La antinomia entre arte y cultura ha sido construida con base en un argumento sofístico; –motivada por una voluntad de rencor que algunos teóricos suspicaces describieron como resentimiento en el siglo XIX. Freud en el siglo XX propuso un texto que especificaba mucho más el contexto de este malestar, nos aportó la noción de trauma, nos explicó cómo se manifiesta y los recursos de que se vale. En silencio, este trauma-rencor ha determinado muchas actividades en la Modernidad; en sentido estético, consiste en reconocer los méritos de las artes y en comprender, de manera simultánea, la incapacidad para asimilarlas e incorporarlas como fundamento de la sociedad por parte de las clases emergentes. Desde finales del siglo XX este trauma ha tratado de elaborarse mediante la creación de un espejismo; como una especie de autoflagelación, nos hemos figurado un cuerpo que es objeto de linchamiento, arrastrado y desmembrado por turbas incontroladas. El cadáver de la tradición artística oprobiado, brinda la oportunidad de realizar una catarsis, de elaborar la frustración de no haber alcanzado la competencia para dialogar con las tradiciones artísticas.
La antinomia arte-cultura, configurada al calor de la racionalidad del trauma-rencor es sofística porque la cultura sería una quimera sin el liderazgo del pensamiento en todas sus manifestaciones y en todas las culturas. La cultura es un conjunto de pensamientos domesticados, ampliamente asimilados por una comunidad, vulgarizados en su proceso de aclimatación. Ahora, el pensamiento no crece de manera silvestre, o popular, como sueñan algunos apologistas de la cultura a secas; todo lo contrario, exige creatividad, sacrificios y cuidados que sólo se pueden bridar si hemos comprendido las diferentes tradiciones en las que enraíza y hemos sabido tomar una distancia prudente. La cultura es el sedimento del pensamiento creativo, son metáforas que han cumplido su ciclo vital y que proporcionan el hábitat necesario para que nazca una metáfora nueva. Pensar creativamente es alumbrar metáforas como posibilidades alternas de ser. Las metáforas vivas expanden los lenguajes, nuestra realidad, nuestras culturas. La metáfora muere cuando la infinitud de sus contenidos han sido literalizados, banalizados, si se quiere, por las multitudes, que de una y otra manera se alimentan de ellos, la mayoría de las veces ignorando que sus potencialidades han sido reducidas como consecuencia de su ineludible manipulación. Este compendio de literalizaciones que estructuran las culturas, es el campo propicio para que la metáfora surja y brille. Sin la cultura la metáfora no tendría un lugar que habitar. Sin la metáfora las culturas permanecerían no sólo muertas, también a oscuras. La metáfora es la velita que alumbra la cultura. Este diálogo entre metáforas vivas y metáforas muertas estructura el tejido emocional de una comunidad, dinamiza el texto que orienta su contexto de acción.
Si logramos fortalecer la anterior hipótesis vamos a encontrar que la antinomia entre Modernidad y Contemporaneidad es otro argumento sofístico; nos vamos a dar cuenta que pasado y presente son dimensiones históricas simultáneas, que el pasado no se da sin presente y que éste es imperceptible sin aquél. Corroboraríamos algunas ideas, por ejemplo, que Arte Contemporáneo en verdad significa el arte de la época que nos toca vivir y que los artistas poetas tienen el coraje de pensar, –que elaborarlo sólo es posible desde el pasado; éste también fue el significado de Arte Moderno, lo de hoy. Entonces, lo que diferencia al Arte Moderno del Arte Contemporáneo es que mediante la primera categoría describimos metáforas artísticas que han muerto, maneras de pensar que se han debilitado con la trasformación de las sociedades que las sustentaban. Este debilitamiento ha propiciado el surgimiento de metáforas vivas, en principio indescriptibles. El pasado, la cultura, está animando a todos aquellos que en el presente procuran transformar los textos que tienden a anquilosarnos. Si la Modernidad es nuestra cultura, el Arte Contemporáneo es un conjunto de metáforas vivas, es decir, son los pensamientos para los cuales todavía no encontramos un significado específico, aquellos que todavía no han sido subyugados por dogmas interpretativos. Modernidad y Contemporaneidad son simultáneas. La metáfora viva resiste la acción de los tiranos que anhelan controlar todos los significados que circulan y articulan una comunidad; los tiranos de la semántica creen que de este control depende su seguridad estética. Sobre este control se construye su tiranía. El tirano esteta contemporáneo considera necesario declarar la muerte del arte, de toda posible metáfora; en el régimen de la seguridad estética no es lícito introducir significados alternos a los ya establecidos; el artista, entonces, debe conformarse con describir las literalizaciones del conjunto de metáforas muertas que conforman el tejido emocional de su comunidad. No obstante, aún persisten artistas poetas que no sucumben ante estos dogmas o no se conforman con esta función.
La Antigüedad Clásica registra uno de los primeros regímenes del terror que asolaron las esperanzas de libertad de Occidente, –una guerra civil que padecieron hombres y mujeres atenienses del siglo V a.c., inspirada y azuzada por la tiranía universal del momento y administrada por los llamados Treinta Tiranos. Johana Calle reflexiona, rememora la cultura del siglo de Pericles, propicia una conversación con Tucídides, permite que su pensamiento devenga nuestro presente; al igual que el historiador griego, Calle se ocupa de nuestra actualidad, muestra que la única manera de comprenderla es desde el pasado, nos corrobora la idea de que presente y pasado son simultáneos. El Tucídides de Calle rememora la austeridad y el despotismo espartanos, describe unos acontecimientos que ha imaginado para una polis inventada: Lacombia. En esta tierra las palabras y sus significados están controlados, las historias se revisan sistemáticamente una y otra vez para ponerlas al servicio de sus principios, los nono nono fundamentales; su constitución les garantiza inmovilidad.
La historia de Lacombia pasó por varias etapas: tuvo un «no es no» arcaico, luego vino el «no y no» clásico y finalmente llegó la decadencia del «que no y que no» posclásico. Los gerentes del sentido de las palabras se encargaban de negar sentidos, de restringir sus giros, de limitar el número de palabras que circulaban en la comunidad; la gobernabilidad de esa tierra imaginaria dependía de la reducción diaria del número de las palabras que usaban los lacombianos, –del control rígido sobre las audacias de
la metáfora. Declararon la muerte del arte como prevención de su acontecimiento. Lacombia se quedó sin palabras, con las palabras se evaporaron las cosas poéticas, con éstas el mundo.
De Lacombia resta un pequeño libro, Laconia, su nombre recuerda y rinde homenaje a sus mentores griegos. Tucídides y Calle revisan sus contenidos, amplifican metódicamente los registros históricos que han imaginado para las páginas que han de hablar de las controversias políticas de aquella tierra que poco a poco fue desposeída de las libertades que otorgaban las palabras. No sabemos dónde encontraron este libro, no es relevante para la tragedia que se nos muestra, no la pueden contar porque esto sólo es posible con palabras. Pacientemente, los dos pensadores amplían metódicamente y con todo el cuidado del caso, cada una de las hojas que conforman este pequeño libro; su propósito es curioso, epistemofílico diría un psicoanalista: sacar a la luz aquellas palabras que lograron esquivar el filo hiriente del buril y a partir de su análisis tratar de abocetar la Historia de la tierra donde la palabra fue desarticulada, desmembrada y arrastrada por turbas azuzadas por los gerentes del sentido de las palabras. El buril que antaño fue inventado por los pensadores para abrir mundo, para conformar culturas, devino El Concepto, utilizado ahora para silenciarlo.
La propuesta de Johana Calle es Arte Contemporáneo en sentido de metáfora viva que ilumina un contexto de metáforas muertas. Éstas aportan una historia silenciosa; la Contemporaneidad se ha propuesto recuperar las historias que ignoró la Modernidad, así sólo sean unas pocas palabras. Los muros blancos de la Galería Santa Fe han sido puestos al servicio del pensamiento creativo de la artista, no ha sucumbido a la presión de la ideología encarnada en sus muros «neutros», como suelen llamarlos acríticamente sus ideógrafos. Sus pensamientos eludieron el control de sentido que trata de imponer este espacio de reflexión-creación. Comprendió que reflexionar no es investigar o realizar proyectos, es decir, buscar resultados concretos a corto plazo, (cortoplacista es una palabra que Tucídides encontró en las páginas de Laconia y se la resaltó a Calle); ambos reflexionaron en libertad, creativamente, para esquivar la acción del buril-concepto silencia-metáforas; con apoyo de su técnica Calle pensó los símbolos heredados; su creación le abrió horizontes de comprensión alternos al arte contemporáneo en Colombia y le proporcionó una velita a las metáforas muertas que le sirven de contexto.
No sobran algunas observaciones complementarias a propósito de este Autoretrato con periódico tachado. La forma no en asunto trivial en el pensamiento artístico aunque no es sólo forma, técnica. La forma no es pensamiento; éste consiste en el despliegue de dimensiones de ser inéditas, plegadas en el símbolo que le sale al encuentro al artista. Buena parte de los dibujos de Calle recuperan y amplían la tradición de los Caligramas, son poesía que se ve, por ejemplo la serie Las lecciones. Delicados son los gestos que guían los trazos en cada una de las páginas de las historias lacónicas y las épocas que allí se encuentran; austeros como corresponde a la dignidad de los huéspedes que alberga Calle; sus dibujos muestran gracia, como homenaje a la tradición a la que pertenecen los pensadores que allí, sorprendidos por el acontecimiento, dialogan; sugestivos sus volúmenes temáticos, resaltados por las formas pensadas para ellos; estimulantes para las mentes que desean comprender y expandir su cultura, la Modernidad. El montaje de sus registros es tradicional, pero éste ha sido considerado asunto secundario desde la antigüedad clásica; sólo la contemporaneidad le ha otorgado importancia, por la voluntad de olvido- espectáculo que caracteriza a nuestra época. (Para no parecer lacónico, el subtítulo que articula estas palabras conversadas es tradicional también.) El arte, el pensamiento creativo, nos reitera Calle, es la avanzada de la cultura en todas las épocas. No existe una escisión entre arte y cultura como nos quieren hacer creer algunos teóricos, simultáneamente inspirados y subyugados por su trauma, por sus luchas por el reconocimiento, del todo justificadas. Para ello no necesitamos desmembrar al arte de la cultura; tampoco someternos a nuestro trauma. Al contrario, salir con él al encuentro del otro, nos libera de sus tiranías.
Jorge Peñuela