El Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, dijo en una entrevista al periódico El País, respecto a la transparencia y el secreto las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC en La Habana, que el proceso «es como cuando un pintor está pintando un cuadro y comienza con el 25%, la gente no entiende lo que va a pintar y puede decir ‘qué cuadro tan desagradable’ o ‘qué cuadro tan mal pintado’. El pintor quiere vender su obra cuando esté todo completo. Nosotros queremos vender nuestro acuerdo cuando esté todo completo porque así se va a poder apreciar en su totalidad. Individualmente puede ser muy mal interpretado.»
La analogía pictórica presidencial permite un juego: proyectar la pintura completa de la paz que puede tener el artista Santos en su mente. Es tan amplio el archivo del arte, y tan coloridos y ambivalentes los artificios de este gobierno, que no una sino muchas variaciones son posibles. He aquí unas cuantas interpretaciones:
En The Peacemakers (1868), George P. A. Healy representa al presidente Abraham Lincoln reunido con tres altos oficiales. La pintura expuesta en la Casa Blanca acompañó a George W. Bush durante su interregno como presidente y él mismo la describió de esta manera:
“En ella se ve la agonía y la grandeza de un hombre que cada noche se puso de rodillas para pedir la ayuda de Dios. La pintura muestra a dos de sus generales y un almirante en la reunión cerca del final de una guerra que enfrentó a hermano contra hermano. El exterior muestra el momento en que la guerra recrudece. Sin embargo, lo que vemos en la distancia es un arco iris, un símbolo de la esperanza, del paso de la tormenta. El nombre de la pintura: Los Pacificadores. Y para mí, esto es una constante tranquilidad de que la paz triunfará y que nuestra causa puede ser el futuro por el que Lincoln dio su vida: un futuro libre de opresión y miedo.”
Sirva esta retórica santurrona de Bush, (ahora también pintor, ¡de verdad!) para retratar a Santos como Lincoln, que soluciona la paz desde un apacible aposento acompañado por un arco iris. Un arco iris tan colorido como el crisol mediático que pinta a Juan Manuel para la historia como el mandatario que logró la paz que tanto anhelamos todos los colombianos para nuestra patria querida.
En La rendición de Breda (1634), Velázquez pinta el momento en que la guarnición militar del ejército holandes tuvo que rendirse ante la estrategia militar que usó el ejército español para sitiar la ciudad de Breda. Aun así, el triunfador reconoció la valentía del ejercito vencido y le permitió una salida digna y una entrega caballerosa. Y, tal vez, por esa misma caballerosidad que se engilgan los valientes caballeros es que Velázquez, como pintor cortesano, hizo más llevadero el solemne encargo de la inmensa pintura con algo de humor velado: nunca antes en los anales de la pintura bélica, el reverso y los prominentes gluteos de un caballo habían ocupado un primer plano tan destacado. Es claro que la pintura, a luz de un par de ejércitos de pequeñas guerras, de las malparideces de la guerrilla de las FARC y de un sector corrupto y amangualado en el Ejercito Nacional de Colombia, no cuadra, se desluce. Tampoco se puede hablar de rendición pues en esta guerra ambos bandos, por la vía militar, no logran acabar el uno con el otro y a cambio si mutan en disímiles franquicias y variaciones. Sí, Velázquez, para el proceso de paz en Colombia, resulta grandilocuente. Sin embargo, la pretendida altura con que ambas partes conducen la negociación y la solemnidad gentlemanesca del Gobierno Santos sí permite pensar que él, en su autoengaño, ha imaginado así el instante que da comienzo a la paz que tanto anhelamos todos los colombianos para nuestra patria querida.
Santos, como pintor, puede resultar más que desastroso, y por más que su gobierno intente restaurar la obra de la paz tal vez la empeore y termine haciendo esto:
Ecce Homo de Borja, ejecutado por Elías García Martínez (1930), inspirado en Guido Reni (1800…), y restaurado (interpretado) por Cecilia Giménez (2012). La historia de esta obra es reciente y conocida, una señora aficionada a la pintura intentó restaurar un fresco del Ecce Homo de la iglesia de su localidad y terminó por malograrlo. La intenciones de la artista fueron bien retratadas por Juan Domínguez en su columna He aquí el mono del Heraldo de Aragón, periódico de la región donde sucedieron los hechos:
“la voluntariosa restauradora del Ecce Homo quizá ha pasado por un cursillo acelerado de conservación de cuadros, o ha estado cuatro días en una escuela de pintura, o, todavía más sencillo, es una estupenda ama de casa que le gusta mantener su hogar como los chorros del oro, y no tolera ningún desconchón en las pinturas de sus paredes, puertas y ventanas y, con su habilidad doméstica, lo tiene todo como nuevo. Pero, ¡ay!, en la Parroquia hay un Ecce Homo, que está hecho un “Cristo”, y su sentido de la pulcritud le dice que no hay derecho y que puesto que nadie lo remedia, allí está ella… No tiene la formación suficiente, no ha estudiado a fondo ni pintura ni restauración pero ¡quién lo necesita si la cosa es tan sencilla! ¡Si cualquiera lo puede hacer! Limpiar las suciedades como ella hace con sus cristales; rellena los desconchones, como ella con sus paredes; poner un poco de pintura aquí y allá, para que resalte el color que se había desteñido… Y poco a poco, sin darse ni cuenta, el Homo se ha convertido en mono. En definitiva volvimos al origen, o eso decía Darwin”.
Y parafraseando a Domínguez, podríamos decir que el voluntarioso Santos quizá ha pasado por unos cursos de buen gobierno, y dice saber hacer la paz porque ha hecho la guerra, y le gusta mantener las apariencias y quedar bien con todo el mundo, y en él todo es gusto, golf, poker y cultura, pero como el país está hecho un Cristo, envalentonado se le mide a repararlo. Una faena pictórica que él, como presidente, y como todos los últimos presidentes, se ha hecho a cargo realizar, pues todos los mandatarios recientes han sido elegidos por las FARC, por los golpes de opinión que en plena campaña presidencial le han sacado a la amenaza guerrillera y a la promesa de la paz (Belisario, Barco, Gaviria, Pastrana, Uribe, Santos…). Y Santos a la obra, solo que lo que el Gobierno Santos hace con la mano —por ejemplo, la ley de tierras—, lo borra con el codo —por ejemplo, volver a ternar como Procurador a Alejandro Ordoñez—, una pinceladita de buenas acciones por aquí y un baldado de mermelada por allá, para que resalte en algo la política y en mucho la politiquería, hay que pintar pintando y gobernar chamboneando… Y poco a poco, sin darse cuenta, la pintura de la paz se ha ido desdibujando y se convierte en guerra, pues así se llegue a firmar el dicho acuerdo con el tal grupito guerrillero, la chambonada continúa y producirá iguales o mayores daños, deformidades y desproporciones en el rostro, ya simiesco de por sí, de esta caricatura de nación. En definitiva, volvemos al origen de la causas de la guerra y se aleja la paz que tanto anhelamos todos los colombianos para nuestra patria querida.
El mono pintor (1833), Alexandre-Gabriel Decamps
Nota al margen: este mismo ejercicio pictórico podría extenderse a otros artistas del poder local. A continuación, unos ejemplos, apenas bocetados, de cómo otros actores del país político, podrían ver la pintura completa de la paz, tal vez los lectores puedan ampliar y mejorar el repertorio (incluido el del Gobierno Santos):
Las FARC:
Tas ponchao (2013), autor desconocido, performance colectivo.
El Ejercito:
Los tres soldados (1984), Frederick Hart, monumento figurativo y representacional al heroismo de los soldados en la Guerra de Vietnam.
Alejandro Ordoñez:
Cristo conservador se eleva sin cruz al cielo azul, sí, azul, lejos de la sodoma comunista y la gomorra eyaculatoria de las ideas libertinas (2013), Ramón Vásquez.
Álvaro Uribe:
Fiesta nacional (2006), Álvaro Uribe y Fernando Botero. Pintura, performance, donación-subasta…
Gustavo Petro:
El Chamán (2013), Luis Luna + Bolívar, entre el amor y la muerte (2013) (Sebastián Ospina). Pintura, escultura, atril, balcón, performance (Sala Libertador —antes Salón Jiménez—, Palacio Liévano).
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