Existe un único imperativo para el arte en un país tercermundista: que gire en torno a temáticas premodernas.
El objetivo del posmodernismo, con sus nociones de identidad, territorialidad, sentido de pertenencia y cohesión cultural, su muerte de los metadiscursos y sus simulacros de los que ahora se alimenta la tierra y sus pequeños seres, no es más que el ansia de que las sociedades que amenazan constantemente al capitalismo permanezcan, a través del opio de la cultura, como sociedades premodernas de tipo agrícola.
El posmodernismo reivindica, a través del rechazo a la Razón, la nostalgia y la ficción de la «Imposibilidad de Análisis» con el fin de eludir lo que es claro y delimitado por lo incierto, lo inseguro, lo dudoso y lo ambiguo. Lo poético cósmico. En la cultura premoderna, la cultura del tradicionalismo y el mínimo cambio, tal y como lo establece Galileo, no existe diferencia entre establecer una verdad religiosa y defenderla. Las ideas y las estéticas individuales son estigmatizadas en favor de las prácticas comunitarias en las que prevalecen los valores religiosos. La idea transformadora de clase se convierte en la idea pasiva e inofensiva de comunidad. Los pobres ahora, a parte de su fuerza de trabajo, al menos tienen un nombre de raigambre religiosa y artistas que transformen su valor simbólico en mercancía.
La vida dentro del premodernismo se orienta hacia la existencia primaria y excluye el concepto de la posesión material reemplazándolo por las relaciones con el «otro» – ese «otro» que incluso ha llegado a la divinidad talmúdica en Levinas- a través de instituciones invariables de la familia y el núcleo religioso. (David J. Burns .»Marketing and the Consumer Culture: Where Did it Come From and Where is it Going?»)
La preocupación del capitalismo respecto a la lucha por la expropiación de la propiedad privada desaparece. El capitalismo corporativo logra consagrar su continuidad estimulando la cultura premoderna que no es otra que la cultura de los países con un gran volumen de deuda y un mínimo desarrollo industrial.
La fóbica respuesta posmoderna a la Razón es el retorno a la respuesta de Rousseau a la Ilustración en sus «Discursos sobre las Ciencias y las Artes» de 1750. Allí, Rousseau reivindica la noción de que la difusión del saber es tóxica y lanza un elogio de la ignorancia popular. Reivindica así mismo, como el posmodernismo y el arte político contemporáneo, la moral cívica espartana en contra de la democracia corrupta y hedonista de Atenas. Incluso elogia al califa Omar por haber quemado la Biblioteca de Alejandría y propaga la idea de que debemos volver a una concepción campestre, sentimental y bucólica de la cultura basada en valores panteistas cósmicos rechazando la ciencia, la razón, la medida y la lógica.
Gran parte de la fobia posmoderna a manifestaciones culturales que involucren la exactitud y la razón podría tener también su origen, entre otros, en movimientos culturales anglosajones como el movimiento Agrarista (Agrarians) del sur del los EEUU, que en 1930 abogaba por una vuelta a lo rural y lo agrario, no solo en contra de la modernización en la sociedad y la industria del Norte sino sobre todo en contra de la modernidad en la cultura. Tal movimiento toma forma en el libro «I’ll Take My Stand: The South and the Agrarian Tradition» en el que contribuyeron escritores y poetas como Allen Tate, John Crowe Ransom y Robert Penn Warren.
La critica agrariana es la única critica de su tiempo que no se caracteriza por ser una critica socialista al capitalismo. Detestaban la máquina y el colectivismo sindical. El objetivo de Allen Tate, sin ir más lejos, era la restauración de una sensibilidad y estética medievales. En su ensayo «Religion and the Old South» encontramos, de una manera posmoderna y contemporánea «avant la lettre», la subordinación de la economía y la política a la cultura y a la estética. No existe allí, como en el arte político contemporáneo ninguna exigencia de tipo constitucional o legal.
En cuanto a los artistas del tercer mundo, y como si el «Agrarian Manifesto» hubiera logrado imponerse después de 60 años, la cultura exige, desde los años 90, la producción de bienes culturales premodernos que ilustren ideas premodernas. Por eso no es extraño que una escultura de Soto desaparezca en medio de una indiferencia casi talibán. Y ese parece ser el destino que le espera al modernismo latinoamericano, y no solo en cuanto al arte monumental. Tal y como observa el curador africano Olu Ogibe:
«Para Occidente borrar el Premodernismo. Para el resto (nosotros) reemplazarlo con Primitivismo por una necesidad imperativa de condenar al resto del mundo a la atrofia y al atraso.» (1)
Si una sociedad moderna y capitalista adopta culturas exóticas eso es parte de su prestigio y de la decoración de sus lobbies, sus bienales y sus museos. Lo étnico es allí la cereza en el helado de la modernidad. Pero si una sociedad tercermundista, en un concepto que no es mas que una constante y persistente amenaza moral, adopta parámetros modernos, ello no es mas que producto de la intervención foránea y la alineación y debe ser extirpado. El candado de la prisión cultural se cierra pues desde la lejanía de la metrópoli a través del sistema académico y curatorial, el sistema de los premios, los salones y las galerías, las que como era previsible, entendieron que el arte social es un gran negocio tanto monetario como ideológico. Y desde luego el de los críticos del historicismo político para quienes hacer arte óptico, constructivismo, arte cinético o cualquier cosa que no satisfaga la estética de «lo bello del atraso premoderno» no es «ético.» (2)
En el aire se percibe el miedo a que pase dentro de las ínstutuciones algo que probablemente no va suceder aún. Madurez. Y eso implica que el arte sea algún día un arte maduro en el sentido en el que Kant concibe la madurez en su texto de 1784 «¿Qué es la Ilustración?»
«La Ilustración es cuando el hombre emerge de su inmadurez impuesta. Inmadurez es la inhabilidad para usar el propio entendimiento sin la guía de otro. Ésta inmadurez es autoimpuesta cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la ausencia de resolución y coraje para usarlo sin la guía de otro. Sapere Aude! (Arriésgate a saber.) «Ten coraje para usar tu propio entendimiento»- ese es el «motto» de la Ilustración»
Tal y como lo expone Oguibe «es necesario estudiar y entender los detalles de la modernidad de todas y cada una de las sociedades y así liberar cualquier estudio al respecto de los velos de la Oscuridad para así reclamar una legitimidad básica. Valorizar la propia modernidad mientras se niega la transición imperativa de los demás hacia ella es denigrar y menospreciar.»
Olu Oguibe. «The West and the Idea of Africa.» en http://www.africansocieties.org/n4/eng/esoticita.htm
(1) “It requires a setting outside the world of modern development, a zone of backwardness where locally variant folkways still prevail. Its characters are ethnologically colorful, personifications of the different humanity produced in such non-modern cultural settings. Above all, this fiction features an extensive written simulation of regional vernacular, a conspicuous effort to catch the nuances of local speech” Richard Brodhead. Cultures of Letters. 1993
(2) «What one sees in local-color fiction of the 1890s is not at all the assertion of integrated stasis and purity that one might imagine for it–a last gasp, as it were, for a preindustrial past–but the assertion by artists, publishing houses, and perhaps even readers, of a rather hip participation in the dislocating, tangled complexity of the chic. Indeed, by the late 1890s, the status of local color had shifted increasingly toward the aesthetic, just as the objects collected by anthropologists became poised to fuel modernist primitivism.» Brat Evans. The Ethnographic Imagination in American Literature, 1865-1920. 2005
2 comentarios
El interesante comentario de Carlos Salazar adolece de una pequeña falta: la traducción.
En efecto, en la cita de Kant habla de la «inmadurez» cuando Kant se refiere (en la traducción criolla de Ruben Jaramillo) a la «minoría de edad»… ¿qué es ser menor de edad»? se trata de no ser capaz de conducir la razón por sí mismo, sin la guia de otro. Escribe Kant: «¡es tan fácil ser menor de edad!» si tengo a un pastor que me dice lo que debo hacer, un asesor de impuestos que me dicta lo que debo evitar para evadir… si tengo (digo yo) un crítico de arte que dictamina los criterios sucios del «buen gusto» -oígase L. Parra en la UN- (pienso en la ausencia del padre-madre-Traba que tanto añoró en su escrito póstumo Salcedo en la edición de las ahora LD)– entonces sabré conducir adecuadamente mis «sentiments» y determinar de antemano (de acuerdo con un «standard of taste» impuesto por los críticos mismos) mi juicio acerca de la obra.
Es cierto; la postmodernidad implica una radical «pérdida» de la fuerza de cohesión de los relatos que legitimaron la modernidad (se trata de los metarrelatos «dios», «libertad», «igualdad», hoy: «democracia», «eje del mal» etc), pero la pregunta moderna aún nos persigue … ¿cuál es el sentido de los relatos autojustificatorios de los artistas? ¿Cuánto vale el favor de los curadores? ¿El hecho de estar insertos de antemano en el «art world» de Danto justifica la valencia del objeto como objeto de arte? ¿Son los miembros del mainstream del arte nacional los dictadores de la producción? ¿Es la ausencia del padre la legitimadora de las prácticas?
La obra moderna -y en cierta medida manierista- de algunos de los creadores nacionales impone un imperativo estético: «actúa de tal manera que puedas pretender que tu obra vale porque el veredicto corriente de los espectadores de tu misma calaña (el art world) la justifica». El resultado es la pérdida de sentido de la obra en medio de la multiplicidad de las producciones. –Se agita en el fondo la pregunta por la calidad y por la norma que dicta un criterio a partir del cual establezcamos en conjunto las razones en virtud de las cuales el objeto artístico merece el nombre de tal (y también el apellido), esto conduce a la pregunta por el lugar del padre (¿quién reemplazará a la Traba?), al acto fallido freudiano (busco algo que sé dónde está pero no lo encuentro), al sentimiento de la ausencia… en medio de la producción nacional de objetos autodenominados artísticos falta aun repreguntarse la interrogación típicamente moderna ¿por qué es esto una buena obra de arte? ¿conviene aún -pregunto yo- interrogarse por la calidad con base en categorías externas al relato autolegitimador de los artistas -respaldados por un aparato de circulación y consumo del cual esta esfera es tan solo un ejemplo de desahogo-, esto es, por una instancia externa al arte que dé al arte su legitimidad, valor y posición? Recordemos que una de las caras del arte -y no es esta la menor- es la de aquello que no es arte (lo explica Adorno en la Teoría).
Hace muchos años , 32 para ser exactos , se planteó claramente la impostura de lo «contemporáneo». Además con una alta dosis de humor en un texto que es un clásico del género. LA PALABRA PINTADA. del escritor y periodista norteamericano TOM WOLFE. Ignoro si ya ha sido comentado en algún momento en este espacio. Soy un recién llegado pero es fácil suponer que CARLOS SALAZAR lo conoce bien.
Otro que tenía muy claro este asunto fué JORGE LUÍS BORGES, quien se anticipó a WOLFE en casi 20 años y en sus charlas con ADOLFO BIOY CASARES, comentaba todo el montaje que había llevado a la modernidad y al arte contemporáneo y todas sus variables a ser el negocio que hoy es.