pasará con ese “Otro” después del premio? ¿De los 50 millones y la exposición en Londres? Solo será un cuerpo inerte al que se le ha extraído la poca sangre que le quedaba, porque la función del “Otro” no es solo la de decorar el desierto. Es, como en el cuadro de Rousseau, la alternativa de los leones que buscan en el desierto su última oportunidad.
Carlos Salazar
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1 comentario
Javier Bardem y otros «famosos» españoles se toman fotografías -si pelearse entre ellos- con niños saharauis en un acto de solidaridad mediática. Cualquier parecido con el medio del arte es coincidencia pura:
Y cada uno saca su mascota, porque eso es el “Otro” para el arte contemporáneo, una mascota adoptada, -en éste caso lo “árabe” es el pedigree-, e intenta demostrarle al jurado, al curatoriado, al mundo, que su mascota es más fina, más árabe pura sangre. Y es entonces cuando el sociologismo artístico se descubre como lo que es en verdad: mercadeo al desnudo.