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Continuando con la idea del caso específico, me pregunto nuevamente cuántos estarán tragando entero las justificaciones “eticistas” esbozadas hace un tiempo por Jorge Peñuela a la ocurrencia redentora de Juan Fernando Herrán? Lo digo porque me parece que hay que estar muy convencido de la transparencia de los protocolos de mediatización, para ver ahí otra cosa que la simple puesta en acción de una estrategia académica típica de una buena parte del arte contemporáneo. Cuál?
Lo tácitamente asumido. Como el arte es cada vez más una actividad al alcance de todos, no es ni siquiera necesario partir de una idea -ni buena ni mala. Usted selecciona, en cambio, un motivo cualquiera: una cruz de palos, un vestido viejo, una silla, tres moscas, un armario roto, un hueso de vaca… cualquier cosa, con tal de que posea la cualidad inefable de ser incipiente, esquemática, ligeramente significativa. Condición sin la cual no podría someterse al escrupuloso tratamiento de contextualización o puesta en escena en zonas o espacios “marginales” cargados de artisticidad potencial -lo que exige una demostración de talento en un ejercicio antropoloide del más puro ethical design. Pero antes de eso la cosa ocurrente ha de ser “tratada” de modo que pueda asimilar su inscripción.
Si usted hasta hace poco era escultor o pintor, lo más recomendable es que se convierta rápidamente en “fotógrafo”, o que incorpore a su personalidad las connotaciones prestigiosas de un medio técnico aún más novedoso y acorde a los vientos que pasan. Una vez rescatado el huesito de vaca, el pedazo de mueble o la nariz del amigo en mural cibachrome; cuando la imagen tomada abandone la categoría anartística de 9×12 y trascienda su innegable modestia postal (lo que pondría en evidencia inmediata su exacto valor), hay que pensar seriamente en aquello del “marco conceptual”: elaboración racional que substituye metódicamente la gratuidad de la idea intuitiva y que contribuye significativa, intelectualmente, a favorecer la inflación.
Como el asunto es verbal, la cosa ocurrente ha de ser nombrada de modo que el significado o el contenido de la obra quede declarado de antemano: “Camposanto” está bien… Asi se propone un sinónimo “crítico” del paisaje colombiano traducido en conciencia global para que no haya ni vivo ni muerto que no puedan dejar de sentirse aludidos ante semejante obviedad. Que quede entonces muy claro, como dice Peñuela (el contextualizador) cumpliendo con una de las instancias de este proceso verbal, que “Nuestros deberes para con los muertos no pueden ceder ante intereses políticos”. Pues sin palabras que evidencien las conexiones sutiles con la historia religiosa de occidente (tres fotos en equivalencia de un “tríptico”) no hay manera de entender que “El proyecto trata de relacionar una historia local anónima con la historia traumática de Colombia en cabeza de Jorge Eliécer Gaitán, líder sacrificado en 1948.” Lo que no deja de ser un prodigio de pura y escueta generalización.
Una vez determinado el espacio verbal, lo siguiente es encontrar el espacio o envoltura formal que le corresponda. Una galería, un museo? Ni se les vaya a ocurrir! Como estará de enredado el prestigio de esos espacios institucionales que los galeristas se la pasan ahora de safari (“nómadas”, en plain postmoderno) buscando escenarios ruinosos bon-chic donde transmutar su función. Lo que sí tiene mucho pedido son las iglesias o templos (por aquello del contraste posmoderno que ofrecen entre profanación académica y nostálgico ritual de inscripción) y los edificios “políticos” institucionales, incendiados o no, que representen de algún modo historia, ignominia, injusticia, vergüenza estatal. Y si incorporan nombres de arquitectos famosos y mártires de leyenda con resonancias sociales, pues tanto mejor. Lo importante -y aqui nos vamos acercando al meollo de la descomunal ecuación- es que la pequeña ocurrencia termine indeleblemente impregnada del prestigio de sitios, personas y nombres por donde la hacemos transitar. Un viejo truco museológico, es decir, curatorial, en la utilización de contextos como forma obligada del programa académico instituido firmemente en las escuelas de arte, y que por consiguiente ya entiende y aplica cualquiera.
Así, gracias a una serie de astucias “procesuales” y a las virtudes infusas de compromiso social inherentes al artista contemporáneo, la crucecita plantada por algún familiar va pasando del anonimato más íntimo al viacrucis más público y genérico del acontecer nacional. Lo que empezó como un gesto espontáneo al pié de un camino, ahora ya está hablando, hipnóticamente como en cualquier noticiero, de tumbas ocultas, de crímenes diarios, de guerra total… para que no quede ningún lugar a dudas de que las deudas sociales asumidas por la sensibilidad de la crítica artística, en defecto de la responsabilidad estatal, han quedado de algún modo saldadas.
La gracia de este mecanismo de “el dedo en la llaga” reside en que, sin que realmente tengamos algo substancioso que decir o que mostrar -al igual que el discurso de todo político que repite retóricamente lo que ya todos sabemos-, lo que logra finalmente esta mediatización de la “pequeña ocurrencia” es, como ya suponemos, la visualización rutilante y virtuosa del nombre del artista, del benefactor-delator. Pues es “Esta manera de erigirnos sobre nuestro olvido para olvidar desolvidando, la [que] hace posible el arte contemporáneo” … mientras les hacemos recordar nuestro nombre, habría que agregar.
“En este sentido -termina diciendo Peñuela, el emotivo filósofo- el proyecto de Herrán irradia toda suerte de connotaciones éticas, tiene vocación política, porque propicia un diálogo entre diferentes, trasluce solidaridad.” Y listo el pollo.
En esta época sacudida y simplona, de buenos y malos, díganme, se puede pedir algo más?
PFalguer
http://falguer.wordpress.com/
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Las referencias:
1- camposanto
camposanto
tema > crítica de la obra
Los principios que caracterizan la sensibilidad ética y moral de Occidente fueron elaborados por la sensibilidad poética griega. Antígona señala el camino que hombres y mujeres debemos seguir cuando vemos caer a nuestros semejantes. Ni siquiera los enemigos del Estado pueden quedar insepultos, no se les puede negar un puñado de tierra que los deje a salvo de las fieras, así el gobernante totalitario, como Creonte, considere que un traidor a la patria no merece ningún tipo de consideración moral. Sófocles nos enseña que la sensibilidad moral puede chocar con la sensibilidad política, con sus intereses. Muestra que nuestras convicciones morales no deben ser sojuzgadas o intimidas por el poder político, por más legítimo y representativo que este sea. Se equivoca el gobernante cuando obstaculiza la ejecución de los deberes morales de sus gobernados. Nuestros deberes para con los muertos no pueden ceder ante intereses políticos. Ahora, si la tradición griega considera que todo hombre y mujer, una vez muertos y en cualquier circunstancia, merecen un puñado de tierra, el cristianismo enriquece este rito levantando una cruz sobre ese puñado de tierra, para que sirva como signo recordatorio de que existen unos principios morales innegociables que deben quedar al margen de los vaivenes políticos, el culto y el respeto por los muertos es uno de ellos. La poesía a través de diferentes medios de los que dispone ha eternizado esta sensibilidad moral.
No son pocos los artistas que ven con extrañeza cómo algunos discursos del arte se han desplazado de los proyectos artísticos, a la comprensión y explicación del andamiaje conceptual que pretende dar cuenta de ellos; inerme e impotente, el artista sagaz experimenta el expolio, comprende que la transformación del sistema en el que engranan las realizaciones artísticas le ha robado su creación, la ha volatilizado y puesto en manos de otro, para su lucro intelectual personal, por lo menos. La creación artística devino de poco interés comparada con el artificio lógico con el que se la pretende justificar ante una comunidad. Son muchos los discursos que antes de abordar lo que les concierne, se agotan dando cuenta de sí mismos, muchas veces sin llegar a comprenderse. Prudentes, algunas galerías de arte hacen resistencia y centran su actividad en las intuiciones y reflexiones de sus artistas, las secundan. Alcuadrado es una de ellas y quizá una de las más significativas para la circulación del arte contemporáneo en Colombia. Significativa, por su carácter nómada, por su búsqueda de espacios aptos para habitar, espacios que no hacen parte de la multiplicación cancerosa que ha propiciado la tecnología economicista de los últimos decenios. Apto para habitar significa, propicio para crear signos, para revitalizar el lenguaje que es el hombre y la mujer mismos, para posibilitar la comunicación, y, por tanto, para conformar comunidad entre diferentes.
Alcuadrado sale al encuentro de nuestra historia más reciente, la observa y nos invita a que nosotros la interpretemos y reflexionemos. La luz que ilumina el evento histórico son los signos que activa el pensamiento artístico y que son llevados a habitarlo. Habitar es erigir en la nada del olvido una esperanza, allí donde aún sobreviven vestigios de signos que anhelan resurgir. Esta manera de erigirnos sobre nuestro olvido para olvidar desolvidando, la hace posible el arte contemporáneo. Tenemos necesidad de hacer una transacción entre olvido y desolvido. Miguel Ángel Rojas con este propósito habita la segunda torre del malogrado Hotel Hilton de Bogotá y recientemente Juan Fernando Herrán en El Centro Jorge Eliécer Gaitán, también en Bogotá. Uno y otro son monumentos paradigmáticos a la decidía administrativa de nuestra Ciudad. Son huellas de abandono recuperadas y reflexionadas, son espacios no neutros en los que reside el pensamiento de los dos artistas durante unos pocos días, en el pasado Rojas, hoy Herrán. Estos proyectos rescatan en primer lugar la poesía, la vida que aún reside en aquellos fragmentos que pudieron ser y no fueron, debido a la imperfección humana; paradójicamente, comprender la flaqueza de nuestra especie anima el espíritu, lo espolea para que persista en sus búsquedas de libertad y perfeccionamiento moral, los más grandes bienes que anhelamos todos los hombres y mujeres.
Campo Santo es el Proyecto de Herrán. Como los eventos importantes, llega a él por azar, deambulando por los alrededores de Bogotá. Cuando uno no busca las cosas salen a nuestro encuentro. Esto le acontece al artista. Cerca de Bojacá, santuario religioso católico tradicional, unos montículos sembrados de cruces rudimentarias, más que llamar su atención, lo perturban. La perturbación es el origen de todo saber. Herrán indaga y encuentra que éste es un lugar en el que, por razones sin establecer, se ha creado la necesidad de no olvidar eventos violentos que allí acontecieron. Las cruces invitan a preguntar, por tanto a reflexionar, por esto es posible la concepción de un proyecto artístico contemporáneo. Procede entonces el artista a hacer un levantamiento fotográfico del sector, las características técnicas contribuyen a resaltar la significación de sus ideas, pero de ningún modo la determinan. Lo significativo consiste en propiciar un diálogo absurdo entre un monumento anónimo y precario pero vivo, El Alto de las Cruces, con otro muerto, aunque diseñado por uno de los mejores arquitectos de Colombia; el proyecto de Salmona ha estado estancado desde hace muchos años, enterrado como Gaitán en el olvido. Herrán pone a dialogar un signo que de manera reiterada es reelaborado por una comunidad anónima, revitalizándolo con toda suerte de materiales humildes, con otros que persistentemente son ignorados por unas elites que lo último que desean es recordar que la libertad y la justicia son los bienes más deseables de una comunidad, ni siquiera los vecinos de clase media del sector bogotano donde se ubica el inconcluso de Salmona lo determinan; no existe el menor interés por habitarlo, ¿tanto nos atemoriza la libertad y la justicia? El proyecto trata de relacionar una historia local anónima con la historia traumática de Colombia en cabeza de Jorge Eliécer Gaitán, líder sacrificado en 1948. Estos eventos son conocidos de sobra por los colombianos y colombianos, lo que desconocemos es la existencia de un proyecto arquitectónico concebido para honrar no sólo su nombre sino para propiciar la reflexión entorno a la libertad y la justicia. En Colombia, un proyecto de esta naturaleza debía fracasar, como los esclavos inacabados de Miguel Ángel, el proyecto de Salmona yace irrealizado.
En diálogo con los orientadores de la galería, Herrán decidió realizar el montaje del producto de su reflexión sobre El Alto de las Cruces en El Centro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá. Además de su historia, rescata la riqueza táctil y visual de los materiales que estuvieron a punto de ser y los relaciona con los elementos registrados en sus series fotográficas; desde el punto de vista estético, unos y otros son humildes, por un lado chamizos amarrados con elementos orgánicos, en la mayoría de los casos de cualquier manera, por el otro, hierros retorcidos y tubos que se incrustan en las entrañas de concreto y ladrillo de los muñones de la edificación. La disposición ondulante de algunas series obedece al deseo del autor de emular la inclinación topográfica de los montículos donde se yerguen las cruces. Llaman la atención, por evocar los retablos de las iglesias antiguas bogotanas, tres fotografías dispuestas a manera de Tríptico en un presbiterio improvisado. En este espacio respiramos libertad, nos sentimos frente a un altar móvil, similar a aquellos que empleaban las comunidades cristianas primitivas. Frente al Tríptico y pese a la fuerte connotación política que denota El Centro Jorge Eliécer Gaitán, lo que invade el ánimo es una sensibilidad religiosa, una necesidad de trascendencia, en el sentido de necesidad de comprenderse más allá de la rivalidad de los instintos e intereses, con la esperanza de construir un lugar en donde unos jamás le dirán a los otros: nosotros somos los buenos y ustedes los malos: no jugamos contigo. Los críticos de arte modernos podían hacer este tipo de señalamientos sin ruborizarse, para un contemporáneo esta pedantería es delito. En el pasado, Herrán tuvo la oportunidad de realizar un proyecto artístico en Estambul, la antigua Constantinopla, allí donde se sistematizaron las bases del cristianismo. Trabajó en la iglesia de Santa Irene. Este es un monumento a la Paz, es Sagrada porque se construye mediante el diálogo, actividad que veneraron los griegos, diferente a la paz romana, construida sobre la tierra arrasada. En este sentido el proyecto de Herrán irradia toda suerte de connotaciones éticas, tiene vocación política, porque propicia un diálogo entre diferentes, trasluce solidaridad.
Jorge Peñuela
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2-Ojo al arte
Revista Cambio
Campo Santo – Juan Fernando Herrán
Galería AlCuadrado, www.alcuadrado-art.com
“Esta galería sin sede se ha caracterizado por encontrarle a cada muestra un escenario ideal para su exhibición. Ya con varias exposiciones a cuestas es clara la fascinación tiene AlCuadrado con la ruina. Lugares cerrados al público -Teatro Olympia, antiguo Hotel Hilton- olvidados y cargados de historia y a punto de desaparecer, son los preferidos por estos galeristas de arte contemporáneo que tienen en sus filas a artistas como Miguel Ángel Rojas, Óscar Muñoz, María Teresa Hincapié, Alberto Baraya y Juan Fernando Herrán, entre otros. A éste último no pudieron encontrarle un mejor lugar para su muestra Campo Santo: el centro Jorge Eliécer Gaitán, cerrado desde 1983. La ruina de esta edificación que nunca fue se combina de manera admirable con las fotos que Herrán capturó en el Alto de las cruces, a las afueras de Bogotá, “una cima sembrada literalmente de cruces”, como escribe María Clara Bernal. Homenaje, recuerdo, símbolo, muerte y memoria, son apenas algunas de las sensaciones que atraviesan al espectador cuando recorre tan deshabitado espacio. Las paredes húmedas, con musgo, son el simil de las piedras grabadas con cruces, que gritan a fin de cuentas que lo necesario es no olvidar.”
blog de Pedro Falguer >
http://falguer.wordpress.com
1 comentario
me encuentro de acuerdo con la participacion del señor falguer sobre campo santo, pues este es simplemente un sintoma general del arte hoy, solo basta mirar los trabajos academicos en las universidades y de que manera son dirigidas, pues muchas veces los estudiantes pueden ser recolectores de imagenes que modifican o retoman, o en el peor de los casos simplemente muestran su recoleccion a manera de trabajo contraponiendo imagenes y si les dan un sentido carece de un verdadero desarollo, es simplemente como esos marcos teoricos tan comunes en todas las exposiciones, donde lo unico que se hace es referenciar otros autores (desmasiada simulacion?) , retomar palabras ya dichas y llebarlas a imagenes que muchas veces tambien son solo referencias. ¿ No se deberia enseñar a leer imagenes, en lugar de estar recolectandolas, sin saber su peso simbolico sin conocer la semiologia y significantes que estas encierran?
Ademas es una iresponsabilidad visual seguir creando imgenes indiscriminadamente,¿logran esas imagenes de camposanto trasmitir todo lo que se queria? ¿imagenes sin marco teorico?. Criticamos una sociedad de consumo, cuyo principal alimento son imagenes, y los que gustamos de crear imagenes que estamos haciendo?